No pasó más de un mes del terrible terremoto que sufrió Turquía y Siria, siendo el pueblo kurdo uno de los más afectados. Se cuentan más de 70.000 muertos al cierre de esta edición. El terremoto se sintió en once provincias turcas, que van desde Diyarbakir, en la zona kurda de Anatolia, hasta Hatay y Adana, en el Mediterráneo. Pero la cifra seguro subirá, pues en muchos lugares aún no comenzaron las tareas de remoción de escombros.
Según recientes encuestas, la aprobación al gobierno de Erdogan (presidente de Turquía, en continua lucha contra el pueblo kurdo) va en caída. Turquía tenía elecciones generales y presidenciales planificadas para junio, pero este genocida, colonialista y fascista decidió adelantarlas cinco semanas para que la crisis desatada por el terremoto no lo impacte aún más.
Durante estos terremotos, más de 278.000 edificios fueron destruidos y más de 3 millones de personas fueron desplazadas. La zona afectada tiene una gran población histórica de kurdos y árabes alevíes. El gobierno de Erdogan intenta llevar adelante un plan para desalojarlos completamente de estas zonas. Con la excusa de relocalizar a quienes perdieron sus viviendas, Erdogan quiere llevar adelante más rápido este plan. Por otro lado, quiere usar este desarraigo para controlar el padrón electoral y evitar que los ciudadanos desterrados puedan votar. Es importante remarcar que varias de las zonas afectadas son de las más pobres de la región.
Para levantar su imagen, Erdogan impulsa un impuesto a las 22.000 empresas más grandes de Turquía, para crear un fondo de contención para quienes perdieron sus hogares. En principio una medida justa, pero la historia muestra lo contrario: tras el terremoto de 1999 se creó “impuesto sísmico” con el mismo fin. El gobierno de Erdogan nunca explicó qué hizo con el dinero recaudado. Se cree que se recaudaron más de 10 mil millones de dólares con ese impuesto, que pasó a ser permanente. Por supuesto, nada de ese dinero fue destinado a garantizar los controles a las constructoras, que pagaban “coimas legales” (amnistías) por no cumplir con estándares de seguridad antisísmica.
Las zonas destruidas están sufriendo una grave crisis sanitaria. Hay miedo a que el hacinamiento y la imposibilidad de mantener las condiciones de higiene lleven a epidemias. Al otro lado de la frontera, en Siria, ya se habían detectado brotes de cólera antes del terremoto y, en Turquía, hay incremento en diarreas, infecciones respiratorias, sarna y otras enfermedades cutáneas. La Asociación Turca del Tórax ha advertido de que la exposición constante al polvo de los edificios derruidos, algunos de los cuales contienen asbesto, o a las hogueras con las que los damnificados tratan de luchar contra las bajas temperaturas y que son alimentadas con lo primero que se encuentra, pueden desembocar en enfermedades como asma, obstrucción pulmonar y cáncer.
Al mismo tiempo, la salud mental de la población está sufriendo una crisis muy grande. Según declaran médicos “Estamos viendo muchos casos de ansiedad, ataques de pánico… Muchísimo insomnio. Hiperreactividad a los estímulos ambientales. Ante el mínimo movimiento, aunque no sea de la tierra, enseguida desarrollan estados de ansiedad”.
Pero el pueblo turco no se achica en la adversidad, y pelea con más fuerza contra el aumento del costo de vida que no para de subir. En un contexto de enfrentamiento con el gobierno, los trabajadores de la metalúrgica Birleşik Metal conquistaron un aumento de salario de 84% después de 18 días de huelga. Estas luchas entusiasman al resto de la población para poder torcerle el brazo al gobierno de Erdogan, y lograr conquistas que mejoren las terribles condiciones de vida.
Hoy N° 1956 23/03/2023