En febrero de 1921 culminó la primera de las grandes huelgas en las estancias patagónicas. A fines de enero había llegado un nuevo gobernador, Iza, designado por el presidente Hipólito Yrigoyen. El periódico La Unión, vocero de la Sociedad Rural de Santa Cruz, cuenta que a la llegada de Iza una parte de los integrantes de la Sociedad Obrera de Río Gallegos fue a recibirlo. En el tono xenófobo que impregnaba a los oligarcas, dice La Unión: “algunas voces hostiles contra el gobernador interino Correa Falcón, cuya procedencia por el acendrado tono ibérico con que fueron proferidas, no necesita comprobación: Viva el nuevu señor jubernador! ¡Muera el vieju jubernador!”.
Pocos días después de Iza llegaban las tropas al mando del teniente coronel Varela, al que Yrigoyen había enviado con el mandato “Haga lo que tenga que hacer” para terminar con la huelga.
El gobernador y el militar se entrevistaron con los estancieros y con los huelguistas. Varela incluso recorrió algunas estancias, comprobando las terribles condiciones de explotación a que los peones eran sometidos.
La Sociedad Obrera de Río Gallegos presentó un nuevo pliego de reivindicaciones, y el gobernador Iza laudó estableciendo el pago de una parte de los salarios caídos. Los huelguistas reclamaban “Que se desmienta por completo el nombre de bandoleros que se le ha dado a los obreros”, y la garantía que no se iban a tomar represalias contra los obreros.
El 22 de febrero el gobernador dio a conocer su “laudo definitivo” que entre las cuestiones generales los firmantes se obligaban “dentro de términos prudenciales que las circunstancias locales y regionales impongan; proveer las condiciones de comodidades e higiene de sus trabajadores”, que a continuación detalla. Allí se establecía que: “Las habitaciones de los obreros serán amplias y ventiladas y, dentro de lo posible, en cada pieza no dormirán más de tres hombres”, la provisión de un paquete de velas por mesa a cada trabajador por parte del patrón, dejar el sábado a la tarde libre para los obreros, una comida compuesta de tres platos y hasta que “cada estancia tendrá un botiquín de auxilio con instrucciones en idioma nacional”. Luego venían una serie de disposiciones para los carreteros, arrieros, puesteros, ovejeros, peones, carreteros, cocineros y campañistas. También que se reincorporaría a los despedidos desde noviembre de 1920 “abonándosele la mitad de los sueldos que tenían asignados en las planillas de las estancias”. Este laudo se iba a discutir en una multitudinaria asamblea obrera, que lo aprobó tras largo y agitado debate.