El 18 de febrero varios millones de egipcios celebraron en El Cairo y otras ciudades la primera semana del derrocamiento del dictador Hosni Mubarak, en el llamado “Viernes de la victoria y de la continuidad”. Las calles del país se llenaron de banderas con los colores nacionales –blanco, rojo y negro– y pancartas que proclamaban “Hosni fuera, Egipto libre”.
El 18 de febrero varios millones de egipcios celebraron en El Cairo y otras ciudades la primera semana del derrocamiento del dictador Hosni Mubarak, en el llamado “Viernes de la victoria y de la continuidad”. Las calles del país se llenaron de banderas con los colores nacionales –blanco, rojo y negro– y pancartas que proclamaban “Hosni fuera, Egipto libre”.
Pero en la ya legendaria Plaza Tahrir (Liberación) muchos carteles reclamaban al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA, que dirige quien durante 20 años fue ministro de Defensa del régimen mubarakista) el cumplimiento de todo el programa democrático que motivó la pueblada: fuera el “viejo gobierno” y formación de otro provisorio y representativo que garantice un proceso democrático; derogación de la ley “de emergencia” vigente desde hace 30 años; y libertad inmediata a los presos políticos. Bajo la supuesta “emergencia”, más de 10 mil egipcios y palestinos están prisioneros en las cárceles, muchos de ellos desde hace años y sin acusación formal. Muchos activistas, en sus mensajes de Internet, subrayan que la revolución no ha hecho más que empezar.
En las últimas semanas, la rebelión popular tomó otro color: la impresionante oleada proletaria presagia un nuevo embate popular para desmantelar el régimen y no dejar piedra sobre piedra de sus instituciones económicas, políticas y represivas. Cientos de miles de obreros han salido a la huelga y a la calle reclamando un amplísimo programa de reivindicaciones que incluye pago de salarios atrasados y aumento del salario mínimo, pero también el fin de los sindicatos subordinados al Estado, libertad para crear sindicatos independientes, y recuperación obrera y nacionalización de empresas públicas cerradas, vaciadas o privatizadas.
Pero en la ya legendaria Plaza Tahrir (Liberación) muchos carteles reclamaban al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA, que dirige quien durante 20 años fue ministro de Defensa del régimen mubarakista) el cumplimiento de todo el programa democrático que motivó la pueblada: fuera el “viejo gobierno” y formación de otro provisorio y representativo que garantice un proceso democrático; derogación de la ley “de emergencia” vigente desde hace 30 años; y libertad inmediata a los presos políticos. Bajo la supuesta “emergencia”, más de 10 mil egipcios y palestinos están prisioneros en las cárceles, muchos de ellos desde hace años y sin acusación formal. Muchos activistas, en sus mensajes de Internet, subrayan que la revolución no ha hecho más que empezar.
En las últimas semanas, la rebelión popular tomó otro color: la impresionante oleada proletaria presagia un nuevo embate popular para desmantelar el régimen y no dejar piedra sobre piedra de sus instituciones económicas, políticas y represivas. Cientos de miles de obreros han salido a la huelga y a la calle reclamando un amplísimo programa de reivindicaciones que incluye pago de salarios atrasados y aumento del salario mínimo, pero también el fin de los sindicatos subordinados al Estado, libertad para crear sindicatos independientes, y recuperación obrera y nacionalización de empresas públicas cerradas, vaciadas o privatizadas.
La clase obrera en el centro del escenario
La gigantesca rebelión popular egipcia, y en las últimas semanas la irrupción masiva de la clase obrera con una vasta ola de huelgas en los sectores más diversos, hicieron volar por los aires no sólo al tirano Mubarak, sino también los estereotipos de la prensa imperialista que presentan a los países del Oriente Medio como sociedades feudales y uniformadas en el fundamentalismo islámico. Los combativos trabajadores de la gran fábrica textil Hilados y Tejidos de Egipto (24.000 obreros, situada en la ciudad industrial de Mahalla, en el delta del Nilo) fueron el principal motor del Movimiento Juvenil 6 de Abril, núcleo de la rebelión que el 11 de febrero derrocó la dictadura de 30 años de Mubarak (ver “Una central sindical…”).
