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20 de July de 2012


La situación de los obreros agrícolas en la pampa húmeda

Política y Teoría N° 74 (107)

Los obreros agrícolas pampeanos han sido un personaje poco visible –o incluso, ausente- en las protestas agrarias de los últimos tiempos, desde la lucha contra el menemismo, hasta la propia rebelión agraria y federal. En ningún caso emergió un eventual pliego de reivindicacionespropias –o al menos un pronunciamiento sobre lo que pasaba- escrito en primera persona por alguna instancia u organización de esta fracción de la clase trabajadora abocada a la producción de granos. En general, su participación político-sindical ha sido escasa, dispar, y pocas veces independiente de sus patrones.


También es llamativa la ausencia de este sector de asalariados en las luchas obreras del período. Y aún más específicamente en las luchas obrero-rurales, concentradas hoy en los cultivos de la fruta y su empaque en el Alto Valle, el limón en Tucumán, la yerba en Misiones, o en las propias “bolsas de trabajo” del sindicato para los silos y semilleras en las zonas históricamente cerealeras. Esta fracción de obreros rurales constituye así un punto ciego en el mapa de la conflictividad obrera y agraria en general. ¿Por qué?


El problema de cómo organizamos, ponemos en movimiento e integramos a la lucha liberadora del conjunto del pueblo a este sector de trabajadores llamado a ser el verdadero brazo agrario de la revolución en una zona económicamente decisiva para Argentina, resulta un desafío cardinal para nuestra política hacia la clase obrera ocupada en general y también para nuestro trabajo en el campo, ya que es haciendo pie en ellos como basey punto de referencia natural de nuestra política agraria a partir de lo cual podemos ir a una justa política de alianzas, acuerdos, disputa o lucha según correspondaen cada lugar y circunstancia concreta con cada una de las distintas fracciones del campesinado (pobre, medio y rico), contra lo más concentrado de la burguesía agrariay los terratenientes.En este artículo esperamos poder brindar elementos para el trabajo práctico en este sentido, fruto de una investigación que combinó el contacto directo con la realidad de los maquinistas y tractoristas agrícolas a través de decenas de entrevistas a ellos mismos en sus lugares de trabajo, vivienda y recreación; a sus patrones (contratistas y productores); y a profesionales vinculados a la actividad (agrónomos, médicos de pueblos, maestros rurales, etc.) en diversas localidades del sur santafesino, sudeste cordobés, y norte y sur bonaerense, con el objetivo de ayudar a responder muchas de las preguntas que nos hacíamos sobre este sector de trabajadores en las últimas jornadas de debate sobre el problema agrario que organizamos en 2007, aún en vida del camarada Gigli. 

 

¿Quién levanta la cosecha?
A principios de este siglo, según el Censo de Población, Hogares y Viviendas de 2001, casi el 70% de las personas que se involucraron en el trabajo manual de las explotaciones agropecuarias trabajaban por un sueldo, sin ser propietarios ni arrendatarios de tierras o herramientas con las cuales producir.El papel de la mano de obra “familiar” era minoritario pero aún importante, con algo más de un 30%.


El censo agropecuario de 2002 -el último de su tipo medianamente confiable dada la intervención del gobierno al INDEC en 2007 y la destrucción del operativo de lo que iba a ser el censo agropecuario de 2008- tuvo la particularidad de preguntar qué tareas concretas ejercía el personal dependiente en los campos. Éste estaba compuesto por los obreros asalariados (definidos por el censo como personal “no familiar”) y los familiares del propietario o arrendatario de la explotación. Sintomáticamente, no se preguntó qué tareas concretas realizaba el responsable del campo en cuestión. Este tema es muy importante, porque las categorías de “productor” o “familiar del productor”, llaman a pensar que todos trabajan por igual, ocultando relaciones de explotación, contradicciones de clase o procesos de polarización social, y embellecen a través de la folklórica figura de “el” productor, “el” chacarero”, “el” contratista o “el” campo argentino, una estructura agraria sumamente contradictoria y en movimiento.   


El resultado del cuestionario del censo indicó que el 80% de la masa de trabajo manual (operación de maquinaria, equipos e instalaciones; operación de ordeñadoras y otras instalaciones de tambo; tareas generales de peón; y mediería hortícola o tambera) fue realizado por asalariados.También hicieron el 65% del trabajo de gestión, dirección y control de los campos (encargados; mayordomos; capataces; profesionales y técnicos; ocupaciones no agropecuarias), aunque en este caso bajo la categoría de asalariado también se abarcó a profesionales por cuenta propia encargados de la contabilidad, la administración, el seguimiento agronómico de los cultivos y los animales, el control de los proveedores, los fletes, tratos con los contratistas, etc.


Si el censo brindara datos que permitie-ran sumar el aporte de los verdaderos productores familiares que trabajaban en su explotación, estas conclusiones tenderían a equilibrarse  respecto a las proporciones en que aportaban a la producción  los trabajadores familiares y los asalariados. Sin  embargo, hasta ahora no hemos tomado en cuenta un elemento central: la tercerización del trabajo de las explotaciones a  través de empresas contratistas de “servicios” de maquinaria.Este tema nos obliga a darle una nueva vuelta de tuerca al problema de cómo se organiza socialmente el trabajo en la agricultura actual, así como ir ajustando nuestra lente desde el plano de los obreros rurales en general –agrícolas, ganaderos, tamberos, etc.- hacia los específicamente abocados a la producción de granos.

