En China, al cierre de la jornada financiera del miércoles 8 de julio, la Bolsa de Shanghai se había vuelto a hundir un 5,9%. En tanto, la Bolsa de Shenzhen, la segunda de China continental, perdía un 2,95%, y la de Hong Kong se desplomaba un 5,84%.
En China, al cierre de la jornada financiera del miércoles 8 de julio, la Bolsa de Shanghai se había vuelto a hundir un 5,9%. En tanto, la Bolsa de Shenzhen, la segunda de China continental, perdía un 2,95%, y la de Hong Kong se desplomaba un 5,84%.
Todas las Bolsas de Oriente sufrieron ese día (el Nikkei japonés cayó 3,1%) y, a medida que el sol avanzaba hacia Occidente, “el contagio” se extendía. A media mañana en Nueva York, cuando la Bolsa caía 1,47%, una providencial “falla técnica interna”, que duró casi cuatro horas, evitó que el desplome fuera mayor.
La caída de las Bolsas en China –la segunda economía del mundo por su tamaño- no fue un rayo en una noche serena. Sino que es parte de algo que viene ocurriendo en ese enorme país: su debilitamiento económico desde 2013 ya ha hecho aflorar una nueva crisis de superproducción relativa, propia del capitalismo, prácticamente en todas las materias primas minerales (incluido el petróleo) y alimenticias (incluida la soja).
La sobreproducción en China se viene manifestando no solo en el sector inmobiliario, con millones de edificaciones invendibles para los niveles de ingreso de los superexplotados pueblos de China, sino también en sus industrias básicas, como ocurre con el acero subsidiado con el que inunda al mundo. Tratando de sobrellevar esta situación, los nuevos amos imperialistas de ese país, como capitalistas que son, han venido recurriendo a los mismos medios monetario-financieros de sus rivales de Occidente.
Auge y crisis
Los restauradores del capitalismo en China han venido siendo elogiados por el crecimiento económico logrado durante varias décadas, haber sobrellevado exitosamente las crisis de 2001-2 y de 2008-9 e incluso haber ayudado con su expansión a las recuperaciones posteriores del “capitalismo global”, en particular por haber sido el sostén del “superciclo” de la demanda de las materias primas. Sin embargo, en los últimos años, los gobernantes de China han tenido serios problemas con la corrupción, los crecientes niveles de deuda y la sobreinversión en programas de infraestructura.
En su esfuerzo por revertir la desaceleración del crecimiento y la crisis del mercado de bienes raíces, el gobierno puso el centro en expandir el mercado bursátil. El proceso se inició en enero del 2014, con la “plata dulce” que “inundaba” los mercados financieros en el mundo. Los bancos centrales de Estados Unidos, Japón y China (pese a la ralentización de su economía) continuaban con sus programas de expansión monetaria, y los ojos de los inversores se habían vuelto hacia las bolsas chinas, razonablemente baratas. La suba fue inmediata, y cada vez más acentuada con el avance de los meses. Desde enero del 2014 hasta el reciente 12 de junio, la Bolsa de Shanghai llegó a aumentar un 147%.
Ya a comienzos de abril, analistas de los mercados financieros enfatizaban las alertas (por ejemplo, Wealth Daily, del 3/4/2015: “La burbuja de China, va a estallar”). Y advertían sobre profundas divergencias: las bolsas corrían desbocadas, alimentadas por una expansión monetaria sin un crecimiento económico que la hiciera sostenible.
Cómo se infló la burbuja
Las dificultades del gobierno para impedir el contagio de la crisis es un índice de cuánto había estimulado el optimismo desmedido de los ahorristas como parte de su campaña para elevar el precio de las acciones de las empresas.
Hace apenas un año, las acciones chinas se encontraban todavía en niveles bajos y pocos inversores consideraban que las acciones fueran una buena alternativa. El mercado inmobiliario, donde muchos chinos habían invertido, estaba desinflándose y el gobierno esperaba aprovechar el alza de las bolsas para sostener la economía.
El alza de las Bolsas se acentuó en noviembre de 2014 cuando, frente al retiro de fondos del exterior (por el fortalecimiento relativo del dólar que afectó prácticamente a todos los mercados del mundo), el gobierno de China echó más leña al fuego reduciendo más las tasas de interés y otorgando a los inversionistas extranjeros un acceso sin precedentes a la Bolsa de Shanghai. Los ahorristas locales interpretaron la medida como un voto de confianza del mundo en el futuro de las acciones chinas. Acompañado de un flujo constante de editoriales optimistas en los medios estatales, el índice de referencia de Shanghai duplicó con creces su valor para mediados de junio, pese al enfriamiento de la economía.
Las autoridades también dieron nuevas facultades a millones de inversionistas particulares al facilitarles la compra de acciones a crédito. Los accionistas individuales representan 80% del total de las transacciones en las bolsas chinas, un porcentaje muy superior al de cualquiera de las otras economías capitalistas, que son dominadas por corporaciones como los fondos de inversión.
