Pocos ejemplos de internacionalismo y heroísmo como el de las Brigadas Internacionales creadas a iniciativa de la Internacional Comunista (Comintern) en septiembre de 1936, y que se concretaron un mes después. Voluntarios y voluntarias de más de 50 países, principalmente comunistas, pero también socialistas, anarquistas, republicanos y sin partido se pusieron del lado de la República y sus valientes milicianos, librando heroicos combates contra los fascistas en la defensa de Madrid y en toda la península.
La formación de las Brigadas Internacionales se enmarca en la inmensa oleada de solidaridad en los pueblos del mundo hacia la causa republicana, expresada en millares de aportes y campañas que juntaban dinero, comida y pertrechos para el pueblo español, asediado por el levantamiento franquista, que contaba con la colaboración militar del nazismo alemán y el fascismo italiano, y con una “neutralidad” cómplice de las potencias occidentales como Estados Unidos e Inglaterra.
Los Partidos Comunistas se pusieron al frente del reclutamiento de voluntarios en sus países desde mediados de 1936, y la Internacional armó una base de apoyo en Francia, desde donde entraban a España. El gobierno de la República acordó ese mismo mes de octubre con la formación de las Brigadas Internacionales, les destinó como base la ciudad de Albacete, situada en un lugar estratégico entre Madrid y Andalucía, los dos frentes más activos y designó al frente de las mismas al comunista francés André Marty.
Adoptaron el nombre de Brigadas Internacionales (BBII), y se incorporaron a las Brigadas del Ejército de la República, numerándose a partir del XI. Cada Brigada se dividía en batallones de acuerdo a la cantidad de integrantes, y si bien desde el comienzo se armaron por nacionalidad e idioma, las hubo mixtas, como la conocida “21 nacionalidades”.
La mayoría de los integrantes de las BI eran obreros, y también hubo campesinos, estudiantes, profesionales y hasta militares en sus países de origen. Hay distintas cifras, pero se estima que en total participaron en los combates más de 50 mil voluntarios en los dos años que las Brigadas estuvieron en España. De ellos, entre el 20 y el 30% cayeron en tierra ibérica.
Estos voluntarios llegaron de prácticamente todo el mundo: franceses, polacos, italianos, estadounidenses, alemanes, británicos, belgas, checoslovacos, serbios, croatas, austriacos, escandinavos, holandeses, húngaros, búlgaros canadienses, suizos, portugueses, chinos y árabes. De nuestro país se calcula que entre 900 y mil hombres y mujeres marcharon a combatir a España.
Todos ellos, además de la instrucción militar prestaban el siguiente juramento: “Soy un voluntario de las BBII porque admiro profundamente el valor y heroísmo del pueblo español en lucha contra el fascismo internacional; porque mis enemigos de siempre son los mismos que los del pueblo español. Porque si el fascismo vence en España, mañana vencerá en mi país y mi hogar será devastado. Porque soy un trabajador, un obrero, un campesino que prefiere morir de pie a vivir de rodillas. Estoy aquí porque soy un voluntario y daré, si es preciso, hasta la última gota de mi sangre por salvar la libertad de España, la libertad del mundo”.
Los diversos batallones llevaban los nombres de caídos por el fascismo, como los alemanes “Thaelmann” y “André”, recordaban hechos históricos como “Comuna de París”, o personalidades de los distintos países de origen de los voluntarios, como los batallones “Lincoln” y “George Washington”, entre otros. Además de los que entraron en combate directo, muchos de los voluntarios y voluntarias realizaron distintas tareas, en la salud, en la propaganda, en tareas de inteligencia y espionaje, logística, organización política y sindical, etc.
Mujeres combatientes
Menos conocida es la participación de las mujeres en la guerra. Tanto en el Ejército Republicano como en las Brigadas, unas pocas lograron vencer los prejuicios machistas, que las relegaban al trabajo de enfermería o “la retaguardia” como decía un decreto del gobierno republicano de 1937, y empuñaron las armas. Algunas quedaron inmortalizadas como Pilar, la gitana guerrillera de “Por quién doblan las campanas”, de Ernest Hemingway, o Rosario Sánchez “La Dinamitera”, por Miguel Hernández. La mayoría permanece anónima, ocultada por la historia oficial de los ganadores, y también por los revisionistas.
Elisa García, quien caería en combate en 1936, escribió en una carta a su familia rebatiendo las ideas predominantes: “Mi corazón no puede permanecer impasible viendo la lucha que están llevando a cabo mis hermanos… Y si alguien os dice que la lucha no es cosa de mujeres, decidles que el desempeño del deber revolucionario es obligación de todos los que no son cobardes”.
Hubo mujeres de varios países que pelearon en España. Algunas llegaron solas, otras con sus maridos, como desde la Argentina la comunista Fanny Edelman o la trotskista Mika Etchébèhere. Tantas que no se las puede nombrar a todas. Desde la fotógrafa italiana Tina Modotti, que desde México se incorporó a las Brigadas Internacionales, hasta la afroamericana Salaria Kea, que se enroló en el Batallón Abraham Lincoln.
Retirada de las Brigadas Internacionales
Los brigadistas estuvieron presentes en muchas batallas, como la del Ebro, y en la defensa de Madrid, hasta octubre de 1938, cuando el gobierno republicano de Juan Negrín aceptó repatriarlos, sobre la base de un “pacto de no intervención” firmado por todos los países europeos pero sistemáticamente pisoteado por Alemania e Italia. La Internacional Comunista, y el Partido Comunista de España, acataron esa resolución. Pasó a la historia el emotivo discurso de despedida de las Brigadas dado por la dirigente comunista Dolores Ibarruri, cuando entre otras cosas afirmó: “¡Madres! Cuando los años pasen y las heridas de la guerra se vayan restañando; cuando el recuerdo de estos días dolorosos y sangrientos se esfume en un presente de libertad, de paz y de bienestar… hablad a vuestros hijos; habladles de estos hombres de las Brigadas Internacionales. Contadles cómo, atravesando mares y montañas… llegaron a vuestra patria, como cruzados de la libertad, a luchar y morir por la libertad y la independencia de España, amenazados por el fascismo alemán e italiano”.
No todos se fueron. Muchos se quedaron a combatir en las unidades del ejército republicano hasta el fin de la guerra. Algunos sufrieron la represión franquista y fueron fusilados o encarcelados por años. Otros pudieron pasar a Francia y junto a los exilados, tras superar los indignantes campos de concentración adonde fueron confinados por el gobierno “amigo” de Dalladier, se integraron a la resistencia y combatieron a los nazis en la segunda guerra mundial. Años después, sectores de la izquierda revolucionaria española analizaron críticamente la retirada de las Brigadas Internacionales, como concesiones a las potencias occidentales que ni “el Gobierno, y mucho menos el Partido, debió aceptar jamás”.
El gran poeta Miguel Hernández, muerto en 1942 en la enfermería de una cárcel franquista, escribió: Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras,/ una esparcida frente de mundiales cabellos,/ cubierta de horizontes, barcos y cordilleras,/ con arena y con nieve, tú eres uno de aquéllos. “Al soldado internacional caído en España”, 1938.
Ochenta años después, el ejemplo de estos hombres y mujeres se agiganta, y todos aquellos que luchamos por una sociedad mejor los tenemos como punto de referencia, como seguramente los tuvo el Che cuando escribió aquello de que no hay cualidad más linda para un revolucionario que sentir, “en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo”.