1. El estallido de la actual crisis económica argentina fue casi simultáneo con la caída de la economía mundial en la última crisis cíclica (1981-1983). En nuestro país la quiebra del grupo bancario BIR (en 1981) y la quiebra y liquidación de otros bancos (Banco Los Andes; Oddone; entre otros) ligados en su mayoría al grupo financiero prosoviético, grupo que estuvo estrechamente asociado al grupo hegemónico en la dictadura militar, detonó la crisis cíclica de cuya fase depresiva, aún hoy, la economía nacional no ha logrado salir. Por un decreto firmado por Videla la dictadura otorgó, entonces, 5.000 millones de dólares a ese grupo, tratando de evitar su bancarrota. No sólo no la evitó: al emitir moneda nacional por un equivalente a ese monto desencadenó un proceso de inflación del que aún tampoco hemos salido. Desde entonces, salvo cortísimos períodos, hemos tenido depresión e inflación. Los países imperialistas de Occidente salieron hace años de la fase de depresión del ciclo pero nuestra economía no logra hacerlo. Una vez más se evidencia, como se dijo muchas veces, que, siendo el nuestro un país dependiente, cuando las potencias imperialistas se resfrían nuestra economía pesca una pulmonía. Y como la dependencia económica del país se agrava cada día más, los períodos de enfermedad son cada vez más graves y más largos.
En 1988 el producto por habitante fue –según datos oficiales– un 15% inferior al de diciembre de 1983; y éste ya era muy inferior al de 1974. La producción agropecuaria ha descendido en relación con la de 1982-1983. La producción industrial se mantuvo prácticamente estancada luego de 1975, y a partir de 1981 directamente retrocedió en relación a aquél año. Según los datos del Banco Central y el Consejo Federal de Inversiones, estudios de la Organización Panamericana de la Salud han estimado que el ingreso per cápita cayó en el orden nacional, entre 1980-1981, en australes de 1987, de 552,16 australes a 491 australes y en el Gran Buenos Aires de 667 australes a 569,36 australes. Según el Ministerio de Trabajo hay actualmente 900.000 desocupados totales y más de 3.600.000 entre desocupados y subocupados. Hay que agregar a esta cifra 1.500.000 cuentapropistas que sobreviven “changueando”, en condiciones muy precarias y sin ningún beneficio social. Millones de personas viven por debajo del límite de pobreza. En los cinturones que rodean a las grandes ciudades, centenares de miles (sólo en Rosario más de 200.000) lo hacen en condiciones de miseria extrema. En el Gran Buenos Aires –según estudios de la Organización Panamericana de la Salud– si a principios de la década del 80 uno de cada cinco hogares podía ser clasificado como pobre, en 1987 la relación había aumentado a uno cada tres. El crecimiento de la renta terrateniente y de los beneficios monopolistas, lejos de inyectarse en el país, se volcaron a la especulación; así por ejemplo se evaporó gran parte de los abultados superávit comerciales externos y alrededor de 40.000 millones de dólares de capitales de origen nacional (al igual que en la mayoría de los países de América Latina) han emigrado. La deuda externa supera los 60.000 millones de dólares y la Argentina ha sido declarada “país no confiable” (no recibe créditos externos y debe pagar al contado sus importaciones y servicios). Se han paralizado la mayoría de las obras públicas y la construcción de viviendas populares; la mayoría de la población del Gran Buenos Aires carece de cloacas y agua corriente. Se han agravado la crisis hospitalaria y la educacional hasta límites no conocidos en el país.
Entre 1969 y 1988 hay 155.000 explotaciones agropecuarias menos. Sólo en la Pampa Húmeda han desaparecido, desde entonces, unas 82.000 explotaciones. Esto pese a que los terratenientes parcelan sus latifundios para reducir el monto del impuesto inmobiliario, por lo que es de imaginar que el número real de productores agropecuarios que ha dejado el campo es aún mayor.
En el país ha aparecido un fenómeno nuevo: una enorme masa de población desocupada en forma crónica, permanente, que en el mejor de los casos sólo trabaja un corto período de tiempo al año. Una enorme masa de población castigada por el hambre, de tal manera, que en el país de las cosechas record el “país de las vacas y el trigo”, gran exportador de todo tipo de productos agro pecuarios, existen bolsones de pobreza (sobre todo en las provincias del norte) que superan a los de otros países de América Latina, y sólo pueden ser comparados con algunos países africanos. En los años 1989 y 1990, en algunas zonas de NOA en las que reina soberano el latifundio azucarero, la desnutrición infantil en menores de cinco años pasó del 5% en 1980 al 40% en la actualidad.
Las masas juveniles sufren, la desocupación y la falta de perspectivas. Tanto en la ciudad como en el campo. Miles de jóvenes desertan de la escuela secundaria y la universidad. Miles de profesionales jóvenes —cuya educación costó al país mucho trabajo– emigran.
La situación de la vejez también se ha agravado con jubilaciones de hambre, con el precio de medicamentos por las nubes, y por el hecho de que existe una enorme masa, especialmente de mujeres, que carece de toda jubilación o pensión.
