Según la evaluación reproducida varias veces en los últimos días por los monopolios de prensa del Brasil, la crisis aérea es el peor momento de la gestión de Luiz Inacio “Lula” Da Silva, desde su primer mandato. Esta crisis, que ya lleva 10 meses, comenzó cuando un jet Legacy chocó con un avión de pasajeros de la empresa Gol, en setiembre de 2006. Y se potenció con otro grave accidente ocurrido el 17 de julio último con el avión de la empresa TAM en el aeropuerto de Congonhas, San Pablo.
La crisis aérea es otro hecho concreto y visible que no sólo atañe a los políticos y sus asesores sino particularmente a la llamada clase media. Los dos recientes accidentes aéreos –los mayores en la historia de la aviación brasileña– provocaron más de 300 muertos, pusieron a la clase media en rumbo de colisión con el gobierno de Lula, y pusieron en evidencia los desmadres petistas.
Los propios asesores de Lula ya no pueden negar la gravedad de este momento político. Y corren intentando “tapar la polvareda” de la crisis aérea para que no siga creciendo y alcance de manera irremediable a la opinión pública en general. A las generalizadas críticas por incompetencia administrativa, exceso de burocracia, desorganización y corrupción, se suman distintas denuncias de los partidos opositores, que comparan la actual crisis aérea a la del “apagón” energético ocurrido a fines del gobierno de Fernando H. Cardoso, y que fue determinante en la derrota electoral del PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña), hasta entonces la principal opción de las clases dominantes y del imperialismo para gerenciar el viejo Estado.
Presionado, Lula destituyó al ministro de Defensa Waldir Pires, y nombró en el cargo a Nelson Jobim, del PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), intentando mantener el control de la situación y sumar bases de sustentación al gobierno. Sin embargo, hasta ahora esa medida parece insuficiente para revertir el cuadro de crisis. Las contradicciones generadas por la conducción de Lula ya venían acrecentándose incluso antes del accidente del vuelo 3054. Tanto, que en la apertura de los Juegos Panamericanos, el pasado 13 de julio en Río de Janeiro, cerca de 90 mil personas dieron a coro una colosal chiflatina a Lula en el estadio de Maracaná, impidiéndole abrir oficialmente ese evento deportivo. Ante esta manifestación de repudio Lula tampoco concurrió a otros actos, y también fue chiflado en el nordeste del país.
La economía en crisis
Todas estas crisis políticas expresan una crisis más de fondo en la economía del país. Algunos índices favorables en el plano macroeconómico –inflación baja y controlada, superávit en la balanza comercial, aumento en las reservas– son sólo una cara de la realidad. Las tasas de interés en el Brasil son las más altas del mundo, e impiden inversiones. La deuda pública llegó a 1 billón 200.000 millones de reales, y crecerá aún más precisamente a causa de los altos intereses. Y con un escenario internacional favorable a las exportaciones, la industria nacional y la producción local están siendo reemplazadas por importaciones subsidiadas, principalmente en el área de tecnología avanzada. La Asociación de Comercio Exterior estima que las importaciones brasileñas llegarán, en 2007, a 100 mil millones de dólares, más del doble de su pico mayor, que fue de 48 mil millones en 2003.
Esto, sin contar que los fabricantes de electrodomésticos, productos electrónicos, materiales de construcción, confecciones y calzados, entre otros, están importando productos terminados de China, para revenderlos con marca brasileña porque, dicen, es mucho más barato importar de China que producir en el Brasil.
Este proceso de compradorización afecta de lleno a la industria instalada en el país, en particular a las empresas de capital nacional. Además de provocar la quiebra de las empresas pequeñas y medianas, lleva a un crecimiento muy bajo de la economía, lo que torna imposible reponer los puestos de trabajo destruidos por este avasallador proceso de destrucción de las fuerzas productivas nacionales. Así la dependencia externa va aumentando en la proporción en que aumenta la subordinación del país a las potencias extranjeras.
Las turbulencias en la economía mundial ocurridas en la última semana de julio provocaron una caída en la Bolsa de Valores de San Pablo (Bovespa); causaron una mayor desvalorización del real en relación a las monedas de países como México y Colombia, e hicieron que el riesgo-país fuera peor que el promedio de los países llamados emergentes. Este comportamiento en el área financiera mostró, una vez más, la vulnerabilidad de la economía brasileña. Definitivamente el Brasil no está blindado contra las crisis económicas, como quieren hacer creer los analistas oficiales, y puede sufrir aún más. Las crisis económica y social se amplifican. La tensión social se agudiza.