 

La tercerización del trabajo y de la explotación
Los datos del censo agropecuario de 2002 también indicaron que una proporción importante y creciente de los productores se desligan del trabajo físico y explotan fuerza de trabajo ajena a través de la intermediación de contratistas externos.

Esta tendencia a delegar el trabajo en los equipos contratistas es patente en el caso de los “pools” que no invierten en maquinaria y no podrían prácticamente existir si no pusieran a su servicio esta forma de organización del trabajo flexible. Estancias de más de 2000 o 3000 hectáreas combinan y se reparten entre las que explotan directamente a los peones y tienen maquinaria en propiedad (ya que a esa escala pueden amortizarla), con la explotación indirecta de los mismos a través de contratistas. Pero la práctica de la intermediación de la explotación del trabajo a través de contratistas también ha crecido particularmente entre las pequeñas y medianas explotaciones. Esto ha llamado la atención de muchos,ya que de acuerdo al criterio leninista según el cual el predominio del recurso a la fuerza de trabajo propia distingueal campesinado pobre y medio, ya no cabría designar así a estas unidades aunque sigan siendo pequeñas y medianas. Se ha puesto así el acento en el proceso de aburguesamiento de una cantidad de productores. Siendo efectivamente así, ha quedado relativamente relegada de las consideraciones la otra cara del mismo proceso: la de los contratistas que prestan estos servicios de maquinaria, entre los cuales una proporción importante siguen siendo también productores familiares, con parcelas a su cargo; o que aún sin serlo del todo, organizan las tareas de sus equipos con una importante cuota de trabajo familiar. De hecho, la relación patrón-empleado en los equipos de contratistas se revela particularmente pareja en las pocas estadísticas disponibles (cuadro 2).


A  pesar de la baja relación patrón-empleado, vemos que en el conjunto, el 70% de las personas ocupadas en la actividad eran asalariados para 2006. Si además de este dato contáramos con un cuestionario parecido al del censo de 2002 sobre las ta-reas concretas realizadas por cada uno, las proporciones serían aún mayores, ya que la categoría de “socios” que agrupa a los patrones mezcla a los que trabajan físicamente con los que no lo hacen. Asumimos que los familiares incluidos entre los empleados –a juzgar por las proporciones del censo de 2001- resultan de una proporción de la que hay que dar cuenta, pero que resulta muy minoritaria.  Es decir que se trata de una actividad en que la fuerza de trabajo principal es asalariada, aunque por otro lado entre estas empresas podemos encontrar una presencia importante de auténticotrabajo familiar.


Si bien no hay datos estadísticos concluyentes sobre el peso del trabajo asalariado en la agricultura, con los datos expuestos hasta ahora podemos ensayar algunas estimaciones. Si tenemos en cuenta que según la Federación Argentina de Contratistas de Maquinaria Agrícola (con sede en Casilda, Santa Fe), los contratistas serían responsables de la recolección del 75% de los cultivos, del 65% de las labores de fumigación y fertilización, y del 65% de la siembra; y que el 70% de la mano de obra de esos contratistas es asalariada, podemos inferir que los obreros de los contratistas son quienes levantaron el 49% de la producción, y sembraron, fumigaron, y fertilizaron el 45% de los cultivos. Estos datos en realidad son mayores, ya que no nos consta en absoluto –al contrario- que los “socios” de la estadística hayan trabajado manualmente. ¿Qué pasa con el 30% (promedio) de la producción que no habría sido hecha por los obreros de los contratistas? A juzgar por las proporciones del Censo de Población de 2001 (Cuadro 1), si el 66% de la mano de obra del conjunto del sector era asalariada, el 66% de aquel 30% nos aporta un 20% más de producción sobre las espaldas de obreros. Agregado al 46% promedio de la producción en manos de obreros de contratistas, se llega a una estimación de un 66% de los granos cultivados por maquinistas y tractoristas a sueldo. Porcentaje que está calculado hacia abajo, ya que concedemos a la estadística burguesa que los “socios” sean contados en bloque como parte de la mano de obra. En síntesis: los obreros que dependen de los contratistas y los que trabajan directamente para las explotaciones -no obstante el aporte aún importante del trabajo familiar- constituyen ampliamente el principal contingente de la mano de obra aplicada a la soja, el maíz, el trigo y otros cultivos extensivos.

