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23 de May de 2018

Parte de una epopeya continental

La Revolución de Mayo

A 208 años es fundamental recordar esa gloriosa revolución, que el presidente Macri dice fue un despropósito, para justificar su actitud humillante no sólo ante el actual rey de España, sino también ante todos los personeros de los poderes imperiales que hoy se disputan el dominio de nuestro país y demás países hermanos de Latinoamérica.

La Revolución de Mayo de 1810 fue parte de un proceso continental. Desde México, pasando por Venezuela, Colombia, el Alto Perú, hasta el Río de la Plata, los pueblos dominados por España se alzaron por su libertad e independencia.
La revolución de 1810 no fue simplemente el producto de la acción de una elite cívico-militar. Como en toda verdadera revolución, que enfrenta un poder constituido, hubo sí una minoría organizada en forma conspirativa en el llamado Partido de la Independencia. Hubo también rebelión de una parte de las fuerzas militares, inspirada por esa minoría, y sobre la base del alzamiento popular generalizado.
La Nación Argentina, como las demás naciones hermanas, fue gestada por heroicos levantamientos de originarios, negros y criollos contra la dominación colonial española en todos los lugares. En esta región en particular, desde el levantamiento de los originarios dirigidos por Tupac Amaru y Tupac Catari, en 1780, hasta las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz, en 1809, todas sangrientamente reprimidas, pero que dejaron encendida la hoguera de la libertad, como gritó Domingo Murillo al pie de la horca. Y en el Río de la Plata, el rechazo y derrota en 1806 y en 1807 de las invasiones inglesas a Buenos Aires y la Banda Oriental del Uruguay. En esto jugó un papel decisivo el pueblo de Buenos Aires en cuyas milicias participaron también mujeres y negros, y las nuevas fuerzas militares creadas en el curso de la defensa y lideradas por criollos, estimularon la agitación política y militar, y la organización clandestina de los sectores patriotas.
El 25 de mayo se produjo el alzamiento que posibilitó que los patriotas impusieran en el Cabildo, la designación de un nuevo gobierno provisorio, la Primera Junta, y se creó un nuevo ejército liberador, con los soldados y jefes que pasaron al bando patriota y las masas convocadas por el grito de libertad, en el terreno abonado por los levantamientos previos de originarios y criollos.
El accionar de estas masas abrió el camino a los ejércitos patrios y empantanó a los realistas, superiores en número y en entrenamiento militar. Así fue en las campañas a la Mesopotamia y a la Banda Oriental, y aun más claramente en las del Noroeste y el Alto Perú: las hondas y macanas de los valientes cochabambinos dispersaron las fuerzas realistas impidiendo su concentración en Suipacha; el éxodo jujeño, dejando sin recursos al enemigo, y el constante ataque de las guerrillas impidiendo su abastecimiento por la Quebrada de Humahuaca, permitieron a Belgrano derrotarlos en Tucumán y Salta. También los obstinados y titánicos esfuerzos de las guerrillas mestizas y originarias desde Salta a Cuzco y Puno, entre 1814 y 1824, fueron decisivos para frustrar los nuevos intentos realistas de asentarse en Jujuy y Salta y avanzar hacia el sur, pese a que hubo sectores oligárquicos locales que colaboraron con ellos.

 

Una lucha común
En la guerra de emancipación nacional convergieron las masas campesinas, sobre todo originarias, que protagonizaron los heroicos levantamientos del Alto Perú, del noroeste y del noreste argentinos, del Paraguay y del Uruguay; los sectores rurales y urbanos criollos democráticos y antifeudales, como los expresados por Murillo en Bolivia, Gaspar de Francia en Paraguay, Artigas en Uruguay y Moreno, Castelli, Belgrano y Vieytes en Argentina; y además, los sectores de la aristocracia terrateniente criolla que, acordando en la lucha por la independencia de España, lo hacían defendiendo sus privilegios de clase y, por lo tanto, oponiéndose al desarrollo de los elementos democráticos, antifeudales y populares.
El pronunciamiento de Buenos Aires del 25 de Mayo de 1810, casi simultáneo al de Caracas del 19 de abril, marca en nuestro país el inicio de una guerra prolongada y heroica –con la formación de los ejércitos patrios, de las milicias y de las guerrillas originarias y campesinas; batallas decisivas como Suipacha, Tucumán y Maipú; con éxodos de pueblos enteros como el jujeño y el oriental; con heroicas guerrillas como las dirigidas por Güemes en Salta y Jujuy, y por Arias, Arenales, Warnes, Muñecas, Padilla, Juana Azurduy, los caciques Titicocha, Cáceres y Cumbay, y tantos otros en el Alto Perú–, parte de los procesos de la independencia en la mayoría de los países de Latinoamérica, hasta la derrota definitiva de los colonialistas españoles en los campos de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, por los ejércitos patrios dirigidos por Simón Bolivar.
La lucha común y la unidad antiespañola de nuestros pueblos permitieron ese triunfo. Pero no todos los dirigentes patrios tenían una unidad de miras sobre qué tipo de país construir y menos sobre cuáles eran las clases principales en las cuales apoyarse para lograrlo. La clase obrera prácticamente no existía y los embriones de burguesía eran débiles. Esos dirigentes, entonces, oscilaban entre apoyarse en las masas campesinas y populares levantadas a la lucha por la revolución y las llamadas “clases cultas”: los grandes terratenientes y mercaderes, que querían asegurar su dominio preservando el orden feudal y asociándose con el capitalismo en ascenso en Europa. Esto que se expresó en la llamada “máscara de Fernando” (ver recuadro).
“Pese a las múltiples disensiones internas –por la heterogeneidad de los componentes del frente antiespañol–, la decisión de los pueblos de defender la libertad con las armas en la mano permitió la continuidad de la guerra emancipadora. Permitió, además, que se utilizaran a favor de la independencia de nuestros países las disputas entre las distintas potencias europeas que, junto a la sublevación del pueblo español, jugaron un papel importante en el debilitamiento del poder militar de la corona. Así se logró la independencia nacional.
Pero, la hegemonía de los terratenientes y grandes mercaderes criollos hizo que fuera una revolución inconclusa: no se resolvieron las tareas de la revolución democrática, principalmente las tareas agrarias. Cuestión que aflora en todas las luchas posteriores y que aún hoy, entrelazada con la nueva cuestión nacional en esta época del imperialismo y la revolución proletaria, sigue sin resolverse” (Programa del PCR de la Argentina).

 

Escribe Eugenio Gastiazoro

Hoy N° 1718 23/07/2018