Desafiando los llamados del gobierno militar a que cesaran las huelgas, cientos de miles de trabajadores egipcios salieron a la lucha desbordando a las direcciones sindicales subordinadas a las patronales, al mubarakismo o a los militares “de transición”, que durante décadas tuvieron las huelgas prohibidas o bajo rígido control de la central sindical oficialista.
La caída de Mubarak desató un aluvión de movilizaciones obreras contra la miseria salarial y las opresivas condiciones de trabajo, y por derechos laborales y sociales. “Nuestra revolución no está completada –declaró Karim El-Beheiry, joven activista gremial, a Intifada Electrónica (17-02-2011)–. Todavía estamos bajo el control del mismo ejército y del mismo gobierno que antes, y ellos se niegan a reconocer nuestros derechos”.
Sobrevuela el peligro de una represión sangrienta. Los trabajadores de Telecom Egipto obtuvieron un aumento salarial del 15 por ciento, pero el gobierno militar amenazó con la prohibición de las huelgas con el pretexto de que ponen en riesgo la economía y la “seguridad” del país, y una parte de la gran burguesía egipcia le reclama “mano dura”.
La gigantesca rebelión popular egipcia, y en las últimas semanas la irrupción masiva de la clase obrera con una vasta ola de huelgas en los sectores más diversos, hicieron volar por los aires no sólo al tirano Mubarak, sino también los estereotipos de la prensa imperialista que presentan a los países del Oriente Medio como sociedades feudales y uniformadas en el fundamentalismo islámico. Los combativos trabajadores de la gran fábrica textil Hilados y Tejidos de Egipto (24.000 obreros, situada en la ciudad industrial de Mahalla, en el delta del Nilo) fueron el principal motor del Movimiento Juvenil 6 de Abril, núcleo de la rebelión que el 11 de febrero derrocó la dictadura de 30 años de Mubarak (ver “Una central sindical…”).
Desafiando los llamados del gobierno militar a que cesaran las huelgas, cientos de miles de trabajadores egipcios salieron a la lucha desbordando a las direcciones sindicales subordinadas a las patronales, al mubarakismo o a los militares “de transición”, que durante décadas tuvieron las huelgas prohibidas o bajo rígido control de la central sindical oficialista.
La caída de Mubarak desató un aluvión de movilizaciones obreras contra la miseria salarial y las opresivas condiciones de trabajo, y por derechos laborales y sociales. “Nuestra revolución no está completada –declaró Karim El-Beheiry, joven activista gremial, a Intifada Electrónica (17-02-2011)–. Todavía estamos bajo el control del mismo ejército y del mismo gobierno que antes, y ellos se niegan a reconocer nuestros derechos”.
Sobrevuela el peligro de una represión sangrienta. Los trabajadores de Telecom Egipto obtuvieron un aumento salarial del 15 por ciento, pero el gobierno militar amenazó con la prohibición de las huelgas con el pretexto de que ponen en riesgo la economía y la “seguridad” del país, y una parte de la gran burguesía egipcia le reclama “mano dura”.
Con la cabeza de los dirigentes
Además de los salarios y beneficios sociales, lo que desde hace tres años fue acumulando la indignación que ahora estalla es la abismal disparidad de condiciones de vida entre patronales enriquecidas y obreros superexplotados que, en muchos casos, ganan el equivalente a menos de 30 dólares por mes. Recién en octubre pasado el Consejo Nacional del Salario había aumentado el salario mínimo de 20 a 70 dólares, sueldos igualmente de hambre.
El miércoles 16 de febrero los trabajadores de Hilados y Tejidos de Egipto en Mahalla volvieron a salir a la lucha, con reclamos no sólo económicos sino sociales y políticos. Exigen la destitución del gerente general y el presidente de la empresa como responsables del enorme déficit acumulado por la compañía en los dos últimos años, y también del jefe de asuntos jurídicos y del jefe de seguridad. Demandan la designación de una gerencia provisoria y libertad sindical.
