Los miembros del colectivo de la diversidad sexual (lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transgénero, transexuales, intersex y queer) sufrimos durante toda nuestra vida el estigma de la discriminación que nos impone el Estado y la sociedad hetero-patriarcal. Desde nuestra infancia se nos impone que la forma de la sexualidad es solo una, la heterosexual; y que el sexo tiene una sola función: la reproductiva. Que si naciste con genitales masculinos sos “hombre” y que si naces con genitales “femeninos” sos “mujer”. No importa lo que sientas, no importa lo que te guste, si te desviás de la norma estas “enferma/o”. La única herramienta que nos brinda la sociedad es la vergüenza, la clandestinidad, el clóset. Somos el único colectivo que tiene que atravesar el proceso de “salir del clóset” – asumir públicamente lo que nuestro sentir nos dicta como correcto en materia sexo afectiva – frente a nuestra familia, frente a nuestros amigas y amigos y frente a la sociedad. Todo esto con el estigma de la vergüenza y la posibilidad (casi certera) de sufrir violencia, de ser rechazados por nuestras familias y excluidos de nuestros grupos de pertenencia. Esta forma de violencia se vuelve más cruda en los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. En el caso de las personas trans la mayoría son expulsadas de sus hogares a temprana edad, no pueden terminar sus estudios, ni acceder a un trabajo formal, por lo que la prostitución termina siendo la única forma de sobrevivir.
El Estado y la institución de la Iglesia Católica cumplen un rol fundamental en la regulación de las conductas sexuales, el rol de guardián moral que ejerce el Estado sobre los cuerpos y las sexualidades abre un debate enorme sobre los instrumentos del poder normalizador, debate que se tensó durante el debate de la ley de aborto durante este año. Instituciones como la escuela, la familia, las religiones, la policía cumplen su función opresiva normalizadora y patologizante sobre las sexualidades no heterosexuales. Sin embargo, escapa a las pretensiones de esta nota abordar dichos debates.
Por eso el movimiento por los derechos de las minorías sexuales ha desarrollado formas específicas de lucha, entre ellos, la más importante es la Marcha del Orgullo Lésbico, gay, bisexual, transexual, travesti, transgénero, intersex y queer (Lgbtttiq). Su primera edición fue en Buenos Aires en 1992 y se realiza todos los años en el mes de noviembre. Ese noviembre de 1992 eran tan solo 300 personas, muchas y muchos debían marchar disfrazados, con máscaras, para que no los reconocieran por miedo a que los despidan de su trabajo o de las organizaciones de las que eran parte. Hay que recordar que en ese momento los homosexuales, las lesbianas y las travestis eran blanco distintivo de la condena moralista y perseguidos por la policía y el Estado (sobre la base de códigos de contravención homofóbicos). Año a año la marcha fue creciendo en masividad y recientemente ha comenzado a replicarse en muchas ciudades del país.
Es decir que, frente a una sociedad que nos margina, persigue y educa para la vergüenza, que busca encerrarnos en el clóset, el colectivo Lgbtttiq desarrolló el orgullo y la visibilidad como forma de lucha. El simple hecho de mostrar que se existe, salirse del ámbito privado, secreto, oculto, romper con la represión moral a la que los lanzaba la sociedad recuperando para sí la arena de lo público, reivindicando que lo sexual es político y que, por lo tanto, es necesaria la lucha por el reconocimiento de derechos. Como afirmó Carlos Jáuregui: “En una sociedad que nos educa para vergüenza, el orgullo es nuestra respuesta política”.
Las marchas se realizan todos los noviembres en Argentina porque se conmemora el surgimiento del primer grupo de lucha por los derechos de la comunidad Lgbtttiq. En 1968 (un año antes de los disturbios de Stonewall en Nueva York) surgía en nuestro país “Nuevo Mundo”, el primer grupo homosexual-sexopolítico de América del Sur. Reúne a diez personas entre las cuales hay obreros y delegados sindicales. Para la década del ‘70, ya son más de 10 organizaciones que se nuclean en el Frente de Liberación Homosexual (FLH), participan activamente de la política nacional incluso con una pequeña columna que va a recibir a Perón en Ezeiza. Esta organización se mantendrá hasta la dictadura militar del 76, momento en que es diezmada por la represión del terrorismo de Estado, en particular por la división de moralidad de la policía federal.
Desde el retorno de la democracia la lucha por los derechos de la diversidad sexual ha conseguido enorme victorias, entre ellas podemos nombrar: organizar y sostener la Marcha del Orgullo Gay Lésbico Travesti, Transexual, Transgénero, Bisexual, Intersexual y Queer; en 1996 el reconocimiento de la discriminación por orientación sexual en la constitución de la ciudad de Buenos Aires, en 2002 la ley de unión civil en la CABA, la ley de Educación Sexual Integral (ESI); en el año 2008 el Estado nacional reconoce por primer vez a las parejas del mismo sexo mediante el reconocimiento por parte de Anses de pensión por fallecimiento de la pareja. Más recientemente, en el 2010 el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género en 2012 y la Ley de Reproducción Humana Asistida.
Gracias a esta historia de lucha y construcción política, el movimiento por los derechos de la comunidad Lgbtiq en Argentina ha sido vanguardia en América Latina e incluso en el mundo entero. Actualmente el estallido de la lucha de las mujeres contra su doble opresión y por el aborto legal, ha dado un impulso enorme al movimiento por los derechos sexuales, y por la igualdad. Sin embargo, envalentonados por su victoria contra la sanción de la ley de interrupción voluntaria del embarazo (IVE), los sectores reaccionarios, principalmente religiosos católicos y evangelistas han comenzado una campaña de odio contra el movimiento de mujeres y en particular hacia la diversidad sexual y contra la implementación de la ESI. Como dijimos en la marcha del orgullo 2017 de Santa Fe, “sin putos, tortas, travas, bisexuales y travestis no hay educación sexual integral”.
El ajuste del gobierno de Macri golpea con dureza al colectivo Lgbtiq, la reducción del Ministerio de Salud a Secretaría y el desmantelamiento del programa de VIH/SIDA dificulta el acceso a los medicamentos y tratamientos necesarios para prevenir o contener la enfermedad. Los compañeros y las compañeras trans ven dificultado el acceso a las terapias hormonales. Esta situación se suma a la dificultad para acceder al sistema de salud pública en general, que opera patologizando nuestras identidades, discriminando y muchas veces negándonos la atención que nos corresponde.
La próxima marcha del orgullo es un momento clave para responder a todas estas provocaciones. Llevar las consignas de “basta de ajuste macrista” y por el aborto legal, seguro y gratuito peleando la unidad de todos los sectores, para lograr así fortalecer y defender este movimiento para conquistar el reconocimiento pleno de derechos a todos y todas, en especial hoy a las y los compañeros trans (varones y mujeres) encabezando la lucha por el cupo laboral trans y la lucha por justicia frente a cada travesticidio.
Escribe Luciano Moretti
Hoy N° 1744 21/11/2018