Nunca la capacidad de servir a los intereses de la deuda norteamericana fue puesta en duda como cuando, al transponerse el segundo milenio, los capitales privados se retiraron de la financiación del déficit estructural (fiscal y externo) de la economía estadounidense.
Nunca la capacidad de servir a los intereses de la deuda norteamericana fue puesta en duda como cuando, al transponerse el segundo milenio, los capitales privados se retiraron de la financiación del déficit estructural (fiscal y externo) de la economía estadounidense.
Estados Unidos difícilmente hubiera podido continuar por el camino de la dependencia financiera externa sin la incorporación de los millones de trabajadores de China al mercado mundial a mediados de los años ‘90, de la mano del capital extranjero, norteamericano, japonés y europeo. Desde la caída del Muro de Berlín, el mayor costo diferencial de la fuerza de trabajo norteamericana, venía impulsando a sus grandes monopolios industriales en la búsqueda de otros mercados en los cuales fuera posible obtener tasas de ganancia mucho más elevadas que las que lograban en Estados Unidos. Similar situación llevó a que los monopolios japoneses y europeos fueran en esa dirección.
De esta manera, bajo la creciente superexplotación y pauperización laboral transmitida a todo el mercado mundial por el ingreso a la producción industrial de las masas de campesinos chinos expulsados de la tierra, se formaron descomunales excedentes financieros que fueron multiplicados en transacciones con instrumentos derivados “a futuro” realizadas en los mercados de divisas, bonos y acciones, explotando el campo de las nuevas tecnologías. Esos crecientes excedentes financieros se volcaron a la especulación con remesas y reservas de petróleo, otras materias primas, extracción de oro, piedras preciosas y minerales estratégicos, desembocando rápidamente en una descomunal inversión especulativa en el sector inmobiliario y de la construcción hipotecaria.
El conjunto de estas inversiones especulativas fue el que por un lado posibilitó el más largo auge de negocios financieros de Estados Unidos y, por el otro inundó de dólares baratos y títulos rentables de la deuda norteamericana las reservas líquidas de las potencias rivales y de las economías emergentes. Es en estas condiciones que en el año 2003, para no incurrir en la cesación de pagos y poder mantener la continuidad del área del dólar, Estados Unidos pasó a ser financiada por China y el resto de las economías superavitarias (entre ellas Japón, Inglaterra, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes del Golfo Pérsico).
La especulación financiera
La ingeniería financiera norteamericana aplicada al uso del “dólar barato” había instalado y popularizado una usina de instrumentos de apalancamiento crediticio, que multiplicaban la inversión y la articulaban en la “aldea global” con bancos y fondos de inversión de Europa, Asia y América Latina. Paralelamente al crecimiento del riesgo sectorial y global de las deudas financieras, el circuito “institucional” se completaba con un grupo de agencias internacionales de calificación crediticia surgidas del seno del capital financiero, cuyo mérito y eficacia dependían de su participación en la “venta” de los negocios que debían auditar y calificar. En apariencia, todo parecía estar garantizado.
Este nuevo anclaje del déficit estructural norteamericano en la dependencia financiera con las economías superavitarias, sinceraba su decadencia y se constituía en el “talón de Aquiles” del gobierno de Washington que, con la mayor maquinaria de guerra del mundo ahora invadía y ocupaba Irak y Afganistán, con ambicioso objetivo de “rediseñar” Medio Oriente y Asia Central.
En el centro del debate y en medio del triunfalismo por la caída de Bagdad, quedaba relativamente disimulado el esfuerzo por el mantenimiento de las fuentes externas de financiamiento de Estados Unidos. Ya que en esas circunstancias, asegurar la continuidad del financiamiento externo, merecía de los funcionarios de Washington un cuidado y una atención diaria igual o mayor, que la de sus frentes de guerra.
Pero el empantanamiento en Irak y Afganistán y la incertidumbre reinante en Estados Unidos y en el mercado mundial, acentuaron a ambos lados del Atlántico, la competencia y disputa entre el euro y el dólar por alojar al capital financiero. La economía de Estados Unidos, convertida en “rehén” del capital extranjero, se vio obligada a no escatimar esfuerzos para evitar una fuga de capitales hacia Europa, incluso al riesgo de aumentar la tasa de interés y con ello precipitar una nueva crisis. De esta manera en 2006 comenzaron a producirse desajustes y morosidades en la cadena deudas, que fueron dando forma a la bancarrota especulativa que incubaría la imposibilidad del repago de las hipotecas que se presentaría a mediados de 2007.
Una crisis mundial
El estallido de la crisis hipotecaria norteamericana que rápidamente extendió sus efectos en Europa, mostraba la punta del iceberg de una crisis económica y financiera, profunda y duradera y de alcance mundial, que se expresa bajo la ley del desarrollo desigual capitalista y, aún en el último tramo de 2011, no permite avizorar cómo o cuándo habrá de culminar.
No cabe duda que la hegemonía del capital financiero y su expansión a escala global en las dos últimas décadas ha acentuado el desarrollo desigual de la economía internacional. La economía mundial si por un lado se ha polarizado, por el otro, se ha tornado más y más interdependiente. Es así que en el sistema capitalista actual se distingue el ascenso de Asia, la economía China a la cabeza y el resto a gran distancia, que mediante salarios bajísimos y la introducción del capital extranjero norteamericano, japonés y europeo, en pocos años se han apoderado de gran parte del comercio mundial, liderando la acumulación mundial de dólares y títulos del tesoro norteamericano. Pero también son parte inescindible de ese sistema, las viejas economías capitalistas de Estados Unidos, Europa y Japón cuyos monopolios florecen en China y en el sudeste asiático, acentuando la tendencia al estancamiento y a la descomposición de sus metrópolis.
Al respecto debemos señalar que del auge a la crisis, las economías de Estados Unidos, Japón, Inglaterra y la Europa del euro, han aumentado la dependencia de China, como país imperialista y “gran fábrica mundial”. También ha aumentado la dependencia de la India y de los tigres y dragones del sudeste asiático. Además debemos señalar que el mercado mundial que emerge en el Asia Pacífico, presenta la situación paradojal de ser “rehenes” de la dolarización de sus reservas y, por tanto, rehenes de la desvalorización de sus excedentes.
Cabe aclarar al respecto que, en el último quinquenio se ha extendido notablemente la desconfianza en el dólar como instrumento de “atesoramiento”, mostrando una gran preocupación en todo el orbe por una mayor diversificación de los ahorros. Si bien en el “área del dólar” los riesgos no dejan de crecer y complicar el panorama de la divisa hegemónica, aún “nadie sabe hasta dónde puede resistir este refugio”.
Bajo la lógica imperialista basada en recuperar por las armas lo perdido en la “competencia” económica, se entiende la fuga hacia adelante del capitalismo norteamericano “dispuesta a todo para contener la fuga de capitales”. Ahora bien, si por un lado la profundización de la dependencia financiera norteamericana impulsa cada vez más a defender la hegemonía mundial en el terreno de las armas, por el otro, influye profundamente sobre la eficacia y continuidad de su expansión bélica mundial, dado que, en última instancia y a la larga, se erige en el instrumento de su contención.