Esta matanza tuvo lugar en la Colonia Aborigen Napalpí, fundada en 1921 y cuyo nombre actual es Colonia Aborigen Chaco, cercana a Quitilipi, en esa provincia del Norte argentino. El nombre Napalpí en qomlaqtaq es cementerio, por la existencia allí de uno de esos lugares sagrados, donde se produciría precisamente esta masacre de 200 originarios, en 1924, durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear.
Esta matanza tuvo lugar en la Colonia Aborigen Napalpí, fundada en 1921 y cuyo nombre actual es Colonia Aborigen Chaco, cercana a Quitilipi, en esa provincia del Norte argentino. El nombre Napalpí en qomlaqtaq es cementerio, por la existencia allí de uno de esos lugares sagrados, donde se produciría precisamente esta masacre de 200 originarios, en 1924, durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear.
Fue una de las masacres de mayor magnitud cometida en Argentina durante el siglo XX, que solo habría sido superada por la menos conocida Masacre de Rincón Bomba o Genocidio pilagá, cerca de Las Lomitas, en la provincia de Formosa, entre el 10 de octubre y el 5 de noviembre de 1947, durante la presidencia de Juan Domingo Perón, cuando fueron exterminados por oficiales de la Gendarmería Nacional con ametralladoras más de mil personas: mujeres, niños, ancianos y hombres del pueblo pilagá, respondiendo, a las órdenes del gran terrateniente Robustiano Patrón Costas (1878-1965), quien había sido gobernador de la provincia de Salta.
Masacres y confinamientos
En 1884, con Julio Argentino Roca ya en la Presidencia de la Nación, tras la masacre y confinamiento de los originarios al sur del Río Colorado llamada Campaña al Desierto, el general Benjamín Victorica inició una campaña militar para someter a los pueblos originarios de los entonces territorios nacionales del Chaco y Formosa, que significó la masacre de millares de indígenas y la desintegración social y cultural de las distintas comunidades allí vivientes.
Se fundaron numerosos fortines con el fin de mantener a raya a los originarios vencidos. Sus tierras fueron entregadas a grandes estancieros y compañías imperialistas (en particular, la tristemente célebre La Forestal), algunas de ellas luego arrendadas o vendidas a colonos europeos, en particular italianos y franceses, con destino a la producción de algodón. Numerosas comunidades fueron confinadas en reducciones en donde fueron sometidas a un régimen de explotación muy cercano a la esclavitud. Una de tales reducciones era Napalpí.
Los qom y mocoví de esta reducción, se dedicaron al cultivo de algodón y estacionalmente al cuidado de las haciendas de los colonos de estancias vecinas.
En 1924 las autoridades de la reducción dispusieron que los originarios debían entregarles el 15% de su producción de algodón. Esto avivó las brasas del descontento que ya se venían expresado en el resurgimiento en las comunidades de prácticas chamánicas asociadas a la prédica de líderes originarios que aseguraban que los dioses volverían a la Tierra y les devolverían la vida a los indios que habían sido “mal muertos por los blancos”.
En este contexto comenzó a desarrollarse un movimiento huelguístico de no recolección y entrega del algodón, al que empezaron a sumarse campesinos blancos también expoliados por los terratenientes y el monopolio comercializador e industrializador de Bunge y Born. El gobernador del Chaco, Fernando Centeno, en connivencia con los grandes estancieros de la provincia, inició los preparativos para una feroz y brutal represión. En junio un chamán llamado Sorai fue muerto por la policía en un confuso episodio y poco tiempo después, probablemente en venganza, un colono francés fue muerto por los originarios.
La matanza
El 19 de julio de 1924 muy temprano, un grupo de unos 130 hombres, entre policías y grandes estancieros de la zona, fuertemente armados con fusiles Winchester y Mauser, rodearon el campamento donde los originarios reunidos bailaban en una fiesta religiosa organizada por los chamanes en la zona del Aguará, un área considerada sagrada por los originarios, ubicada dentro de los límites de la colonia. Creyendo que los dioses los protegerían de las armas de fuego de los hombres blancos, no estaban preparados para ofrecer resistencia a los disparos dirigidos contra el campamento durante cuarenta minutos. Luego los atacantes entraron al mismo para rematar a machetazos a los originarios que quedaban, muchos moribundos, incluidas mujeres y niños.
El 29 de agosto –cuarenta días después de la matanza–, el ex director de la Reducción de Napalpí Enrique Lynch Arribálzaga escribía una carta que fue leída en el Congreso Nacional: “La matanza de indígenas por la policía del Chaco continúa en Napalpí y sus alrededores; parece que los criminales se hubieran propuesto eliminar a todos los que se hallaron presente en la carnicería del 19 de julio, para que no puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados”.
Recuerdos del horror
A finales de los años veinte, el periódico Heraldo del Norte recordó así el hecho: “Como a las nueve de la mañana, y sin que los inocentes indígenas hicieran un sólo disparo, [los policías] hicieron repetidas descargas cerradas y enseguida, en medio del pánico de los indios (más mujeres y niños que hombres), atacaron. Se produjo entonces la más cobarde y feroz carnicería, degollando a los heridos sin respetar sexo ni edad”.
Los testimonios de testigos oculares hablan de unos doscientos muertos. Las fuentes coinciden en señalar que no hubo resistencia alguna por parte de los originarios, por lo que el hecho fue, en la práctica, un fusilamiento masivo seguido de actos aberrantes: “les extraían el miembro viril con testículos y todo, que guardaba la canalla como trofeo… Los de Quitilipi declararon que estos tristes trofeos fueron exhibidos luego, haciendo alarde de guapeza en la comisaría… Para completar el tétrico cuadro, la policía puso fuego a los toldos, los cadáveres fueron enterrados en fosas… hasta ocho cadáveres en cada una (y algunos quemados)”.
En el libro Memorias del Gran Chaco, la historiadora Mercedes Silva confirma el hecho y cuenta que al mocoví Pedro Maidana, uno de los líderes de la huelga “se lo mató de manera salvaje y se le extirparon los testículos y una oreja para exhibirlos como trofeo de batalla”.
En el libro Napalpí, la herida abierta, el periodista Mario Vidal detalla: “Los atacantes sólo cesaron de disparar cuando advirtieron que en los toldos no quedaba un indio que no estuviera muerto o herido. Los heridos fueron degollados, algunos colgados. Entre hombres, mujeres y niños fueron muertos alrededor de doscientos aborígenes y algunos campesinos blancos que también se habían plegado al movimiento huelguista”.
Napalpí no fue una matanza aislada, sino una práctica recurrente del poder político y los terratenientes –con la mano de obra policial o militar– para apropiarse de la tierra de los pobladores originarios e introducirlos por la fuerza a su sistema de producción, concentrándolos en reservas. La versión oficial, “civilizadora y cristiana”, siempre hablaba de malones o enfrentamientos despiadados. Pero siempre los muertos eran pobladores originarios.
En la matanza de Napalpí, ninguno de los hombres que cometieron la masacre murió o resultó herido y nunca se realizó una investigación ni se llevó a juicio a los culpables. Recién, en enero de 2008, el gobierno de la provincia del Chaco pidió disculpas públicas y oficiales por la masacre y rindió homenaje a la única sobreviviente, Melitona Enrique, que cumplía 107 años ese día y que fallecería el 13 de noviembre de 2008.