 

¿Dónde están que no los veo?
A pesar de su importancia productiva, el peso numérico global del proletariado agrícola se vio fuertemente reducido comparado con el de principios o mediados del siglo XX, sobre todo a causa del avance de la mecanización y los cambios tecnológicos. Estimaciones en base a la cantidad de empresas contratistas (16.000 según FACMA) y el parque de maquinaria utilizado, sumados a los peones de las explotaciones (que además del trabajo agrícola hacen otras cosas), nos indicarían las existencia aproximada de 35.000 asalariados dependientes de contratistas y otros 15.000 empleados en explotaciones predominantemente agrícolas, totalizando alrededor de 50.000 obreros vinculados a la producción de granos en los campos. Es bastante menos que los 300.000 braceros temporarios de principios de siglo XX (algunos arriesgan hasta 600.000), pero el número de asalariados agrícolas actual sigue siendo importante. La poca visibilidad de esta cantidad de obreros tiene como base el hecho de que no se encuentran concentradosen grupos numerosos, ni simultáneamente ni en un mismo establecimiento, como también era típico del proletariado agrícola de principios del siglo pasado. Trabajan aislados, jornadas enteras arriba del tractor, lejos de otros obreros, lejos de sus propias familias y los poblados donde residen. Sobre este fenómeno opera también la construcción de un cerco de invisibilidad deliberado por parte de los patrones, que vigilan celosamente el contacto de los trabajadores entre sí y de éstos con “el resto del mundo”. De hecho, nos ha tocado experimentar una te-rrible dificultad para saltar ese cerco y tomar contacto con los obreros debido a este celo patronal, al que le gusta hablar en nombre de los trabajadores pero al que no le agrada que ellos hablen por sí mismos.


Los comunistas revolucionarios vemos esta cuestión porque la analizamos desde el punto de vista de la clase obrera, atendiendo al conjunto, al cambio, al movimiento, y a lo nuevo que surge de lo viejo. Y en tanto queremos organizar a las mayorías explotadas y oprimidas del presente para conquistar el futuro, podemos al mismo tiempo anidar en este proletariado rural, y desde ahí darnos una política para dar vuelta la taba junto a los sectores del campesinado acorralados por esta política, luchando por repartir la tierra y las he-rramientas de producción, ampliando el radio de alianzas de la lucha agraria hacia abajo (socialmente), hacia adelante (históricamente) y hacia la izquierda (políticamente), distinto de quienes no ven otro camino que crecer buscando aliados arriba, para atrás… y a la derecha.

 

Dispersión, aislamiento y control del proletariado agrícola
El proceso de producción relativamente general y continuo que distinguía el trabajo agrícola más allá de los picos de demanda laboral de la cosecha –con las sucesivas “pasadas” prolongadas de la siembra convencional, los cuidados manuales contra las malezas y plagas, y la complejidad de ope-ración de la recolección- fueron crecientemente reemplazados por una sucesión de tareas puntuales y específicas, breves, y distanciadas temporalmente entre sí. La discontinuidad en el tiempo de estas pasadas breves y sucesivas, fragmentó entonces la “línea de producción” agrícola, extremando la estacionalidad de la demanda laboral por parte de las explotaciones, obligando a los obreros a combinar distintos tipos de empleo y empleadores para construir sus ingresos, situación característica de la producción agrícola en general, pero que encuentra en esta época una de sus máximas expresiones históricas.


Esto estimuló el crecimiento del contratismo de servicios y la especialización. Los obreros se especializan en una labor particular, y arman temporadas enteras de siembra, cosecha o fumigación combinando el trabajo en distintas explotaciones haciendo siempre la misma tarea, con distintos cultivos, y en distintas regiones. Así pueden llegar a conseguir ocupación hasta diez meses al año y aún más. Los menos flexibles en ese sentido son los especializados en cosecha, que nunca pueden trabajar más de seis meses al año en la recolección, y en la contraestación deben dedicarse a otra cosa (si lo logran) o con suerte son retenidos por el patrón para tareas de mantenimiento en los galpones donde guardan las máquinas. Por lo tanto, uno de los elementos que dispersa a los trabajadores es el de tener ciclos laborales distintos según sea la especialización de la empresa para la que trabaja en las etapas de siembra, cuidados de cultivo o cosecha; y según trabaje alrededor de su zona de residencia o emprenda largas temporadas en otras regiones del país. A un campo vendrán primero los sembradores, que no tomarán contacto con los fumigadores y fertilizadores que vendrán luego, ni ambos conocerán a los cosecheros que culminarán el trabajo. En términos fabriles, es como si los pasos de la línea de producción se hicieran desencadenadamente y por distintas personas, con un espacio de tiempo entre una y otra etapa, evitando la concatenación y la cooperación de todos los trabajadores entre sí.


Esta intermediación de la explotación obrera a través del contratismo consiguió evitar las grandes concentraciones de empleados bajo un mismo mando centralizado, dispersándolos en miles de empresas de escala muy variable, que en general nunca superan los veinte asalariados (en casos extremos e incluyendo el personal administrativo), y que como habíamos observado presentan un promedio de dos empleados por cada patrón. Esto facilita el control cercano y estricto de la mano de obra. Y también abarata los costos de dicha vigilancia para las grandes empresas agropecuarias, ya que los delegan en el sinnúmero de pequeños capataces y/o empresarios a su servicio que constituyen los contratistas de servicios.1 De hecho, se delega sobre los contratistas la mayor parte del riesgo inherente al negocio agrícola: la innovación tecnológica en capital constante, el endeudamiento,la propia contratación de obreros, etc. Y por las urgencias que generan esos desembolsos, quedan en condiciones difíciles para defender el valor de sus tarifas y otros aspectos de su contratación. Mientras los contratistas realizan inversiones cuya amortización dudosamente logren cubrir sino hasta el largo plazo, los grandes capitales y terratenientes del agro (Grobocopatel; El Tejar; Ledesma; ADECCOAGRO; Lartirigiyen, controlada por el monopolio imperialista Glencore;  Elztain a través de CRESUD; Werthein; Liag Argentina; Bemberg; Lacroze; etc., etc.)   flexibilizan su negocio de manera tal de poder retirarse o esperar especulando si el resultado no es favorable.