Los trabajadores de Mahalla levantan un programa muy avanzado de reclamos económicos, de organización del trabajo y democráticos, incluyendo: que se evalúen las calificaciones antes y después de la incorporación a la fábrica, actualización de las habilidades a evaluar; prioridad de los hijos de los obreros en las incorporaciones; derecho de las mujeres calificadas a ocupar posiciones de dirección; aumento del 300% en las primas mensuales; y reincorporación de todos los dirigentes sindicales despedidos o “retirados” en los últimos años.
Pronto fueron secundados por los 6.000 obreros de la textil Damietta, que también demandan el cambio de la dirección de su empresa. La extensión de las huelgas a la banca obligó al CSFA a prolongar el feriado bancario.
Temeroso del masivo estado de movilización popular, el gobierno militar accedió a algunas demandas puntuales y amenazó veladamente en su Comunicado Nº 5 a los huelguistas. Hasta ahora evitó reprimir abiertamente.
Además de los salarios y beneficios sociales, lo que desde hace tres años fue acumulando la indignación que ahora estalla es la abismal disparidad de condiciones de vida entre patronales enriquecidas y obreros superexplotados que, en muchos casos, ganan el equivalente a menos de 30 dólares por mes. Recién en octubre pasado el Consejo Nacional del Salario había aumentado el salario mínimo de 20 a 70 dólares, sueldos igualmente de hambre.
El miércoles 16 de febrero los trabajadores de Hilados y Tejidos de Egipto en Mahalla volvieron a salir a la lucha, con reclamos no sólo económicos sino sociales y políticos. Exigen la destitución del gerente general y el presidente de la empresa como responsables del enorme déficit acumulado por la compañía en los dos últimos años, y también del jefe de asuntos jurídicos y del jefe de seguridad. Demandan la designación de una gerencia provisoria y libertad sindical.
Los trabajadores de Mahalla levantan un programa muy avanzado de reclamos económicos, de organización del trabajo y democráticos, incluyendo: que se evalúen las calificaciones antes y después de la incorporación a la fábrica, actualización de las habilidades a evaluar; prioridad de los hijos de los obreros en las incorporaciones; derecho de las mujeres calificadas a ocupar posiciones de dirección; aumento del 300% en las primas mensuales; y reincorporación de todos los dirigentes sindicales despedidos o “retirados” en los últimos años.
Pronto fueron secundados por los 6.000 obreros de la textil Damietta, que también demandan el cambio de la dirección de su empresa. La extensión de las huelgas a la banca obligó al CSFA a prolongar el feriado bancario.
Temeroso del masivo estado de movilización popular, el gobierno militar accedió a algunas demandas puntuales y amenazó veladamente en su Comunicado Nº 5 a los huelguistas. Hasta ahora evitó reprimir abiertamente.
La tromba proletaria
Cuando el CSFA emitió su comunicado por televisión, la ola huelguística ya barría prácticamente todo el país. En algunos casos, con demandas y medidas de democracia directa muy parecidas a las que florecieron en nuestro Argentinazo. Lo que sigue es un resumen incompleto de las luchas de las dos últimas semanas.
Según la CNN, el cierre bancario ordenado por el Banco Central el lunes 14 no se debió tan sólo a los temores de un retiro masivo de depósitos, sino a que la lucha de los bancarios había terminado en la destitución del presidente del Banco Nacional de Egipto. Los empleados exigen, entre otras cosas, que sus empleos temporarios –que se generalizaron con la flexibilización laboral impuesta por Mubarak y sus socios imperialistas– sean convertidos en permanentes.
Según informaron Al Yazira, The Wall Street Journal y otros medios, las huelgas se multiplicaron en empresas tanto privadas como estatales: en la prensa, empresas siderúrgicas, correo, ministerio de salud, choferes de colectivos, minas de fosfato, y en la estatal de electricidad. Tres mil ferroviarios manifestaron frente a la Autoridad de la empresa en El Cairo e interrumpieron el tránsito de trenes con sentadas en las vías; otros 800 trabajadores y técnicos, empleados de la empresa ferroviaria Monte de los Olivos en Alejandría, exigieron elevación del tope salarial, oficialización de los empleos temporales y restablecimiento de la relación de dependencia.
