El gobierno de Trump tomó estas medidas a partir de una rudimentaria fórmula que consideraba el déficit comercial y las importaciones estadunidenses con cada país en cuestión. La tasa base, incluyendo aquellos países con los que Estados Unidos (EEUU) mantiene superávit comercial, se ubicó en el 10%, mientras que el máximo adicional llegaba al 50%. Ya en febrero, había impuesto aranceles del 25% a las importaciones de acero, aluminio y autos, que se mantienen en la actualidad. En el caso de China, el arancel adicional empezó en un 34% y, ante las represalias arancelarias del país asiático, escaló hasta el 145%. De esta forma, se exacerba la disputa interimperialista de EEUU con China.
El magnate y presidente yanqui sostuvo que se iniciaba una “nueva era dorada” y que “los empleos y las fábricas volverán al país”. Posteriormente, con la prepotencia imperialista que lo caracteriza, se regodeó de que los países “nos están llamando, besándome el c…”, ya que “están desesperados por hacer un trato”. De más está decir que Milei lo viene haciendo con gusto desde que asumió.
Cimbronazo financiero en todo el mundo
La medida produjo un cimbronazo financiero a nivel global. Los principales índices bursátiles yanquis acumularon caídas superiores al 10% en los primeros días. La bolsa de Hong Kong acusó la peor caída (13%) desde la crisis asiática de 1997, mientras que las bolsas de Japón, Taiwán y Europa también experimentaron fuertes bajas. Asimismo, disminuyeron los precios de las materias primas y del petróleo. En este contexto, se produjeron ventas masivas de bonos del Tesoro yanqui; comportamiento inverso al habitual, ya que suelen ser utilizados como refugio financiero en contextos de crisis o incertidumbre económica, por ser considerados los más seguros del planeta.
El 9 de abril, al parecer doblegado por el mercado financiero, Trump anunció una pausa de 90 días en la suba de aranceles para la mayoría de los países, señalando que más de 75 se habían comunicado para negociar, pero mantuvo un arancel base del 10%, todavía muy superior a los vigentes previamente; en paralelo, volvió a incrementarlos para China. Muchos analistas atribuyen esta voltereta de Trump a la dinámica negativa previa de los bonos del Tesoro -en especial el de plazo a 10 años-, que al bajar de precio y elevar sus rendimientos elevaban significativamente el costo del endeudamiento yanqui. Las bolsas de todo el mundo rebotaron con fuerza, recortando gran parte de las pérdidas previas, para luego volver a alternar subas y bajas en los días siguientes. Es decir, estamos en un contexto financiero global de extrema volatilidad, como no se veía hace mucho tiempo, por la incertidumbre y el desconcierto mundial ante la vertiginosa política arancelaria yanqui.
Cabe mencionar que horas antes de anunciar la pausa, Trump insólitamente afirmó que “era un gran momento para comprar (acciones)”. Esto despertó numerosas suspicacias. ¿Hubo beneficiados en el círculo de Trump que hicieron jugosas ganancias con información privilegiada?
En lo que respecta a la Argentina, a pesar del pretendido vínculo especial de Milei, la tasa arancelaria adicional quedó en el 10%, la misma que para casi todos los países de la región, incluido aquellos que tienen gobiernos no alienados o confrontativos con EE.UU. A contramano de un mundo en el que se refuerza el proteccionismo, Milei avanza con la rebaja de aranceles y la liberalización del comercio exterior.
Con la mira puesta en frenar el avance de China
Con relación al objetivo de la medida, Trump y algunos funcionarios yanquis han esbozado diversos argumentos, más allá de la evidente intención de poner un coto al avance industrial y comercial chino.
En primer lugar, Trump ha insistido en la necesidad de reconstruir la industria manufacturera yanqui, repatriándola del extranjero. En esa línea, el representante comercial yanqui señaló que EE.UU. perdió cinco millones de empleos manufactureros y 90.000 fábricas en los últimos 30 años. En particular, Trump pretendería que las empresas yanquis más innovadoras dejen de producir en Oriente y lo hagan en EEUU. Más aún, en caso de un conflicto bélico- en especial con China- no depender de posibles países enemigos para el abastecimiento de productos estratégicos. Justamente, Trump vinculó en su momento los aranceles al acero y al aluminio con una cuestión de “seguridad nacional”. Naturalmente, esta política entra en contradicción con numerosos monopolios yanquis, que producen parcial o totalmente en el exterior (principalmente en México, China y otros países asiáticos) con menores costos y mayores ganancias, principalmente gracias a la explotación de mano de obra barata, mejores condiciones impositivas y el acceso más favorable a esos mercados. Este es uno de los cinco rasgos del imperialismo definidos por Lenin: la exportación de capital.