Descomposición del sistema estatal
Antes del accidente aéreo del 17 de julio, la dirección petista enfrentaba el mayor escándalo de corrupción, con centro en el Senado y su presidente Renán Calheiros, otro aliado de Lula. Esta crisis reveló que la disputa de intereses entre los grupos de poder seguía siendo aguda. Y mostró que las clases dominantes están muy preocupadas por la pérdida de credibilidad de las instituciones, factor indispensable para que sigan engañando al pueblo.
La tragedia del aeropuerto de Congonhas alivió por un tiempo la presión sobre el senador Renán. Pero con el fin del receso parlamentario el problema volverá a tomar fuerza. A cada crisis, las clases dominantes brasileñas van percibiendo la gravedad de la situación política nacional, y concluyendo que necesitan hacer algo, ya que a cada rato surgen hechos nuevos que pueden transformarse en algo amenazante para el viejo orden.
Lula, que hace 7 meses inició su segundo mandato, “comienza a extenuarse”, según la afirmación de representantes de las clases dominantes, que comienzan también a hablar de que “llegó la hora de cambiar”.
La formación de un gobierno de coalición en el segundo mandato de Lula no impidió la profundización de la crisis política, porque la crisis es endémica y no puede ser curada en forma definitiva. Apenas puede ser eludida en determinados períodos, cada vez menores entre una y otra crisis. Incluso porque, en el Brasil, las crisis políticas son consecuencia y herencia de su condición colonial y semifeudal.
Las masas se animan a luchar
Pero las crisis también encienden el ánimo de las masas que, en el Brasil, retoman el camino de la lucha. El crecimiento de la protesta popular, aunque mayoritariamente espontáneo e impulsado por reivindicaciones económicas, fue el hecho más destacado del último semestre. Empleados estatales siguen en huelga; los estudiantes organizan marchas por el pase libre en los colectivos; docentes de Río de Janeiro van a la huelga por salarios y mejores condiciones de trabajo; los trabajadores del subterráneo de San Pablo también entran en huelga; médicos de los hospitales públicos de Río y de Recife piden renuncias en masa a causa de las pésimas condiciones de trabajo, sufren persecuciones, pero no retroceden; el pueblo pobre, que vive en las favelas, denuncia la creciente violencia policial. Los campesinos pobres luchan por la posesión de la tierra enfrentando la violencia del latifundio y del Estado. En los próximos meses, los metalúrgicos y los bancarios pueden también rebelarse en defensa de sus derechos.
En defensa del “Estado demo-crático de derecho”, la reacción es brava y exige medidas duras: cambios en el código penal; más policías en las calles y más cárceles. Aumenta la represión del Estado sobre los que luchan, mientras que para los que viven en la miseria están apenas las migajas de los programas de políticas compensatorias, como “Bolsa-Familia”.
El Estado reprime toda protesta popular como medida preventiva intimidatoria y refuerza sus fuerzas policiales, desatando la más furiosa y brutal represión en el campo e incentivando la criminalización y la matanza del pueblo pobre en las ciudades. El 27 de junio, un gran operativo policial en las favelas del Complejo do Alemão, en Río de Janeiro, mató a 19 habitantes e hirió a otras 9 personas. Con el fin de los Juegos Panamericanos recomenzaron los ataques a las favelas, y sus moradores volvieron a acusar a la policía de asesinar cobardemente a trabajadores que viven en ellas.
Los partidos tradicionales levantan ahora, nuevamente, su rota bandera de reforma política para intentar encubrir todo este pantano político y moral. Entretanto, la superación completa de la crisis no sucederá con una “reforma” política, ni con otra sustitución del gobernante de turno.
En el Brasil, como en otros países de América Latina, esa “nueva izquierda” que llegó al gobierno del viejo Estado ha hecho de todo para garantizar los intereses de las clases dominantes y del imperialismo, principalmente el yanqui. Y trata de canalizar el descontento del pueblo hacia el camino electoralero. Pero las expectativas y las promesas que llevaron a gran parte del pueblo a votar por esos frentes y esos políticos oportunistas hoy se transformaron en decepción y frustración.
Sólo con las masas luchando e interviniendo en la situación política nacional de manera independiente habrá perspectivas para los profundos y necesarios cambios en el Brasil.