Cientos de conductores del transporte público manifestaron sus demandas de aumento salarial ante los edificios de la televisión y la radio estatales. Con igual reclamo varios centenares de conductores de ambulancias alinearon sus vehículos sobre una avenida de la capital del distrito de Gaza. Trabajadores de un túnel vehicular clave en el tránsito de El Cairo amenazaron cortarlo si no se les concedía el aumento reclamado.
Empleados en huelga de EgyptAir, la empresa nacional de aeronavegación comercial, lograron el “despido” del jefe de la misma. Los de la Opera House reclamaron la destitución de su director por corrupción. Miles de trabajadores petroleros manifestaron frente al Ministerio de Petróleo en Ciudad Nasr exigiendo la destitución del ministro del ramo: además de sus demandas económicas piden que cesen las exportaciones de gas a Israel.
Huelgas y manifestaciones se producen también fuera de El Cairo, desde la sureña Asuán hasta la norteña Alejandría. En Beni Sueif y en Kaliubiya, empobrecidas ciudades al sur de la capital egipcia, miles de personas reclamaron la distribución de viviendas económicas construidas por el estado; unas 60.000 de esas unidades fueron ocupadas por familias.
También se declararon en huelga los trabajadores de la mina de oro de Sukari, cerca de la ciudad de Marsa Alam, próxima al Mar Rojo. 700 trabajadores que sirven en la fuerza multinacional de “mantenimiento de la paz” de las Naciones Unidas en la península de Sinaí –cuya misión es custodiar el cumplimiento de los acuerdos egipcio-israelíes de 1977– hicieron sentadas en reclamo de aumentos salariales en el exterior de sus asentamientos en Sharm El-Sheik y El Gorah.
Cuando el CSFA emitió su comunicado por televisión, la ola huelguística ya barría prácticamente todo el país. En algunos casos, con demandas y medidas de democracia directa muy parecidas a las que florecieron en nuestro Argentinazo. Lo que sigue es un resumen incompleto de las luchas de las dos últimas semanas.
Según la CNN, el cierre bancario ordenado por el Banco Central el lunes 14 no se debió tan sólo a los temores de un retiro masivo de depósitos, sino a que la lucha de los bancarios había terminado en la destitución del presidente del Banco Nacional de Egipto. Los empleados exigen, entre otras cosas, que sus empleos temporarios –que se generalizaron con la flexibilización laboral impuesta por Mubarak y sus socios imperialistas– sean convertidos en permanentes.
Según informaron Al Yazira, The Wall Street Journal y otros medios, las huelgas se multiplicaron en empresas tanto privadas como estatales: en la prensa, empresas siderúrgicas, correo, ministerio de salud, choferes de colectivos, minas de fosfato, y en la estatal de electricidad. Tres mil ferroviarios manifestaron frente a la Autoridad de la empresa en El Cairo e interrumpieron el tránsito de trenes con sentadas en las vías; otros 800 trabajadores y técnicos, empleados de la empresa ferroviaria Monte de los Olivos en Alejandría, exigieron elevación del tope salarial, oficialización de los empleos temporales y restablecimiento de la relación de dependencia.
Cientos de conductores del transporte público manifestaron sus demandas de aumento salarial ante los edificios de la televisión y la radio estatales. Con igual reclamo varios centenares de conductores de ambulancias alinearon sus vehículos sobre una avenida de la capital del distrito de Gaza. Trabajadores de un túnel vehicular clave en el tránsito de El Cairo amenazaron cortarlo si no se les concedía el aumento reclamado.
Empleados en huelga de EgyptAir, la empresa nacional de aeronavegación comercial, lograron el “despido” del jefe de la misma. Los de la Opera House reclamaron la destitución de su director por corrupción. Miles de trabajadores petroleros manifestaron frente al Ministerio de Petróleo en Ciudad Nasr exigiendo la destitución del ministro del ramo: además de sus demandas económicas piden que cesen las exportaciones de gas a Israel.
Huelgas y manifestaciones se producen también fuera de El Cairo, desde la sureña Asuán hasta la norteña Alejandría. En Beni Sueif y en Kaliubiya, empobrecidas ciudades al sur de la capital egipcia, miles de personas reclamaron la distribución de viviendas económicas construidas por el estado; unas 60.000 de esas unidades fueron ocupadas por familias.