Por otro lado, Trump afirmó que los aranceles le otorgan un “gran poder de negociación”. Y su principal asesor económico opinó que todos los países harán lo imposible por negociar para volver a vender sus productos a EEUU, aún a costa de tener que pagar aranceles más altos.
En este marco, otro objetivo que menciona Trump es el fiscal. En 2024, EE.UU. acusó un gigantesco déficit en sus cuentas públicas, de 6,3% del PIB, mientras que la deuda pública ascendió al 120% del PIB. Encima, este año enfrenta una catarata de vencimientos de deuda, la mayor parte concentrados en el primer semestre. Por este mismo motivo, Trump reclama a la Reserva Federal que baje la tasa de interés de referencia para reducir el costo del financiamiento. También se afirma que los aranceles buscarían generar ingresos adicionales para facilitar un recorte de impuestos a los más ricos, como ya hizo durante su primera gestión. Trump se jactó de estar recaudando casi 2.000 millones de dólares diarios gracias a los aranceles.
Además, Trump apunta explícitamente a reducir el enorme déficit comercial de bienes yanqui. Este alcanzó la friolera de 1,2 billones de dólares en 2024 (el doble del PIB argentino), mientras que el déficit de la cuenta corriente (que también incluye servicios, rentas e intereses) se situó en 1,1 billones de dólares ese mismo año. La contrapartida es el ciclópeo endeudamiento externo y la gran atracción de capital extranjero. Es decir, EE.UU. consume e invierte ampliamente por encima de su producción local, financiado por el resto del mundo. Japón y China (que viene disminuyendo su tenencia) son los principales poseedores extranjeros de bonos del Tesoro yanqui. Su carácter de mercado consumidor más importante a nivel global y el status de principal moneda de reserva mundial juegan un rol preponderante para ese financiamiento.
Vinculado con lo anterior, Trump y funcionarios de su gobierno vienen planteando que la fortaleza del dólar afecta la competitividad de la industria yanqui y empeora el déficit comercial. En los últimos años el valor real del dólar -el poder adquisitivo con relación a los socios comerciales- escaló hasta ubicarse en los niveles más altos desde 1985. En ese sentido, algunos analistas advierten que EEUU procura forzar un nuevo acuerdo monetario, en el que los países superavitarios revalúen sus monedas frente al dólar (y este se deprecie), para mejorar la competitividad industrial, procurando al mismo tiempo no perder la condición de divisa hegemónica. Escenario que luce muy poco viable en este contexto en el que se exacerba la disputa de EEUU con China y aquel rompe impunemente acuerdos con sus principales socios.
Como sea, es claro que Trump intenta recuperar terreno frente a China a los ponchazos.
De persistir o recrudecer esta escalada en la guerra comercial de EEUU con China y, eventualmente, producirse nuevamente un aumento generalizado de aranceles yanquis a otros países -lo que a la vez generaría medidas recíprocas-, esto podría llevar a un escenario marcadamente recesivo y a un salto inflacionario, tanto en EE.UU. como a nivel global. En dicho contexto, en el que las potencias imperialistas tratarán como siempre de descargar los efectos de la crisis sobre países dependientes como el nuestro, los posibles canales de transmisión son varios: encarecimiento del financiamiento externo y salida de capitales; caída de los precios de las materias primas, como la soja y el petróleo; mayores dificultades para exportar, sobre todo productos industriales; y el riesgo de una avalancha de importaciones baratas provenientes de China y otros países, ante el cierre o reducción de otros mercados.
Con la política entreguista y antipopular de Milei, todo esto será particularmente gravoso para la Argentina, que ya arrastra una situación muy grave para las amplias mayorías populares y la producción nacional, y un contexto financiero local extremadamente precario.
Escribe Ramiro Suárez
hoy N° 2055 15/04/2025