Como venimos reseñando dentro de las posibilidades de esta columna, en los ingenios azucareros de Tucumán, a comienzos de la década del 20, por un lado se abría una disputa entre los dueños de los ingenios y el gobierno nacional, de Hipólito Yrigoyen, y el provincial de Octaviano Vera. Yrigoyen impulsaba, frente al encarecimiento del azúcar para los consumidores en Buenos Aires, prohibir las exportaciones, y hasta presentó un proyecto de ley para expropiar 200 mil toneladas de azúcar, que luego negoció y quedaron en 50 mil. Con el gobierno provincial, estaba en discusión el aumento de los impuestos, y una legislación que establecía, entre otras cosas, la jornada de 8 horas.
Por el lado de los trabajadores, la pelea era permanente por mejorar las condiciones de trabajo, en una situación muy difícil y con una sindicalización débil. Como venimos diciendo, la oligarquía dueña de los ingenios desarrollaba un capitalismo lastrado de relaciones de producción semifeudales, desde el pago en vales o con raciones de comida como parte del salario, hasta el control social a través de la posesión de las viviendas por parte de los Ingenios, así como la poca escolaridad y las prestaciones de salud. Todo se daba en el ámbito “privado”, y recién a mediados de la década avanzaron proyectos de instalación de hospitales regionales, dependientes de un sistema público de salud, y una ley que obligaba a los establecimientos industriales con más de 200 empleados, a prestar asistencia médica permanente y gratuita a sus trabajadores.
Como el incumplimiento de la legislación era la norma, los periódicos de las distintas corrientes obreras publicaban permanentes denuncias de la situación sanitaria de los trabajadores y de sus familias. La Protesta, de los anarquistas, trataba con sorna la ley provincial N° 1.366, de la que venimos hablando, y resaltaba que “ahora estaban salvados los tucumanos”. Por el lado del Partido Comunista, su periódico La Internacional, del 3 de junio de 1922, en tapa, analizaba en un artículo que “En Tucumán la ‘Tracoma’ ciega a los trabajadores de los ingenios”.
Con un lenguaje que pretendía ser satírico, decía el diario del PC que “como siempre, sus víctimas [del tracoma] no son los felices burgueses ni las románticas o jamonas burguesitas que orean sus ocios y afeites en las plazas o bien los panzudos dueños de ingenios que gastan “sus” libras en francachelas parisinas. Las víctimas de esta epidemia lo son, como siempre, los parias, sus mujeres e hijos”. Y denunciaba que ni los patrones, ni el gobierno, hacían nada frente a esta enfermedad.