También se declararon en huelga los trabajadores de la mina de oro de Sukari, cerca de la ciudad de Marsa Alam, próxima al Mar Rojo. 700 trabajadores que sirven en la fuerza multinacional de “mantenimiento de la paz” de las Naciones Unidas en la península de Sinaí –cuya misión es custodiar el cumplimiento de los acuerdos egipcio-israelíes de 1977– hicieron sentadas en reclamo de aumentos salariales en el exterior de sus asentamientos en Sharm El-Sheik y El Gorah.
¿Qué perspectivas?
La ola huelguística se inició en el propio curso de la lucha por el derrocamiento de Mubarak. A principios de febrero pararon 6.000 trabajadores de cinco empresas propiedad de la Autoridad del Canal de Suez en Ismailía, Suez y Port Said. En Suez manifestaron 2.000 obreros textiles. En Port Said 3.000 personas incendiaron el edificio de la gobernación al descubrirse por casualidad que las solicitudes de viviendas saludables en reemplazo de los tugurios en que residen habían sido tiradas a tachos de basura.
4.000 trabajadores de la planta que fabrica el jarabe-base de Coca-Cola en Heluan exigieron equiparación del salario básico de los recién incorporados con el de los metalúrgicos, pago de salarios caídos, aumento de incentivos y jubilaciones, y la investigación de irregularidades financieras reveladas por la Agencia Central de Auditoría.
2.000 empleados de la compañía farmacéutica Sigma pararon en Quesna por salarios, promociones y el despido de funcionarios corruptos. Más de 500 temporarios de la Universidad de El Cairo manifestaron pidiendo su efectivización. Y 5.000 trabajadores desocupados saquearon un edificio gubernamental en Asuán, extremo sur de Egipto.
Se calcula que en los últimos años se llevaron a cabo en Egipto no menos de 3.000 huelgas, protagonizadas por unos 2 millones de trabajadores. Este fue el telón de fondo sobre el que se inició la gran movilización del 25 de enero que culminó con la renuncia del dictador Mubarak.
No sabemos si existe en Egipto una fuerza política arraigada en la clase obrera y capaz de unir alrededor de ella a todos los sectores populares. Pero la irrupción del proletariado egipcio en medio de una gigantesca pueblada de alcance nacional y regional antiimperialista le imprime a la rebelión perspectivas revolucionarias.
La ola huelguística se inició en el propio curso de la lucha por el derrocamiento de Mubarak. A principios de febrero pararon 6.000 trabajadores de cinco empresas propiedad de la Autoridad del Canal de Suez en Ismailía, Suez y Port Said. En Suez manifestaron 2.000 obreros textiles. En Port Said 3.000 personas incendiaron el edificio de la gobernación al descubrirse por casualidad que las solicitudes de viviendas saludables en reemplazo de los tugurios en que residen habían sido tiradas a tachos de basura.
4.000 trabajadores de la planta que fabrica el jarabe-base de Coca-Cola en Heluan exigieron equiparación del salario básico de los recién incorporados con el de los metalúrgicos, pago de salarios caídos, aumento de incentivos y jubilaciones, y la investigación de irregularidades financieras reveladas por la Agencia Central de Auditoría.
2.000 empleados de la compañía farmacéutica Sigma pararon en Quesna por salarios, promociones y el despido de funcionarios corruptos. Más de 500 temporarios de la Universidad de El Cairo manifestaron pidiendo su efectivización. Y 5.000 trabajadores desocupados saquearon un edificio gubernamental en Asuán, extremo sur de Egipto.
Se calcula que en los últimos años se llevaron a cabo en Egipto no menos de 3.000 huelgas, protagonizadas por unos 2 millones de trabajadores. Este fue el telón de fondo sobre el que se inició la gran movilización del 25 de enero que culminó con la renuncia del dictador Mubarak.
No sabemos si existe en Egipto una fuerza política arraigada en la clase obrera y capaz de unir alrededor de ella a todos los sectores populares. Pero la irrupción del proletariado egipcio en medio de una gigantesca pueblada de alcance nacional y regional antiimperialista le imprime a la rebelión perspectivas revolucionarias.