Que el artículo está hecho para justificar su apoyo a la política de retenciones kirchneristas se puede ver de entrada, cuando circunscribe a los productos agropecuarios su explicación de cómo el aumento de los precios internacionales de los productos exportables se traduce en el aumento de los precios internos. Pues lo mismo podría decirse de cualquier otro producto que se exporte, y también de los que se importan, ya que si hay que pagarlos más afuera también van a aumentar su precio adentro.
El autor, Fabián Amico, se limita a hablar de los productos exportables agropecuarios porque sino tendría que proponer retenciones para todas las otras producciones cuyos precios internacionales aumenten (desde la pesca y la minería, al aluminio y demás productos siderúrgicos, por ejemplo), o cuestionar toda la política de dólar alto por el encarecimiento de las importaciones.
Para Fabián Amico, como los bienes del campo “integran la canasta de consumo de los asalariados, el alza de su precio determina automáticamente una baja del salario real”, de lo que resultaría “una transferencia de ingresos de los asalariados y toda la sociedad hacia el sector productor de los exportables (agropecuarios)”. ¿Y qué pasa con el pescado? ¿O con otros bienes que integran la canasta de los asalariados cuyos precios se rigen por el dólar alto? ¿Ahí no hay transferencias de ingresos?
La unilateralidad del análisis de Amico se profundiza al introducir el tema de la renta de la tierra, que explica se deriva del monopolio de ese recurso natural, pero no diferencia en relación a su apropiación entre los propietarios de la tierra y los productores del campo. Para él no se trata de una ganancia extraordinaria surgida del trabajo de los chacareros y obreros rurales y apropiada por los terratenientes, sino que sería una “renta apropiada por el sector agropecuario”, así en general, sea terrateniente, chacarero o peón. Por lo que las retenciones a las exportaciones, para Amico, serían un impuesto “a la renta de recursos naturales”, y no un impuesto a la producción, que premia a los que mantienen improductiva la tierra, a diferencia de lo que sería un impuesto a la tierra.
Aquí la nota se acompaña con un cuadro que muestra que la ganancia por hectárea en pesos constantes se habría duplicado en relación a la que era entre 1991-2001. Pero al no diferenciar entre propietarios y productores se le corre el hecho de que los mayores precios se han traducido principalmente en un aumento de la renta de la tierra, cuyo precio se ha más que triplicado en dólares; mientras que los ingresos de los chacareros, contratistas y obreros rurales no han mejorado. Los terratenientes agradecidos que no hable ni de rebaja de los arrendamientos ni de impuesto a la propiedad territorial.
Todo esto para terminar en una apología al carácter “móvil” de las mayores retenciones ahora impuestas, que no sólo terminarían con la inflación sino que además, al ser mayores en la soja “mejoran (¿?) la rentabilidad relativa de otros cultivos, así como de la producción ganadera” (lo que debería decir es que empeoran la rentabilidad relativa de la soja). Por lo que el articulista concluye, citando a Osvaldo Barsky, “lo que la gente de campo debe entender es que con las retenciones no hay marcha atrás. (…) Si los productores agropecuarios no entienden esta cuestión no pueden discutir nada. Las retenciones son una condición necesaria del bienestar de todos, incluidos ellos”.
Así que, “chicos del campo” no sean brutos, no le hagan el juego a “la derecha” que mostró su cara con el paro agrario, como titularía Nuestra Propuesta en su edición del 27 de marzo. No se les ocurra preguntarse hacia qué sectores va la redistribución del ingreso que pregona el kirchnerismo y ni siquiera cuestionar qué hace con la plata de las retenciones. En todo caso, “a partir de aquí” se puede conversar sobre qué se hace con los “fondos adicionales”: las “estrategias específicas” como dice Amico dándole letra a Cristina Fernández.
02 de October de 2010