Además de aislarlos entre sí y exponerlos más frontalmente y en peores condiciones ante sus patrones, esta intermediación a micro escala también los aleja de la percepción social, ya que pasan desapercibidos como obreros individuales, sin signos particulares ni presencia colectiva que los recorte con precisión entre el resto de los trabajadores de sus ciudades y pueblos.

 

Salarios segmentados y por productividad
Ni las pequeñas concentraciones de trabajadores ni los ciclos laborales diferentes impiden que los obreros sean empleados con regímenes diferenciados al interior de cada una de las empresas en cuanto a salarios, estacionalidad o jerarquía según su tarea o su relación con el patrón, lo que contribuye a reafirmar la segmentación de los asalariados aún en las escalas más mínimas en que éstos se encuentran agrupados. En el marco de la liberalización de las condiciones de trabajo para los obreros rurales que se impuso a sangre y fuego con la dictadura -primero apartándolos de la Ley de Contrato de Trabajo de 1974 y luego sancionando de prepo la Ley 22.248 que rigió el trabajo rural hasta diciembre de 2011-, esta disociación de ocupaciones y etapas del proceso de producción facilitó la imposición del salario de los obreros agrícolas bajo multiplicidad de formas a través de “arreglos” informales y bilaterales según etapas del proceso productivo, períodos estacionales y ocupacionales. Muchas de estas formas salariales son la recreación en nuevas condiciones históricas de viejas modalidades de remuneración con una larga tradición en el agro. Lo novedoso es menos su existencia que su reinstalación y difusión luego de un período de conquistas laborales que había avanzado en regular de forma estandarizada y con la mediación estatal las relaciones salariales en el campo, habilitando la discusión colectiva de las condiciones de trabajo a través del sindicato en sus instancias nacionales y por lugar.


Para las cosechas, el pago a porcentaje de la producción resultó ser la forma salarial generalizada hasta la actualidad. La mayoría de los asalariados agrícolas -empleados por contratistas- perciben para la trilla un porcentaje fijo de la tarifa cobrada por su patrón. Si son empleados directamente por productores en vez de contratistas, el porcentaje es menor o se implementan formas de pago mixtas. Esto es así también para la siembra, la fertilización y la fumigación, donde a su vez ganó importancia el pago fijo nominal por hectárea.  El jornal diario o mensual fue impuesto como norma para los empleados de contratistas que se dedicaban a la reparación y mantenimiento de la maquinaria en su contraestación. De esta manera, las empresas contratistas especializadas en cosecha, remuneran a su personal permanente por día o por mes durante el invierno y la primavera -mientras se dedican a reparar y poner a punto la maquinaria para la siguiente temporada-; y lo propio hacen los contratistas especializados de siembra o fumigación en su contraestación. Los peones permanentes de chacras y estancias pasaron a combinar cualquiera de las formas anteriores para remunerar su actividad específicamente agrícola en los campos -cuando siembran, cuidan o recolectan los granos-, con un salario mensual fijo repartido entre montos de dinero -usualmente insuficientes por sí mismos para la reproducción del empleado y su familia- y percepciones indirectas en especie consistentes en la vivienda, algunos servicios, y permisos para desarrollar alguna producción agropecuaria en muy pequeña escala que pueda ser comercializada por el trabajador (cerdos, ovejas, gallinas) o que contribuyan a su supervivencia (animales o quinta), todo lo cual aporta a la construcción precaria de sus ingresos y medios de vida.  Un mismo trabajador puede pasar por todas estas formas a lo largo de un año, dependiendo qué tarea cumpla, qué trabajo consiga, y cómo logre construir sus ingresos en el contexto de esta informalidad y fragmentación de las relaciones salariales.

 

El trabajo a destajo y la fiebre por levantar granos
El pago a porcentaje estimula la productividad del trabajo asalariado. Es un régimen de remuneración que por sí mismo impele a los empleados a intensificar al máximo cada hora de su trabajo y a aceptar la prolongación de la jornada hasta más que duplicar las ocho horas durante los largos meses que dura la recolección o la siembra, sin detenerse en feriados o fines de semana, ya que la única vía para aumentar la magnitud de la masa salarial percibida es trabajando la mayor cantidad de hectáreas posibles, para obtener una mayor cantidad de producción sobre la cual deducir su porcentaje, a condición de prolongar durante la mayor cantidad de horas la jornada.


