El imperialismo yanqui invadió Irak en 2003 y convirtió al país ocupado en un inmenso y espantoso campo de concentración. Ahora, en los umbrales de las elecciones legislativas de mitad de mandato, el sitio web de denuncia WikiLeaks reveló una montaña de información clasificada del ejército estadounidense: publicó en Internet casi 400 mil documentos secretos del Pentágono relacionados con la ocupación norteamericana (en julio ya había hecho públicos otros 75.000 con revelaciones similares sobre la ocupación de Afganistán).
Los documentos desnudan miles de cotidianos hechos de violencia, asesinatos, violaciones y torturas a que ha sido sometido el pueblo iraquí desde que George W. Bush declaró “Misión cumplida” pocos días después de la ocupación de Bagdad. Los jefes militares y políticos yanquis –resonsables de fondo de la situación que impera en el Irak ocupado– impidieron la investigación de centenares de informes sobre torturas, violaciones y asesinatos perpetrados sistemáticamente contra la población por la Policía y el Ejército iraquí aliados al ocupante.
Fascismo imperialista en acción
Los documentos abarcan desde el 2004 hasta comienzos del 2010. En forma descarnada confirman lo que todo el mundo sabía, lo que los yanquis y sus cómplices pretendieron ocultar o distorsionar y lo que muchos periodistas honestos intentaron informar a lo largo de esos años: asesinatos y matanzas de civiles, torturas, personas golpeadas hasta morir. Los informes de Wikileaks hablan de prisioneros con los ojos vendados, maniatados y recibiendo golpes, latigazos y descargas eléctricas. Son documentos del ejército de Estados Unidos y por tanto en conocimiento del Pentágono.
En esos cientos de miles de registros se repiten las referencias a “ejecución”, “asesinato”, “secuestro” y “decapitación”, y en cientos de informes se citan latigazos, quemaduras y palizas. Los documentos revelan que los servicios secretos iraquíes torturaron a cientos de personas; que los militares estadounidenses (muchos de los cuales, por orden de Obama, se quedaron en Irak como “instructores” de los “servicios” locales) miraron y mandaron e-mails, pero casi nunca intervinieron.
Torturas en masa; tiroteo de civiles, ametrallamiento de viviendas de familia desde helicópteros, pistoleros mercenarios yanquis y británicos convertidos en máquinas de matar a resistentes reales o inventados. La tripulación de un helicóptero artillado recibió la orden de disparar a insurgentes tratando de rendirse. Una empresa privada de Estados Unidos, que ganó millones de dólares tercerizando tareas de seguridad, mataba civiles. En noviembre del 2005, soldados de EEUU encontraron a 173 prisioneros con quemaduras de cigarrillos, cicatrices y huesos rotos, en una comisaría cerca de Bagdad. En agosto de 2006, un sargento de EEUU en Ramadi escuchó el sonido de latigazos saliendo de una comisaría y se topó con un oficial iraquí que usaba un cable eléctrico para pegarle a un detenido en las plantas de sus pies. Cientos de casos similares.
No sólo se revela así el carácter masivo y sanguinario de la represión imperialista a un pueblo del tercer mundo ocupado militarmente, sino que se explica la existencia de al menos 15.000 asesinatos de civiles que hasta ahora permanecían ocultados, lo que lleva a una cifra total de más de 150.000 muertes desde el inicio de la invasión: el 80 por ciento de ellas son víctimas civiles.
Política “de Estado” yanqui
La evidencia brutal conmovió al mundo. No es que los hechos fueran desconocidos. Pero ahora no sólo fue puesto al desnudo el genocidio imperialista, sino también las sistemáticas mentiras y ocultamiento del sistema de represión fascista instalado en Irak por el carnicero Bush y mantenido por Obama, directamente y a través de las tropas militares y policiales del gobierno títere de Bagdad convertidas en “cipayos”, como se llamó a los soldados indios puestos por los colonialistas británicos a reprimir a su propio pueblo al servicio del ocupante.
El gobierno yanqui trató de impedir la difusión de los documentos diciendo que “ponían en peligro la vida de soldados norteamericanos”. La secretaria de Estado Hillary Clinton se hizo eco de esa infamia. Los grandes diarios norteamericanos usaron la proximidad de las elecciones para encubrir a los jefes imperialistas. “Si encontrábamos un hombre que había sido torturado nos decían que era propaganda terrorista –informa un periodista del diario inglés The Independent–; si descubríamos una casa llena de niños muertos en un bombardeo aéreo estadounidense también era propaganda terrorista, o daño colateral, o una simple frase: ‘No tenemos información de eso’”.
Ni demócratas ni republicanos se atreven a esgrimir las revelaciones uno contra el otro, porque esos métodos son una política “de Estado” y compromete a ambos.
Las actuales revelaciones, sumadas a la masa de mentiras repetidas hasta el hartazgo en 2002 y 2003 (sobre armas nucleares y químicas supuestamente acumuladas por Sadam Husein) para ocupar Irak y apoderarse de su petróleo en nombre de la “legalidad internacional”, echan una luz intensa sobre la verdadera naturaleza, genocida y opresora, de la “democracia” imperialista que los yanquis fueron a instalar en Irak y promueven en todo el mundo.