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22 de April de 2020

La pandemia y Kissinger

A comienzos de abril Henry Kissinger, longevo estratega y operador del ala más conservadora del capitalismo imperialista norteamericano, escribió en The Wall Street Journal de Nueva York algunas opiniones acerca del mundo post coronavirus. Tomaremos la parte sustancial para confrontarla con nuestras reflexiones.

Empezó explicando que “ahora, como a fines de 1944 existe una sensación de peligro incipiente, dirigido a ninguna persona en particular y que golpea al azar y devastadoramente, sin embargo, hay una diferencia importante entre ese tiempo lejano y el nuestro: La resistencia estadounidense fue entonces fortificada por un propósito nacional. Ahora, en un país dividido, es necesario un Gobierno eficiente y con visión de futuro para superar los obstáculos sin precedentes en magnitud y alcance global. Mantener la confianza pública es crucial para la solidaridad social, para la relación de las sociedades entre sí y para la paz y la estabilidad internacionales”. Por lo que conocemos, dicha confianza ha sido minada por la necedad inicial con que algunos líderes del mundo, con Trump a la cabeza, subestimaron y minimizaron la pandemia.

Pretendiendo evitar la discusión en el seno del pueblo norteamericano, continúa diciendo: “Cuando termine la pandemia de COVID-19, se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado, la realidad es que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus, discutir ahora sobre el pasado solo hace que sea más difícil hacer lo que hay que hacer. Sin embargo, la agitación política y económica que ha desatado podría durar por generaciones. Ningún país, ni siquiera Estados Unidos, puede en un esfuerzo puramente nacional superar el virus. Los triunfos de la ciencia médica (…) nos han llevado a una complacencia peligrosa. Necesitamos desarrollar nuevas técnicas y tecnologías para el control de infecciones y programas de vacunación a escala de grandes poblaciones”. Aquí Kissinger pasa por alto que lo que ha fallado es la concepción individualista de la sociedad para enfrentar los problemas; además no puede ignorar que en el desquicio actual de la ley de la ganancia capitalista, eso es lo que motoriza a los laboratorios a correr en busca de la vacuna, no la salvaguarda sanitaria mundial como objetivo prioritario sino las inmensas fortunas que les reportaría el hallazgo científico.

Kissinger agrega: “La actual crisis económica es más compleja, la contracción desatada por el coronavirus es, (…) diferente a todo lo que se haya conocido en la historia” y finaliza el párrafo con una contundente exhortación: “deben salvaguardarse los principios del orden mundial liberal: la leyenda fundadora del Gobierno moderno es una ciudad amurallada protegida por poderosos gobernantes, a veces despóticos, otras veces benevolentes, pero siempre lo suficientemente fuertes como para proteger a las personas de un enemigo externo. Los pensadores de la Ilustración reformularon este concepto, argumentando que el propósito del Estado legítimo es satisfacer las necesidades fundamentales de las personas: seguridad, orden, bienestar económico y justicia. Las personas no pueden asegurarse esos beneficios por sí mismas. La pandemia ha provocado un anacronismo, un renacimiento de la ciudad amurallada en una época en que la prosperidad depende del comercio mundial y el movimiento de personas. Las democracias del mundo necesitan defender y sostener los valores de la Ilustración”. Aquí Kissinger, amén de incurrir en un lapsus de amnesia histórica omitiendo que el Estado Liberal primigenio fue mutando (y también viéndose superado) a raíz de grandes Revoluciones obreras y campesinas, muestra sin tapujos sus preocupaciones de salvaguardar la continuidad de un modelo global que nos condujo a este precipicio humano: superabundancia de bienes superfluos y sistemas sanitarios colapsados con el 0,1% de la población mundial contagiada. Además, nos pide a los ciudadanos del siglo XXI defender los valores de hace cuatro siglos, como si no tuviéramos suficiente con el desastre ambiental que nos queda de herencia, junto con las millones de personas en extrema pobreza olvidadas y abandonadas.

Kissinger advierte que “un retiro global del equilibrio del poder con legitimidad hará que el contrato social se desintegre tanto a nivel nacional como internacional. Sin embargo, esta cuestión milenaria de legitimidad y poder no puede resolverse en simultáneo con el esfuerzo por superar la pandemia”. Craso error al esforzarse por darle continuidad a un modelo que no es milenario. En ese sentido, somos conscientes de la historicidad constante, continua y perpetua de la sociedad. Por lo tanto, y sobre todo en épocas de crisis, entender que ninguna idea o institución por antigua y venerable que sea, puede considerarse inmune al escrutinio, crítica y revisión. Estamos para barajar y dar de nuevo en función de las necesidades actuales de los pueblos. Así las cosas, si un retiro del poder global para Kissinger es anacronismo, para muchos países quizá constituye el primer respiro a la explotación extranjera de sus riquezas.

Finaliza la nota diciendo que “el desafío para los líderes es manejar la crisis mientras se construye el futuro. El fracaso podría incendiar el mundo”. En todo caso, el fracaso y el incendio será el de las élites imperialistas del mundo, llámese norteamericana, rusa o china, y será la lucha de todos los pueblos quienes en el fragor de superación de la tragedia sanitaria volverán al “asalto del cielo”, para conquistar sociedades más justas, donde el principio de la solidaridad y la planificación económica según las necesidades urgentes y reales sea lo que rija el funcionamiento de las relaciones humanas y no la sacrosanta ley del valor de la ganancia capitalista de unos pocos, que el veterano Kissinger y las élites imperialistas tratan por todos los medios de preservar, de manera “despótica” o “benevolente”.

 

Escriben Benito Carlos Aramayo y Santiago Martin Jorge