“¿Entonces dónde está el secreto? Yo presto más atención, yo trato de no tirar, trato de cuidar el cereal como si fuera mío. Entonces, si yo puedo levantar en todos los lotes, diez mil kilos, hacer magia, aunque el otro se llene de plata el rico, pero yo si pudiera levantar diez mil kilos en todos lo lotes… soy Gardel. Por eso esque no puedo… entonces trato de hacerlo todo lo mejor que puedo…”


“T”, noroeste bonaerense, 2011

“Y ando 48 horas trabajando sin dormir. Arriba del tractor.  24, 36 horas que fue el patrón y me bajó del tractor. Llegó acá al galpón y vio que yo estaba trabajando, que había trabajado todo un día, toda la noche y estaba trabajando. Andaba descompactando. […] `Yo hasta que no termine este lote de 20 hect£reas20 hectáreas no paro´, le digo. […] Si yo pierdo tiempo me ponen otro, y el que pierde soy yo. No te dan más plata. Te va a pagar siempre lo mismo. Lo único que vos ganás es tiempo. […] Yo hacía más hectáreas. Eso es lo que te digo, ahí está la ventaja.”

“F”, norte bonarense, 2009.

“Yo un día amanecí sembrando… Y no hay muchos compañeros que aguanten…Yo sí… Yo a la noche… tengo vigía toda la… los surcos… me marca ahí en el tractor, yo voy sembrando, por ahí se me tapa un surco, me bajo… tengo luces… hago electricidad… tengo luz potente… […] Hoy en día es una carrera… Uno dice, yo termino este lote hoy, y hoy… o sea, si lo hago en dos días, el otro se me mete en este… y yo tengo que tratar de hacer en un día y medio, o un día para que no se me meta el otro… son diez, quince días… si no te ponés las pilas esos diez, quince días, no ganaste nada…Si no, no hacés diferencia, si no te matás…”


“B”, norte bonarense,2009

“[…] Yo he trabajado toda la noche…. Yo trabajé hasta las doce trillando allá, y el que anda en el tractor, y el otro muchacho que está sembrando, trabajamos hasta las cuatro de la mañana, sembrando… para poder terminar.”


“D”, sur santafesino, 2010.

Cobrar más por cosechar, sembrar o fumigar más hectáreas, no es otra cosa que cobrar más por trabajar más horas, como un trabajador industrial que recibirá -a priori- un mayor sueldo nominal si trabaja diez horas en vez de ocho. Además  de oscurecer este hecho, la forma salarial del porcentaje equipara el precio de todas las horas de trabajo, negando el mayor precio relativo de las horasextra.2 “El valor de la fuerza de trabajo, su desgaste, aumenta al aumentar el tiempo durante el cual funciona y en proporción mayor que éste. Por eso, en muchas ramas industriales en las que impera el régimen del salario por tiempo sin que la ley limite la jornada de trabajo, se ha creado por impulso natural la costumbre de no considerar como normal la jornada de trabajo a partir de cierto límite, por ejemplo de diez horas (“normal workingday”, “theday´swork, “the regular hours of work”). Rebasado ese límite, el tiempo de trabajo se considera tiempo extra (overtime) y, tomando la hora como unidad de medida, se le paga al obrero una tarifa superior (extrapay), aunque en proporción ridículamente pequeña en general”. Carlos Marx. El Capital. México, Fondo de Cultura Económica, 2000, pag. 468, Tomo I), con lo que a diferencia del obrero industrial (en general), en la agricultura se logra expropiar a los trabajadores parte del costo de reproducción mayor que tiene la fuerza de trabajo al prolongar su desgaste más allá de la media, aumentando por esto los niveles de explotación. A su vez, la forma de pago a porcentajes fijos no sólo permitió descargar sobre los asalariados la subvaluación de las tarifas que impone la aguda competencia por el mercado de los servicios de labores y cosecha, sino que logró trasladar a los nervios de los peones el peso de las exigencias productivas a las que se expusieron los patrones en medio de ella.


El pago a porcentaje de una tarifa arreglada entre el patrón y el dueño o arrendatario del campo, se presta para recortes de sueldo a escondidas. Los obreros apelan a la tecnología para defender su salario anotando diariamente, en libretas paralelas a los registros computarizados de la máquina, la cantidad de hectáreas trabajadas y los rindes en cada lote, en caso de que tengan que discutir con el patrón.

“El porcentaje era una cosa, y te agarran la tijerita y te recortan un  poco por acá un poco por allá y cuando querés acordar no estás cobrando lo que vos calculás.  Si, vos como ser en un lote de estos que son 40 has vos sabés que son 40 y él te la pasa por 35, ya te sacó 5 has. Y 5 has en este lote, 5 has en aquel lote, 5 has de allá, y cuando te querés acordar ya te descontó 100 has que para mí es una fortuna.”


“M”, norte bonarense, 2009

El cobro al finalizar la temporada también contribuye a evitar la eventual huida de los obreros de la prisión de las cosechas en medio de la recolección, ya que en ese caso correría riesgo seguro de no cobrar un sueldo sobre el que no existe ningún contrato firmado.  En complemento con esto, hasta cobrar el conjunto de su salario, los obreros viven de adelantos del patrón que éste descuenta al realizar la paga final.  Sin agudizarse tanto, este esquema existe también en los casos de siembra y fumigación. Por lo tanto, la combinación de estas formas salariales obliga a los obreros a volver a las cosechas cuando se los necesita sobre la base de mantenerlos a raya o desentenderse por completo de ellos en la contraestación, y además los retiene y mantiene bajo control una vez que están ahí trabajando. Los adelantos en temporada y aún el otorgar directa o indirectamente ocupación contraestacional constituyen objetivamente mecanismos de retención de fuerza de trabajo. Y a su vez habilitan otros, como los lazos de paternalismo construidos a través de “favores” y demás.

