En pleno embate de la reivindicación de la prostitución como profesión ventajosa, su testimonio pone sobre el tapete las realidades de la actividad, su alto costo personal y social, que el poderoso lobby pro trabajo sexual pretende ocultar.
En pleno embate de la reivindicación de la prostitución como profesión ventajosa, su testimonio pone sobre el tapete las realidades de la actividad, su alto costo personal y social, que el poderoso lobby pro trabajo sexual pretende ocultar.
Alika Kinan no fue secuestrada ni ingresada mediante engaños en los circuitos de prostitución. Podría ser considerada como un caso de ingreso voluntario, elegido, en el mundo prostibulario. Sin embargo, o por eso mismo, es la primera persona damnificada por los delitos de trata y explotación sexual que entabla un juicio contra sus explotadores.
Ella misma ha contado una y otra vez su primera reacción cuando al ser allanado El Sheik, el burdel con fachada de whiskería, por orden del Ministerio Público Fiscal el 9 de octubre de 2012, fue abordada por el equipo del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento de personas damnificadas por los delitos de trata y explotación sexual: “¿Me viste pinta de víctima? Te confundiste, me cerraste mi fuente de trabajo”.
La historia de Alika obliga a revisar la ligereza con que se plantea la cuestión de la libre elección de la prostitución, sus presuntas ventajas, y la conveniencia de contar con la “protección” de los explotadores.
Al denunciar y enjuiciar a sus proxenetas y al Estado por cómplice, Alika rompió el código principal que rige el mundo de la explotación organizada de la prostitución: aliarse a los proxenetas, no revelar los secretos de ese mundo.
El carácter inocultablemente riesgoso y denigrante de la actividad que ciertos sectores académicos presentan como profesión codiciable, se desprende del desarrollo del juicio, tanto en el relato de las condiciones en que las mujeres desempeñan su actividad como en anécdotas aparentemente pintorescas: damnificadas y funcionarios describen las habitaciones, pequeñas, sucias y desordenadas, donde hasta el momento del allanamiento las mujeres dormían, comían, debían limpiar las paredes manchadas de sangre y semen, y prepararse para recibir a hombres desde las 11 de la noche a las 6 de la mañana. El Sheik se quedaba con el 50 por ciento de sus ingresos, pero además un sistema de deudas y multas les dificultaba cualquier plan de abandono del lugar: primero debían devolver los pasajes de su propio traslado, debían pagarse la comida, la ropa, los cosméticos, los preservativos, los trámites de las libretas sanitarias; y les cobraban multas por demorarse en los pases, por no limpiar, por un día de descanso, por negarse a tener sexo. Cuando menstruaban debían seguir atendiendo clientes, y se colocaban una esponja para no mancharlos. Según Montoya, encontró indicado ese método de la esponja en Internet. Los abogados de Alika describen que tiene cicatrices en la cara, le faltan piezas dentales y padece un estrés pos traumático por el que necesita 20 años de asistencia psicológica un mínimo de tres veces por semana.
Estado cómplice
Pero el Estado ausente en buena parte de las instancias de apoyo a las damnificadas, está presente y es cómplice de la explotación a través de sus agentes: la municipalidad, la policía, el hospital. Cuando Alika aterrizó en Ushuaia, fue llevada a una comisaría donde tuvo que mostrar antecedentes de buena conducta, se le abrió un legajo y se le entregó una libreta sanitaria, todos requisitos de la municipalidad; el comisario se convertiría en cliente habitual que la buscaba en el prostíbulo. Lo mismo hacían los inspectores municipales. El hospital regional realiza y evalúa los análisis periódicos.
Alika niega la posibilidad de que la prostitución sea un trabajo, pues la asimila a la violencia y a la muerte: “Es un cúmulo de todas las violencias que pueda atravesar una persona: económica, física, psicológica, verbal, aguantás todo eso, es un manoseo constante”.
Alika Kinan con su coraje ocupa ya un lugar comparable al de Raquel Liberman, la prostituta polaca que en 1936 denunció a sus explotadores de la poderosa Zwi Migdal, dando lugar a la legislación abolicionista que rige hasta hoy, pero que es burlada por ordenanzas municipales y códigos de falta y convivencia.
Un juicio histórico
El 30 de noviembre el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Tierra del Fuego integrado por los jueces Ana María D’Alessio, Luis A. Giménez y Enrique Guanzirolo, dio a conocer la sentencia correspondiente al juicio entablado por Alika Kinan contra los dueños de la whiskería El Sheik, en Ushuaia: Pedro Montoya y su esposa Ivana García, y la asistente de ambos Lucy Campos Alberca. La fiscalía pide penas de entre 5 y 12 años para ellos.
Este tribunal condenó a Montoya a 7 años de prisión, multa de $70.000 y a Ivana García y Lucy Campos a tres años en suspenso y multa de $30.000. Todos por el delito de trata de personas con fines de explotación sexual. Y a la Municipalidad de Ushuaia a un resarcimiento económico de $780.000, por los daños causados a la víctima y por haber facilitado la instalación del prostíbulo.
Este juicio marca un antes y un después en la lucha contra la prostitución y la Trata ya que una víctima actúa de querellante y demuestra que no solo los proxenetas, sino que el estado es responsable. A partir de esto, muchas víctimas se animarán a hacerlo.
También demuestra que la prostitución y la trata son dos caras de la misma moneda. La prostitución no es trabajo. Es la peor violencia hacia la mujer. El Estado es responsable.