El robo a los ahorristas
Como sucede siempre en estas alocadas carreras financieras del capitalismo, los principales perjudicados terminan siendo los trabajadores, el pueblo y la propia economía nacional.
Los pueblos de China tienen una gran tradición de ahorro, aún con ingresos que no cubren las necesidades de subsistencia. Con la apuesta del gobierno a las Bolsas, y su crecimiento espectacular, muchos colocaron ahí sus ahorros. Cerca de 90 millones de pequeños ahorristas terminaron entrando en las Bolsas, atraídos por el dinero fácil y la propaganda de los medios oficiales y de los asesores financieros. Muchos, incluso llegaron a endeudarse para comprar más acciones. Pero la mayoría empezó mal. Ya en enero de este año las bolsas estaban superinfladas: quienes entraban entonces compraron caro, y cuando en junio tomaron conciencia de que habían quedado “atrapados”, comenzaron a vender tan pronto como podían.
Las “corridas” comenzaron hace cuatro semanas, estando ya las Bolsas completamente desmarcadas de la realidad económica del país. A partir del 12 de junio, la Bolsa de Shanghai perdió el 34%. El pánico provocó que millones de pequeños inversores vendieran y perdieran muchísimo dinero, y el efecto contagio comenzó a extenderse entre las plazas vecinas, como el Hang Seng de Hong Kong o el Nikkei japonés.
Cuando las normas no alcanzan, garrote
Lo sucedido en las Bolsas en China pone de relieve, además de las limitaciones de las políticas monetarias para la recuperación económica en el capitalismo –y su alimento a la especulación financiera–, su impotencia para frenar la posterior nueva crisis.
Hace un par de semanas, el Banco Central de China volvió a recortar las tasas de interés con el fin de frenar la abrupta caída. Luego, el gobierno reforzó ese propósito con un conjunto de iniciativas, incluyendo un alza en el dinero disponible para comprar acciones a crédito. Sin embargo, los inversionistas ya habían sufrido cuantiosas pérdidas y pocos tenían ganas de seguir comprando acciones.
Las Bolsas siguieron cayendo pese a los esfuerzos sin precedentes del banco central, que anunció nuevas medidas más contundentes para dar mayor liquidez a la Corporación de Financiación del Mercado de Valores de China. Y pese a que unas 1.400 firmas, de las 2.800 que negocian en el país, dejaron de cotizar.
Por su parte, la Comisión de Supervisión y Administración de Activos Estatales ordenó a todas las empresas estatales –las principales titulares de bonos en China– que no vendan ni una de sus acciones mientras dure la actual “volatilidad anormal del mercado”, instándolas a incrementar la compra de títulos para estabilizar las cotizaciones.
No obstante todas esas intervenciones casi diarias del gobierno, las Bolsas del país siguieron cayendo. La última norma, más drástica, fue anunciada el miércoles 8 a la noche: se prohíbe por seis meses la venta de acciones por parte de los accionistas controladores y ejecutivos que posean más de 5% del capital de una compañía, con la amenaza de que cualquier violación de la norma será “tratada seriamente”. En la práctica una congelación de esas transacciones financieras por seis meses, algo semejante a lo que estaría pensando en la Argentina el ministro Kicillof para evitar que estallen, antes de diciembre, las bombas de tiempo montadas con su política.
A pesar de todas aquellas normas, todavía el jueves 9 de julio, el índice general de Shanghai empezó el día con nuevas caídas hasta que, pasada una hora de cotización, el viceministro de Seguridad, Meng Qingfeng, anunció que sus fuerzas están investigando para “devolver el golpe” contra supuestas actividades ilegales, con un “gran puño” señaló Xinhua en su microblog oficial. No especificó las actividades ni identificó a individuos que estarían bajo investigación.
Sólo con este recurso de última instancia -la “política del garrote”- el gobierno de China logró evitar que continuara la caída libre de sus Bolsas, e imponer su práctico congelamiento por seis meses.
Las pérdidas en los mercados financieros llevarán a la mayoría del pueblo de China, y a la economía de ese enorme país, a un tremendo ajuste, cuya magnitud es difícil de precisar. Este es el resultado inmediato de la tan elogiada “reestructuración” económica de los nuevos amos de China, con una política de flexibilidad monetaria, que buscaba reforzar el crecimiento estimulando el consumo interno pero que, por las propias leyes del capitalismo acompañadas con entusiasmo por el gobierno, hizo que la mayor parte de ese dinero terminara en las Bolsas. Esta política, en el corto plazo de un año y medio de aplicación (desde comienzos de 2014), fue la que llevó a la tremenda especulación financiera que, con su crisis, hoy se descarga sobre los trabajadores, el pueblo y la economía de la segunda potencia mundial capitalista.