 

Mitos y verdades sobre los montos salariales de los obreros agrícolas
Existe el prejuicio en gran parte del mundo social agrario vinculado a la producción de granos, de que los obreros “ganan muy bien”, de que “en poco tiempo hacen mucha plata”, que son la “cúpula privilegiada” entre todos los obreros rurales, e incluso de que a pesar de todas estas condiciones tan favorables, cuesta “conseguir personal”. Analizada la cuestión más en profundidad y desde otro punto de vista, la realidad se muestra bien distinta.  Los maquinistas de cosecha suelen recibir entre un 7 y un 10% de la tarifa del contratista, o un 1 o 2 % si son peones permanentes en el campo. Los tractoristas cobran siempre algo menos. Según los testimonios recogidos, la paga recibida por los maquinistas de cosecha a través de este sistema podía alcanzar, en una temporada completa, alrededor de $35.000 dependiendo la cantidad variable de hectáreas trabajadas, los viajes a distintas regiones, y el arreglo del contratista con obreros y productores. La extensión de la jornada de trabajo alcanza un promedio de 14 horasentre la puesta a punto de la máquina y el trabajo sobre el terreno. Se trata de un promedio para toda la temporada, ya que la jornada en verano se prolonga por la mayor cantidad de horas de luz, calor y sequedad, y porque el trigo y el maíz (a diferencia de la soja) permiten el trabajo nocturno. Para una temporada estimada de 100 días (10 días de cosecha de trigo y 90 de soja y maíz, descontando los días de lluvia) esto redundaría en 1.400 horas de trabajo por las que se obtendrían –también en promedio- aquellos $35.000. Lo cual significa que el precio de la hora de trabajo durante la ventana de tiempo de la cosecha, se ubicaría en un promedio de $25.


A ese precio, trabajando 8 horas diarias 5 días a la semana, un trabajador percibiría un salario mensual de $4.000. Si se agregara media jornada de horas extra regulares pagadas un 50% más los días sábados, la suma llegaría a $4.400. Y deducidos los aportes (12% total) se abrevaría a un salario neto de $3.872.  Es decir que medido en estos términos, y aun estando efectivamente por encima del salario promedio de los obreros rurales y aún de las remuneraciones (mensuales) promedio del conjunto de la economía, el sueldo de los operarios de maquinaria agrícola durante la cosecha no se ubica tan claramente como el de una “aristocracia obrera”.


El primer problema reside en que para acceder al cobro de ese precio de la hora de trabajo, los obreros agrícolas deben trabajar el doble de horas durante seis o siete días a la semana, sin las horas extra, y sin los aportes sociales correspondientes a su sueldo real. Este requisito de jornada doble, que “duplica” el monto absoluto de los salarios en un mes comparados con otros sectores productivos, es la base de la ilusión de los salarios “extraordinarios” que recibirían los trabajadores. Aunque en cualquier otra actividad un asalariado recibiría montos similares y aún mayores en caso de estar dispuesto a trabajar 16 horas en vez de 8, sin fines de semana ni feriados.


El segundo problema es que ese precio mínimo de la hora de trabajo sólo se paga en la temporada de cosecha. La siembra y la fumigación se pagan por lo menos un 35% menos, compensado con el hecho de que son actividades más constantes. El resto del año, los trabajadores permanentes reciben remuneraciones muy inferiores, promediando los $12 la hora y trabajando 8 cuando quedan en el taller, o aún ninguna si no encontraran ocupación. Por un lado esto contrarresta el efecto “extraordinario” de los salarios percibidos en la temporada, ya que deben alcanzar para cubrir los gastos de reproducción de la fuerza laboral el resto del año. Y por otro lado, los obliga a seguir buscando en la trilla esta “diferencia” que les permita complementar sus ingresos regulares disminuidos o inexistentes el resto del año, debiendo pasar tantas horas en la máquina o el tractor, y lejos de sus hogares.


La ausencia de otras actividades permanentes mejor remuneradas en las localidades donde residen –o la falta de las calificaciones exigidas para desarrollarlas- cierran el círculo sobre la fracción de proletarios que se ve obligada a malvender así su fuerza de trabajo. Mientras que quienes tienen la oportunidad de insertase en otra rama de la producción con ocupación permanente o desarrollar una actividad por cuenta propia, la aprovechan y rehúyen al desarraigo y las largas jornadas del trabajo agrícola. He ahí uno de los secretos “ocultos” sobre la “escasez” de mano de obra en la agricultura: sueldos bajos, largas jornadas, e incapacidad para garantizar un ciclo anual de trabajo a todos los obreros que son demandados en los picos de tareas.

“Acá porque no hay ninguna fábrica, sino el campo se quedaría sin gente para trabajar”.


“P”, sudoeste bonaerense, 2011.

El “poco tiempo” en el que “se gana mucho” según el mito patronal es visualizado en términos de temporada.Calculado sobre las horas de trabajo, la idea del “poco tiempo” se desmorona en jornadas de12, 14 y hasta 18 horas cumplidas durante meses, sólo por medio de las cuales los trabajadores pueden acceder a ese precio mediamente “normal” de la hora de trabajo –“normal” en tiempo, lugar y circunstancias sociales concretas-, y acumular ingresos suficientes para vivir el resto del año.  

