Algunos historiadores consideran a los héroes o las grandes personalidades como hacedores de la historia; al mismo tiempo a la política como el factor excluyente, y las batallas militares como un combate desesperado con principio y fin en sí mismo. Estas formas de ver la historia exageran los factores subjetivos, y excluyen a la lucha de clases como protagonista final y determinante de los hechos históricos.
Algunos historiadores consideran a los héroes o las grandes personalidades como hacedores de la historia; al mismo tiempo a la política como el factor excluyente, y las batallas militares como un combate desesperado con principio y fin en sí mismo. Estas formas de ver la historia exageran los factores subjetivos, y excluyen a la lucha de clases como protagonista final y determinante de los hechos históricos.
Al mismo tiempo, el pensamiento político no es un mero reflejo de la materia y de la naturaleza, dado que tiene un papel activo que se integra con la realidad, pero dialécticamente; la materia, la realidad social exterior, la base económica y las relaciones de propiedad imperantes le imponen una limitación. Esta limitación es impuesta al pensamiento político por la materia, dado que todo pensamiento político proviene, en última instancia, de una práctica social en una época determinada.
Solo la unidad del pensamiento y la acción pueden vencer esta dicotomía aparente, entendiendo la realidad en movimiento, contradictorio y constante, con un motor interior que es la lucha de clases, y al pensamiento político como parte y reflejo de ella.
La revolución proletaria de 1848 nos da un claro ejemplo de lo que queremos decir en el largo párrafo anterior. El Río de La Plata queda lejos de Paris, sin embargo, este grito que colocaba al proletariado “Como forma postrera de esclavitud del hombre por la propiedad…” tuvo su repercusión y debate.
En alguna oportunidad referenciamos la actitud combatiente de Carlos Guido Spano, que fue una excepción. La revolución provocó actitudes políticas hostiles en el resto de la dirigencia rioplatense del momento, tanto los que vivían acá, como los que vivían en Montevideo o en Europa.
Echeverría vio en la revolución de 1848 “el dedo de Dios”, colocando a la propiedad entre las manifestaciones necesarias de la virtualidad del hombre con relación a sus semejantes y el Universo. También consideró que “era misión de los pueblos fuertes y más adelantados amparar a los débiles y atrasados, respetando el derecho y la justicia.” Obras, Pág.554.
Para decirlo con términos actuales, se agarraron un gran susto cuando las masas tomaron en sus manos unos días de la historia. Necesitaron una explicación externa, en este caso concreto la obra de Dios, para justificar su incomprensión y poco entendimiento del hecho revolucionario que estaban analizando.