La crisis actual se da en el marco de una agudización de la dependencia del país ante el imperialismo, de un fortalecimiento del latifundio y la parasitaria clase de los terratenientes y del crecimiento de la corrupción, que salpica a todo el aparato estatal oligárquico-imperialista.
La crisis de estructura
La crisis coyuntural, ese fenómeno periódico que sacude y a la vez regula, cíclicamente, la economía capitalista, adquiere características especiales en países dependientes como el nuestro, donde aún se conservan las lacras del atraso que proviene de la no realización de la revolución agraria y antiimperialista. Todavía más en las condiciones actuales, cuando la dependencia al imperialismo se ha reforzado luego del gobierno dictatorial y de los casi seis años de política alfonsinista. Se ha reforzado la dependencia tecnológica del país y la dependencia en insumos básicos, incluso para la agricultura y la ganadería. Cargamos el fardo de una gigantesca deuda externa y mantenemos una economía fundamentalmente agroexportadora o exportadora –en el último período– de aquellos productos industriales (acero, aluminio, productos petroquímicos, etc.) que en la nueva división internacional del trabajo los países imperialistas asignan para producir a los países del Tercer Mundo. En algunos casos, como sucede con los contratos de pesca con la URSS, en condiciones de enclave semicolonial. Esto cuando los precios de las materias primas y productos agropecuarios que exportan los países del Tercer Mundo “han llegado a sus niveles más bajos de la historia en relación con los precios de los bienes manufacturados y servicios en general, tan bajos como en los peores años de la Gran Depresión “… “si los precios de las materias primas en relación a los precios de los bienes manufacturados hubieran mantenido el nivel de 1973 o incluso de 1979, no habría crisis en la mayor parte de los países deudores, especialmente los latinoamericanos”1 Así los países imperialistas pudieron descargar los efectos de la crisis de 1981-1983 sobre los países del Tercer Mundo.
4. Las políticas dictadas por el Fondo Monetario Internacional a partir de la crisis capitalista última, presionaron para devaluar permanentemente nuestra moneda para así estimular las exportaciones y comprimir las importaciones, lo que ha hecho que nuestros productos de exportación se vendan a precios inferiores a los precios ya bajos del mercado internacional. Esto ha llevado a comprimir en una forma sin precedentes la demanda interior y a la caída del salario real. Esto ha sido así en todos los países de América Latina, y en la Argentina en especial. Como resultado, principalmente, de la política de la dictadura militar, somos uno de los 17 países “altamente endeudados” del mundo, lo que nos somete a una tremenda presión de la banca acreedora.
El desarrollo de algunas ramas industriales, en las últimas décadas, (petroquímica, aluminio, acero, celulosa y papel) no se ha hecho para afirmar un rumbo independiente del país. Ha sido subordinado a los intereses globales de los monopolios imperialistas y, consecuentemente, ha aumentado nuestra dependencia. La interdependencia, de la que tanto se habla actualmente,
significa, en nuestro caso, una creciente dependencia. La interdependencia es el resultado del desarrollo capitalista que ya con la gran industria –como dijo Marx– en el siglo pasado, “creó el moderno mercado mundial… creó la historia universal”; y como escribieron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, estableció “una interdependencia universal de las naciones.”
¿Qué predomina en la relación crecientemente interdependiente entre los países centrales y la periferia del Tercer Mundo? ¿La cooperación o la dependencia? Predomina la dependencia. En realidad lo que se pretende negar cuando se afirma lo contrario, es la existencia del imperialismo. Los centros imperialistas mundiales tienen palancas económicas que les permiten determinar la orientación y el ritmo de crecimiento de las economías de países como el nuestro. Con el avance tecnológico, en tanto nuestro país no se independice, el abismo que nos separa de los países desarrollados crece geométricamente.
La Argentina es un país oprimido por el imperialismo. Y la regla, en un país oprimido, es que en él la opresión de las masas es doble. Porque también la burguesía nacional y el campesinado en su conjunto –incluso el rico– son oprimidos por el imperialismo. Debe acumular la burguesía propia y la extranjera y esto lo pagan las masas explotadas con una doble opresión.
5. También creció el peso del latifundio y el parasitismo de la renta agraria sobre el conjunto de la producción. Lo fundamental de la producción de granos se hace pagando arriendos que van del 35 hasta el 50 % de la producción en la pampa húmeda. Los terratenientes, en general, introducen máquinas y mejoras de diverso tipo para modernizar sus explotaciones; pero conservan, en mayor o menor medida, relaciones impregnadas de resabios precapitalistas. Se modernizan pero no olvidan las mañas de su pasado semifeudal. Por eso se mantienen formas atrasadas de renta (en especie e incluso en trabajo) en grandes zonas del país y en otras la renta en dinero sólo esconde la realidad de una relación de producción precapitalista basada en el trabajo familiar.