Si el trabajo es salud…
El trabajo rural es uno de los más inseguros en la Argentina. Visto globalmente, sólo la construcción y la ocupación en minas y canteras lo superan en peligrosidad, siendo que las tres ramas se encuentran muy por encima de la media nacional de accidentes de trabajo, enfermedades profesionales y muertes33Sólo estamos tomando en cuenta los casos denunciados. Fuente: Superintendencia de Riesgos de Trabajo. “Panorámica de los riesgos laborales en el sector agropecuario”. Buenos Aires, 2007.


. A la variedad de riesgos inherentes a las condiciones sociales en que se lleva adelante la producción rural propiamente dicha, se agrega la relativa lejanía en que se encuentran los trabajadores respecto a cualquier centro de atención médica, tanto como las importantes falencias que presenta dicha atención en gran parte del interior del país. Aun así, dentro del heterogéneo abanico de actividades del trabajo rural, la producción de granos presenta los registros relativamente más bajos de accidentalidad y mortandad.


Durante muchos años, los trabajadores de este sector han estado expuestos al llamado “mal de los rastrojos”, producido por la intoxicación a través del excremento de roedores por vía sanguínea –ante algún corte accidental, sobre todo entre las plantas- o fundamentalmente por vía respiratoria, al inhalar dichos excrementos mezclados con el polvillo que genera el corte y la trilla de los cultivos. Aún después de la década de 1970, la mayoría de las cosechadoras no contaba con cabina cerrada, o cuando tenían esa ventaja el calor se hacía insoportable, de modo que trabajaban con la ventanilla abierta, expuestos al aire. Frente al polvillo, la única protección era un simple pañuelo. De hecho, los problemas que esto generaba en las vías respiratorias reportaban un problema en sí mismo, más allá del “mal de los rastrojos”. Estos problemas se mezclaban con los efectos de la gran exposición al frío, el calor, los cambios de temperatura, el viento y la humedad que sufrían trabajando sin cabina o sin un efectivo sistema de aislamiento del exterior. La casi total generalización de tractores y cosechadoras con cabinas cerradas a partir de la década de 1990, resolvió en gran medida el problema del polvillo y la influencia del “mal de los rastrojos”.  Las nuevas máquinas y tractores cuentan con aire acondicionado y calefacción, de manera que los trabajadores no tienen que optar entre el calor extremo o llenarse completamente de polvo.


La manipulación en condiciones inadecuadas –por falta de elementos o capacitación- de muchos de los nuevos agroquímicos, han producido intoxicaciones y daños corporales severos en muchos trabajadores. Las consecuencias son gravísimas, incluyendo casos de cáncer, ulceraciones, reacciones alérgicas crónicas en piel y vías respiratorias, y malformaciones en la descendencia.  Estos casos se dan fundamentalmente entre los trabajadores que participan de las tareas de fumi-fertilización, y menos frecuentemente en los de siembra (por el “curasemillas”). Las consecuencias del uso inadecuado o excesivo de agrotóxicos, parecen extender sus consecuencias fuera de las explotaciones en que se aplican, esparciéndose por cultivos vecinos comestibles directamente por humanos, y vecindarios aledaños que presentan los mismos graves problemas vinculados al contacto involuntario con estos químicos.


Respecto a los problemas derivados de la manipulación mecánica de la maquinaria, la generación anterior de equipos requería la regulación de la altura, la distancia, y la inclinación de la plataforma de cosecha o la sembradora de forma manual, desarmando y armando las piezas –y probando cada vez- hasta dejarla en el punto requerido.  La necesidad de probar las regulaciones en movimiento y el apuro por contrarrestar semejantes pérdidas de tiempo, sumado al trabajo nocturno con los mismos objetivos, creaba condiciones “inmejorables” para los accidentes. El enganche de una manga de la camisa o el pantalón, en un engranaje o cadena de transmisión, podían derivar en la pérdida de una falange, un dedo entero, una mano o directamente un brazo o una pierna.  La puesta en marcha involuntaria de los mecanismos a veces se producía cuando un operario reparaba algo abajo y otro se mantenía en la cabina sin saber exactamente que su compañero aún estaba entre los fierros o delante de la cosechadora, dándose casos mortales. Gran parte de estos accidentes han venido siendo reducidos por las características de las nuevas máquinas. Ya no es necesario bajarse de la cabina a regular y probar manualmente los mecanismos, sino que se regulan desde la propia cabina a través de la botonera.Por otro lado, los sistemas de alarma advierten cuando aún se mantiene alguna compuerta abierta; cuando el cabezal no tiene la plataforma debidamente colocada y afirmada; cuando la cosechadora está en reversa; o cuando algún objeto obstruye el funcionamiento de algún mecanismo o circuito, indicando en qué lugar exacto se encuentra el problema, para evitar toda una “semiología” de la máquina que requería tocar y probar todas las veces que fuera necesario hasta encontrar dónde estaba el problema.


