Pocos meses después de la derrota de la Comuna de París, en 1871, obreros emigrados fran-ceses y españoles crearon en nuestro país una sección adherida a la Asociación Internacional de Trabajadores fundada en 1864 por Marx, conocida como la Primera Internacional, y que nucleaba sindicatos y organizaciones políticas de distintas tendencias.
Pocos meses después de la derrota de la Comuna de París, en 1871, obreros emigrados fran-ceses y españoles crearon en nuestro país una sección adherida a la Asociación Internacional de Trabajadores fundada en 1864 por Marx, conocida como la Primera Internacional, y que nucleaba sindicatos y organizaciones políticas de distintas tendencias.
Creada el 28 de enero de 1872, la “sección francesa” tuvo un rápido crecimiento, ya que pasó en apenas cuatro meses de 89 a 273 afiliados. Luego se crearon las secciones italiana y española. El 1 de julio de ese mismo año la Primera Internacional reconoció a la sección francesa. En 1874 se organizó una sección en Córdoba. Como afirmó Otto Vargas, ésta fue “la primera organización proletaria programática, no corporativa”.
Decía la “sección francesa” en sus propósitos, “que es necesario cambiar la funesta asociación de parásitos, es decir, la clase en que vive y goza del fruto de la tierra y de la industria a expensas de aquellos que trabajan y sudan. Que es deber de los socios rechazar toda clase de gobierno que no sea la encarnación de los trabajadores: que siendo el trabajador el productor de todo lo que es útil y necesario para la existencia y bienestar de la humanidad, debe tener el derecho de dictar las leyes que rijan a la sociedad universal”. En su mención del “gobierno de los trabajadores” se observa la influencia marxista, en contradicción con los anarquistas, partidarios de “ningún gobierno”.
Estas secciones de la Primera Internacional siguieron reglas de clandestinidad y vigilancia revolucionaria, por esto hasta el día de hoy no se conoce la verdadera identidad de algunos de sus miembros, entre ellos E. Flaesch, quien firmaba sus escritos como “Fundador”. Además, entre las comunicaciones con los dirigentes de la Internacional, se hacían pedidos sobre “los antecedentes políticos de algunos militantes”. Estos primeros internacionalistas de nuestro país “se tomaban la lucha revolucionaria en serio”, recuerda Vargas.
Entre ellos se dieron los primeros debates sobre la relación entre sindicatos y partido, y sobre la necesidad de construir un partido de vanguardia del proletariado, debates que han atravesado toda la historia del movimiento obrero. Esto lo sabemos por los anarquistas afincados en Montevideo en esos mismos años, que calificaron a las secciones de la Primera Internacional de Buenos Aires como “autoritarios”, el mote con que los partidarios de Bakunin calificaban a los seguidores de Marx.