La “lluvia de dólares” sobre el mundo y la mejor posición relativa del Sudeste y Sur de Asia (en particular de China pero también de otros grandes países como Indonesia e India, con una “cantera” de mano de obra superexplotable) había permitido una acumulación de plusvalía absoluta sin precedentes entre la crisis de 2001 y 2008. El corrimiendo el eje del crecimiento económico del mundo del Atlántico al Pacífico, hizo que asistiéramos a un boom en los precios de las commodities (alimenticias y minerales) que –pese a la breve interrupción en 2008/09– se sostuvo de manera constante hasta 2013, cuando el crecimiento de la oferta estimulada por esos altos precios comenzó a manifestarse como una superproducción relativa (“sobreoferta” en término de los mercados).
La crisis de las materias primas
Ya a comienzos de 2014, ante la simple disminución del ritmo de emisión de la moneda estadounidense comenzaron a temblar los mercados financieros y monetarios en todo el mundo. Esto, junto al debilitamiento relativo del crecimiento de China (manifestando una superproducción relativa, en particular en la industria siderúrgica), comenzó a hundir los precios de materias primas como el hierro y el carbón. Crisis de superproducción que se manifestó luego a la abrupta caída del petróleo y de la mayoría de los productos minerales y alimencios, principalmente en soja, maíz y azúcar, que intervienen en la producción de biodísel y etanol.
“El petróleo se desploma y las divisas de los países emergentes están en caída libre”, escribió The Wall Street Journal. Situación comparable a la que llevó a la crisis del Sudeste asiático en 1997, extendiéndose al default de Rusia en 1998 (en Sudamérica, las crisis en Brasil y Argentina). Entonces, el hundimiento del fondo de inversión Long Term Capital Management en Estados Unidos en 2001, terminó dando un carácter mundial a dicha crisis.
Entre las similitudes de la situación actual a la previa a la crisis de 2001, se destaca la caída en los precios del petróleo, como también del carbón y el mineral de hierro que alcanzan ahora niveles incluso inferiores a los de la crisis del 2008/09, lo que muestra el impacto de una superproducción relativa en el contexto de una mayor debilidad en la economía global. Esto ha provocado un enorme shock en países como Venezuela, Ecuador, Nigeria o Rusia, altamente dependientes de las exportaciones de crudo. Los seguros de impago de estos países se han disparado, mientras sus economías se desangran.
Otra similitud es la caída de las divisas: el índice de Bloomberg que sigue a las 20 monedas más intercambiadas de “países emergentes” se han desplomado a mínimos desde 2003. El rublo ruso o la lira turca están en mínimos históricos, mientras que la rupia de Indonesia ha caído a niveles precisamente de 1998. Durante la crisis financiera asiática de 1997 y 1998, países como Tailandia y Malasia sucumbieron al intentar mantener sus monedas, creando escenas de pánico, como en Corea del Sur, donde los ciudadanos donaron sus joyas de oro al gobierno tratando de incrementar sus reservas en pleno desplome de su divisa.
El fortalecimiento del dólar
Otro elemento que está tras los sacudones de las bolsas (intensificados en octubre y diciembre de 2014, por las recaídas en Europa y Japón y el debilitamiento del crecimiento de China), es el efecto disruptivo del fortalecimiento relativo del dólar que acompaña la fase de recuperación del ciclo de la economía estadounidense, que lleva a que la FED, el banco central estadounidense, esté preparándose para su primera subida de tasas de interés desde 2006 (al momento de mayor auge posterior a la salida de la crisis de 2001-2 y previo a la crisis de 2008-9), lo que comenzó a revertir el flujo de capitales de los llamados países emergentes.
El todavía tímido cambio de dirección de los capitales globales ya ha impactado seriamente sobre los países con grandes déficits por cuenta corriente, como Turquía, Sudáfrica y Brasil. A finales de los 90, también el fortalecimiento de Estados Unidos y la serie de subidas de tipos de interés de la FED ayudaron a desencadenar una huida de las monedas asiáticas, el impago de deuda ruso, las crisis de Brasil y Argentina, etc., hasta que reventaron los propios Estados Unidos en 2001.
Si bien los niveles de endeudamiento de los llamados países emergentes son relativamente inferiores a los de las crisis pasadas, ahora la preocupación principal surge por el endeudamiento las grandes empresas aprovechando el “dólar barato”. De hecho, las grandes corporaciones en los “países emergentes” emitieron alrededor de 375.000 millones de deuda internacional entre 2009 y 2012, más del doble que en los cuatro años precedentes a la crisis financiera de 2008, según los datos del Banco Internacional de Pagos (BIS).
Las burbujas especulativas
En esta nueva fase del ciclo capitalista es necesario destacar el tremendo agigantamiento de los sectores financieros, con las consiguientes burbujas especulativas, del endeudamiento de los Estados y de los Bancos Centrales de los países imperialistas y del agotamiento de sus políticas monetarias, con los que han venido sobrellevando los efectos de la crisis de 2008/09, que los dejan sin instrumentos para afrontar la nueva crisis. Esto se manifiesta no sólo en Rusia y en China sino sobre todo en la magnitud de los endeudamientos públicos y de las emisiones monetarias en los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, sin que ello haya resultado en una reavivación cierta de la demanda y sus economías siguen atrapadas por las tendencias deflacionarias.
La caída de las Bolsas en China, desde el 12 de junio de 2016, vuelve a poner de relieve las limitaciones de las políticas monetarias para la recuperación económica en el capitalismo y como esas políticas generan tremendas burbujas financieras especulativas. También que esas políticas resultan impotentes para frenar crisis posteriores.
Los ciclos de las crisis capitalistas en esta época del imperialismo se vienen repitiendo desde la Gran Crisis de 1929/30 con una periodicidad de 7 a 8 años, con importantes variantes en su desarrollo, según las situaciones específicas de las economías componentes de la economía internacional, su desarrolo desigual, la particularidad de los sectores en los que se manifiesta la sobreproducción en cada uno de ellos y a escala internacional. No se termina de salir de una crisis cuando ya se está incubando la siguiente, con las particularidades que cada caso de cómo “se sale” de la crisis anterior.
Tanto por el agigantamiento de los mercados financieros y el superendeudamiento (público y privado) que nos ha legado la crisis de 2008-2009, como por el fin del superciclo de las materias primas minerales y agrícolas (que se dio con la derivación de gran parte de los fondos especulativos hacia el aumento de su producción, con el caso más notable en el petróleo del shale en Estados Unidos, las arenas bituminosas de Canadá y las profundidades del Mar del Norte), es que puede afirmarse que la crisis que se avecina será aún más profunda y prolongada que la de 2008-2009, en particular para “el mundo en desarrollo” (es decir, los países de América Latina, África, Asia y Oceanía). China ya no pinta para ser la locomotora que alivie las cargas como fue desde entonces, aun cuando pudiera atemperar los efectos de la nueva crisis con sus gigantescas reservas, ya que ha agotado su ciclo largo de acumulación primitiva con sus millones de personas incorporadas al mercado (sin que India pueda llegar a reemplazarla, aunque no tenga la limitación del control de la natalidad, que también ha comenzado a afectar a China).