Como contraparte, la tarea de los empleados se hizo así más prolongada y continua, casi sin parar a descansar ni regular los equipos, salvo por los enredos de algunas plantas. La monotonía del trabajo y la falta de descanso se transformaron en las causas más frecuentes de accidentes con las nuevas tecnologías. Choques contra árboles, postes, alambrados, y cables del tendido eléctrico, pasaron a ser los episodios de accidentes más frecuentes en los relatos. También son comunes los accidentes durante el transporte de los equipos por la ruta, comprometiendo al resto de los vehículos que transitan por los caminos. Estas variantes de accidentes se relacionan fundamentalmente con el adormecimiento de los operarios, con la imposibilidad de mantener los reflejos despiertos, fruto de las condiciones en que desempeñan sus tareas.

 

A modo de síntesis
La situación de los obreros de la agricultura pampeana los muestra como la clase social sobre la que recae lo principal de la producción, pero como la que menos participa del reparto del valor que ella misma generó. Son los explotados del agro pampeano, la otra cara y el secreto mejor guardado de las cosechas récord, del auge de los pools de siembra, de las mega empresas agropecuarias nacionales y extranjeras, y de los grandes propietarios de tierra.  Trabajan y viven en un gran aislamiento político y social, han sido dispersados por la difusión del contratismo, fragmentados por ciclos laborales diferentes, y segmentados por escalafones salariales distintos. Sin embargo, tienen problemas en común que objetivamente los convocan a unirse para la lucha, generando mejores condiciones para nues-tro trabajo político e ideológico. Y su residencia urbana puede facilitar la organización de esta fracción estratégica del proletariado rural, cuando vuelven de las cosechas o las jornadas de siembra y fumigación, preservados del ojo celoso de toda la gama de patrones –pequeños, medianos, grandes y gigantescos- que luchan activamente por mantenerlos “invisibles” y superexplotados, en la total postergación, más allá del “buen trato” o las formas que adquiere el paternalismo moderno sobre la peonada en nuestros días.  La nueva ley impulsada por el gobierno sobre el trabajo rural recrea la lógica de mucho de lo que ha hecho el kirchnerismo en el terreno legislativo sobre temas sensibles al pueblo y las luchas de muchos años. “La letra” de la ley nueva es superadora de “la letra” de la ley anterior impuesta por la dictadura,  ya que incluye demandas reales de los trabajadores. Sólo que ni incluye todas las demandas, ni los problemas de fondo y estructurales que hacen a la superexplotación de los trabajadores rurales, ni basta con dejarlo sentado en un papel. De hecho, muchas de las disposiciones incluidas en la ley ya han sido aprobadas en reformas y conquistas parciales de los obreros y el sindicato estos 32 años desde la aprobación del viejo “Régimen Nacional de Trabajo Agrario” de 1980, firmado por Videla. También en parte como con la ley de medios, estas “concesiones” habilitan con la fuerza o la aprobación de los de abajo un nuevo reparto “por arriba”. En este caso, de la caja del Registro Nacional de Trabajadores Rurales y Estibadores (RENATRE), organización que era una entidad de derecho público no estatal formada por UATRE y las cuatro entidades para el registro de empleados y empleadores, que financió actividades políticas y gremiales tanto del gremio como de la “mesa de enlace”, y quién sabe qué otras cosas más en un sindicato que fue pilar de la campaña presidencial de Duhalde, en quien se referencia su secretario general, “momo” Venegas. Ahora, con la intervención estatal el gobierno gana una fuente de financiamiento y se la hace perder a sus adversarios. Más allá de la disputa en las alturas, esta nueva “letra en el papel” no deja de generar mejores condiciones para la lucha obrero rural, justamente porque nos habilita a hacer entrar en crisis la contradicción entre lo que allí se postula y lo que efectivamente puede cumplirse, así como sobre sus insuficiencias e incoherencias. Enhorabuena que se ha aprobado esta ley. Ahora, ¿la Presidenta propone llegar a las 150.000.000 de toneladas de granos con obreros trabajando ocho horas? ¿Quién va a pagar el costo de contratar el doble de gente –ya que hoy se trabajan casi 16 horas- y por el doble de salario que hoy? ¿El gobierno va a presio-nar a los pools de siembra, terratenientes y mega inversores agrarios para que paguen a los contratistas una tarifa acorde a sus costos para hacer eso posible? ¿Cristina va a hacer algo más que falsas apelaciones “al corazón” de los empresarios en sus discursos transmitidos en cadena nacional?  ¿Qué presupuesto y qué infraestructura van a garantizar para controlar las condiciones de trabajo en los 16.000 equipos de contratistas que pululan haciendo todo tipo de tareas a largo del territorio nacional? ¿Van a hacer algo más que hostigar impositiva y políticamente a los productores con el “trabajo en negro” cuando los mismos trabajadores registrados ganan sueldos legales de miseria, avalados por al gobierno, y a los que no se les homologan los aumentos conseguidos, obligándolos a buscar sumas en negro? En el marco de una gran complejidad política, y específicamente en el contexto de la dificultad para organizar una masa obrera descuartizada por la tercerización y el trabajo a destajo, existen buenas condiciones para desplegar nuestro trabajo hacia este destacamento propio que el proletariado revolucionario posee en el campo. Los obreros agrícolas necesitan la orientación del PCR para la luchas por sus necesidades inmediatas. Y sobre todo, por la revolución que los haga libres.