Según repitió Antonio Cafiero durante la última campaña electoral, la oligarquía tradicional “ya no existe” en la provincia de Buenos Aires. Se habría evaporado. Pero una investigación reciente, realizada por el economista Eduardo Basualdo, publicada en Página 12 (11/3/90) en los 27 partidos de la cuenca del Salado en esa provincia (cuna de la más rancia oligarquía argentina) demuestra que “desde hace décadas, los grandes propietarios agropecuarios bonaerenses están dividiendo, artificialmente, sus propiedades agropecuarias para, de esta manera, eludir el pago de impuestos a la propiedad inmobiliaria rural’ y que este proceso “en nada afecta la concentración de la tierra ya que las parcelas en que se subdividen las grandes propiedades siguen perteneciendo, directa o indirectamente, a los mismos dueños”. Se comprueba que “la espectacular subdivisión de las grandes propiedades coexiste con una no menos importante concentración de la tierra” y se comprueba, en esos 27 departamentos, que “el estrato de 5.000 ó más hectáreas concentra el 29,6% de la extensión de la muestra (1 millón 300.000 hectáreas)”. Se encuentran entre los grandes propietarios que tienen más de 10.000 hectáreas los apellidos de “conocidas familias de la oligarquía argentina como Marín, Garciarena o Pueyrredón” y entre los grupos empresarios que manejan también empresas en otras actividades económicas se encuentran “conspicuos integrantes de la oligarquía argentina como los Duhau, Larreta, Anchorena, Leloir, Apellaniz, etc. “Y entre los grupos industriales que tienen propiedades agropecuarias y controlan el 17% de la extensión de los grandes propietarios en la zona, se encuentran “Loma Negra, Bunge y Born, Terrabusi y Bemberg” Que explotan sus tierras con todas las mañas semifeudales de la oligarquía. Todo en el centro tradicional de la oligarquía argentina; lo que comprueba que ésta goza de buena salud, pese a las opiniones de Cafiero y Felipe Solá.
Para tomar otro caso: en la cuenca tambera de Villa María, en la provincia de Córdoba, zona riquísima de la Pampa Húmeda, sobre 2.680 explotaciones tamberas, 2.025 se explotan con tanteros medieros. La mayoría de éstos está lejos de ser empresarios capitalistas como imaginan los trotzquistas y revisionistas. El 55% de los tambos de esa zona se explotan a mano. La mayoría de esos contratos de mediería es “de palabra”.
También en la riquísima (y cercana a la Capital) zona de Magdalena-Chascomús, la mayoría de los tambos aún se explota a mano, sobre la base fundamental del trabajo familiar del mediero.
6. Los sucesivos planes de ajuste que han pretendido resolver la crisis han agravado las causas de fondo de ésta; la dependencia al imperialismo y el atraso latifundista. Han aplicado planes llamados “monetaristas”, que pretenden parar la inflación y acumular fondos para aliviar la deuda externa a costa de estrechar aún más el mercado interno y no impulsar la producción. Sin medidas de fondo que golpeen a los grandes monopolios, a los terratenientes, al capital intermediario, que gracias a la crisis se han enriquecido en forma inaudita en estos años, no se podrá resolver en forma progresista la crisis actual. Se la podrá “resolver”, en el mejor de los casos, como en Chile, en Bolivia, y en México, agravando todos los males estructurales de nuestra estructura económico-social y creando condiciones para una crisis aún más profunda en el futuro. Sólo la revolución democrática, popular, agraria y antiimperialista, en marcha ininterrumpida al socialismo, podrá aplicar esas medidas de fondo necesarias para la felicidad del pueblo y el progreso nacional.
Sin una política revolucionaria no podrá evitarse que el pueblo pague las consecuencias de la crisis. Con medidas reformistas se podrá aliviar, transitoriamente, para uno u otro sector, esas consecuencias, pero no será posible impedir que las clases dominantes utilicen la propia crisis para su enriquecimiento y fortalecimiento.
La lucha revolucionaria de la clase obrera y el pueblo enfrenta a enemigos muy poderosos y deberá destrozar, para triunfar, el Estado oligárquico-imperialista que las clases dominantes han construido, durante muchas décadas, como principal instrumento de su dominio.
Desde hace muchas décadas, las familias de terratenientes hegemónicas en las diferentes regiones del país (Pampa Húmeda, Noroeste, Noreste, Centro, Cuyo Patagonia) han ido entrelazando sus intereses con los del capital monopolista, y en especial con el capital financiero, nacional y extranjero. Simultáneamente, los principales grupos de capital monopolista que actúan en el país se han hecho dueños de extensas propiedades agropecuarias. Con la política seguida luego de 1976 esta verdadera rosca oligárquico-imperialista hizo grandes negocios, aprovechando los favores del Estado mediante el recurso de la especulación más desenfrenada. Los estallidos hiperinflacionarios de 1989 y 1990 le permitieron, también, acumular grandes beneficios. La lucha interimperialista y la lucha de diferentes camarillas (exportadores versus mercado-internistas; contratistas del Estado versus exportadores; industrialistas versus terratenientes exportadores, etc.) vinculadas cada una de ellas predominantemente a uno u otro imperialismo, desgarran a esas clases dominantes, especialmente en los momentos de crisis, como éste, y facilitan la lucha de la clase obrera y el pueblo por su liberación, siempre que se tenga en cuenta que, estratégicamente, todos los imperialismos y todos los terratenientes son enemigos de la revolución y se oponen a ésta.