Las gigantescas luchas populares deterioraron a la dictadura de Onganía, obligándola a retroceder. Creció la resistencia burguesa y crecieron las distintas expresiones políticas de la pequeñoburgesía radicalizada, algunas de las cuales adoptaron el terrorismo como forma principal de lucha.
La profunda crisis estructural de la sociedad argentina afectaba a capas extensas de la pequeñoburguesía urbana de las grandes ciudades y, en especial, de los pueblos del interior, así como también de la burguesía nacional.
Crisis que arrastraba incluso a sectores de terratenientes arruinados. Provocó la crisis universitaria y afectó a todas las profesiones liberales, condenando a muchos profesionales a una desocupación encubierta.
Esta crisis profunda tiene como base el estancamiento de la sociedad argentina, e impide a las clases dominantes generar una ideología que suscite la adhesión de esas capas medias. Al mismo tiempo el proletariado, maniatado por el reformismo y el revisionismo durante muchos años, no era capaz, todavía, de encauzar en un sentido revolucionario real ese amplio disconformismo de grandes masas oprimidas por el imperialismo, los terratenientes y la burguesía intermediaria. Incluso el propio proletariado había sido impregnado por la ideología de esas clases y capas sociales arruinadas por la profunda crisis de la sociedad argentina.
Cada paso del movimiento antidictatorial y cada paso del proletariado revolucionario eran acompañados de propuestas de las fuerzas burguesas y de acciones cada vez más espectaculares del terrorismo pequeñoburgués.
Su objetivo era hegemonizar al movimiento de masas. Pero, además, su movilización era alentada por los sectores terratenientes e imperialistas que disputaban con los sectores representados por Onganía. En ese período, numerosas acciones terroristas fueron estimuladas e instrumentadas por el socialimperialismo ruso para “sacar del medio” a sus rivales en sindicatos, empresas, e incluso en las Fuerzas Armadas.
En este contexto y aprovechando las contradicciones que generaba con los intereses terratenientes el cierre del mercado europeo, la negativa del ministro Krieger Vasena a devaluar y su intento de crear un impuesto a la tierra, fueron creando las condiciones que permitieron a los sectores prorrusos encabezados por Lanusse desplazar a Onganía, primero, y a Levingston, después. En esto también incidió grandemente la situación cada vez más difícil del imperialismo yanqui en el mundo y las promesas del lanussismo prosoviético a importantes sectores de la burguesía nacional, que habían sido tremendamente golpeados por la dictadura de Onganía.
Así, montándose en el odio al imperialismo yanqui del pueblo argentino, pasaron a predominar los sectores prorrusos, en aguda disputa con sectores proyanquis y proeuropeos, buscando aliar y subordinar a sectores de éstos y de la burguesía nacional. Con Lanusse, el grupo económico de terratenientes y burguesía intermediaria subordinado al socialimperialismo soviético y el sector de testaferros a su servicio avanzaron en el control de palancas claves del país. En 1971 se firmó en Moscú el convenio comercial entre los gobiernos de la Argentina y de la URSS, que dio a ésta el trato de nación más favorecida.
Al mismo tiempo, los sectores prosoviéticos disputaban con Perón la hegemonía del frente burgués antiyanqui. Trabajaron para debilitarlo y subordinarlo, ya que necesitaban de su acuerdo, tanto para poder realizar las elecciones como para afianzarse en el poder; el peronismo seguía siendo la gran fuerza electoral del país y el movimiento político mayoritario.
Aprovechando la vacilación de la burguesía nacional liderada por Perón y la débil influencia política y organizativa del PCR en la clase obrera y en otros sectores populares, lograron impedir que la larga serie de puebladas que deterioraron la dictadura de Onganía, coronase en un Argentinazo triunfante. Así pudieron imponer una salida electoral condicionada a través del Gran Acuerdo Nacional. Pero la profundidad de ese proceso, del que formó parte la jornada de movilización del 17 de noviembre de 1972 ante la vuelta del general Perón, impidió a los prosoviéticos imponer a Lanusse como candidato del GAN, y los obligó a llegar a acuerdos con Perón y con Balbín.
Perón, a los setenta y seis años, tenía pocas chances. Debió optar entre la candidatura (que con seguridad sería vetada) y el retorno. Cedió la candidatura, facilitando así el montaje de las elecciones del 11 de marzo de 1973, y cedió la hegemonía en el nuevo gobierno, para continuar luchando en mejores condiciones, y desde el país, para imponer su dirección.
Así resultó el gobierno de Cámpora, manteniéndose la hegemonía de los sectores prosoviéticos, lo que se expresaba en el peso de Gelbard dentro del gabinete y en la jefatura de Carcagno en el ejército.
Perón volvió al país y pasó a disputarles la hegemonía, haciendo uso de todo su peso político, aunque mantuvo a Gelbard como prenda de unidad. Muerto Perón, Isabel desplazó a Gelbard; en ese momento comienza la nueva cuenta regresiva de los golpistas.
Necesitaban aplastar el auge de luchas de masas abierto en 1969. Y al no poder subordinar al peronismo, particularmente a Isabel Perón, las fuerzas prosoviéticas pasaron a ser las más activas fuerzas golpistas. Trabajaron primero para un “golpe institucional” con Luder, quien por un breve lapso ejerció la presidencia. Al fracasar pasaron a preparar y organizar el golpe abierto.
Programa del Partido Comunista Revolucionario, 12 Congreso, 2013
Hoy N° 1721 13/06/2018