Allí está todavía ese pueblo de Goldsborough latiendo con la huelga de sus mineros; mostrando en acción la “santísima trinidad” -Estado, patrones, sindicato-, y las reservas insospechadas de los hombres y mujeres en la lucha. Más acá, ese testarudo y pobre entre los pobres campesino Bjartur, de Islandia, despojado de su tierra y su casa, que se debate entre su sentido de la propiedad y la hermandad de los obreros en huelga, festejando la caída del zar. Desde el fondo profundo de la infancia llega el mágico mundo de Rumzeis, dando vuelta las viejas ideas y poniéndoles un orden nuevo…
Todos ellos vinieron a este mundo de la mano de los autores Stefan IEM (Huelga en Goldsborough), Halldor Laxness (Gente independiente), Vaclav Ctvrtek y Radek Pilar (Rumzeis el zapatero rebelde). Pero fue la mano de Checho quien los trajo al nuestro. Estas historias y muchísimas otras, que reflejan las experiencias de muchísimos hombres a lo largo del tiempo y del mundo: hablan de sufrimientos, luchas, felicidades, errores, triunfos y derrotas.
De experiencia y sensibilidad estuvo alimentada la tarea que Checho se dio a sí mismo: arrimarnos a todos esos mundos. Fue “el Buscador” de los libros que le pedíamos porque sólo él los encontraba, pero también de aquellos otros que desconocíamos y él pensaba para nosotros. Fue “el Buscador” de libros, pero también de nuestros sentimientos e ideas, ayudando a traerlos a la luz con la lectura apropiada y oportuna.
Checho entendió la literatura para la militancia en toda su amplitud: textos históricos y teóricos, y toda esa variedad de géneros –cuentos, novelas, poesía- que hablan de la vida misma, es decir: de la fuente donde se nutren la historia y las teorías.
A cada uno según su necesidad, a cada uno según su particular forma de acercarse al conocimiento: ésas parecieron ser las consignas que guiaron su arte de elegirnos los libros. Y algo más: el precio; en recorridos por librerías y ferias Checho iba a dar siempre con los mejores “usados” o con “nuevos” a los que el paso del tiempo había acercado a nuestros bolsillos flacos. Por supuesto, no faltaban para nuestras compras los ejemplares “de yapa”, que nos daba de regalo.
Por años, y desafiando las vicisitudes de su salud, Checho cumplió con su invisible trabajo de siembra. Se esforzó por mantener vivo en nosotros el interés y el placer de la lectura, por sobre la falta de tiempo, las demandas de la coyuntura, la escasez de recursos. Y no se conformó con satisfacer los pedidos: tozudamente se llegó hasta nosotros acercándonos libros en tiempos en que no los buscábamos.
¡Qué hermoso, Checho, tu recuerdo unido a esos textos que nos proporcionaron gozo y enseñanzas! ¡Cuánta esperanza hay en todos esos escritos, y cuánta en tu trabajo de acercárnoslo! Mucho falta todavía por escribir, y con voracidad a veces desconocida se lo espera. Mientras tanto, ¡ojalá que lo mucho que ya está escrito siga vivo entre nosotros gracias a otras manos que sigan tu ejemplo!
02 de October de 2010