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07 de September de 2011

La guerra civil aún prosigue. Las potencias imperialistas impusieron su hegemonía en el nuevo gobierno y preparan el reparto de Libia y su petróleo. Democracia, autodeterminación y soberanía: tareas populares aún pendientes.

Libia: ¿”Transición” hacia dónde?-

Hoy 1385 / Las potencias imperialistas expropiaron la rebelión popular

Al cierre de esta edición de hoy prosiguen los combates en varias ciudades libias y el paradero de Muammar Gadafy permanece desconocido. Pero el jueves 1° de septiembre sesionó ya en París una “Conferencia de apoyo a la nueva Libia” con la presencia de 60 países y organizaciones internacionales que apoyaron el levantamiento anti-Gadafy secundado por las bombas de la OTAN.

Al cierre de esta edición de hoy prosiguen los combates en varias ciudades libias y el paradero de Muammar Gadafy permanece desconocido. Pero el jueves 1° de septiembre sesionó ya en París una “Conferencia de apoyo a la nueva Libia” con la presencia de 60 países y organizaciones internacionales que apoyaron el levantamiento anti-Gadafy secundado por las bombas de la OTAN.
Allí se legitimó como nuevo gobierno libio al Consejo Nacional de Transición (CNT), y se delineó el programa para la transición hacia un Estado “democrático, constitucional e islámico”, medidas para la reconstrucción económica y el desbloqueo de fondos libios congelados por las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU al régimen de Gadafy. Todo desembocaría en elecciones presidenciales en algo menos de dos años, previo reparto –según ya se va viendo– de los principales rubros económicos del país (el petróleo y el gas) entre los monopolios imperialistas y sus socios locales.
Convocada por el presidente francés Sarkozy, la Conferencia reunió a jefes imperialistas representantes de Alemania, Gran Bretaña, China y Rusia (que a última hora reconoció al CNT), y a los secretarios generales de la ONU y la Liga Árabe, el presidente de la Unión Africana, y las máximas autoridades del Consejo y la Comisión Europea.

 

Montados en la rebelión popular
El Consejo Nacional de Transición (CNT) es una coalición heterogénea. Se constituyó originalmente para coordinar la lucha democrática armada contra la dictadura de Gadafy, reuniendo a ex ministros del gadafismo, antiguos miembros de la oposición en Libia o en el exilio, y personalidades de distintos orígenes y orientaciones, incluyendo el nacionalismo árabe, islamistas, secularistas, socialistas y empresarios.
La rebelión libia se inició en marzo como parte de la ola de levantamientos populares, antidictatoriales y antiimperialistas que barrió todo el norte de África y el Medio Oriente y logró el derrocamiento de dictaduras proimperialistas que durante décadas habían oprimido a sus pueblos como las de Túnez y Egipto.
Pero a poco andar, en el heterogéneo frente libio incidieron, hasta llegar a predominar, empresarios y políticos ligados a diversos imperialismos, muchos de ellos hasta hacía poco altos miembros del propio gobierno de Gadafy. Ahí es donde entra a actuar la OTAN.
En nombre de la “protección de civiles”, los imperialistas “atlánticos” llevaron a cabo bombardeos masivos y asesinaron a miles, violando las resoluciones que las mismas grandes potencias impusieron en el Consejo de Seguridad, atacando objetivos civiles y financiando y armando a las facciones afines dentro del frente rebelde. Las Naciones Unidas han sido, así, nuevamente convertidas en cómplices de una guerra de conquista.
La intervención de los imperialismos les “robó” la rebelión a los sectores populares que querían acabar con el régimen tiránico y proimperialista de Gadafy, lejano ya de sus orígenes nacionalistas de fines de los ’60 y convertido desde hace décadas en entregador de Libia a intereses monopólicos rusos, franceses, ingleses, italianos, alemanes, chinos y norteamericanos.
El conflicto fue usado como pretexto para la intervención externa. Todos los recursos y los acostumbrados métodos brutales de la OTAN fueron y son puestos al servicio de los objetivos neocolonialistas –económicos y estratégicos– de las grandes potencias, primero para los bombardeos y la destrucción de la resistencia gadafista, luego para la búsqueda del dictador “desaparecido” que prometió “resistencia prolongada”, y de ahora en adelante para resguardar el nuevo “orden” imperialista de las previsibles luchas políticas, étnicas y tribales (o para utilizarlas en la disputa hegemónica entre los intereses coaligados para desalojar a Gadafy).

 

Socio incómodo
En los años ’80 y buena parte de los ’90, el régimen de Gadafy todavía era incluido por los imperialistas yanquis y europeos en su infame categoría de “estados villanos terroristas”, a causa de sus vínculos con organizaciones y acciones armadas ligadas a movimientos nacionalistas o a potencias rivales de aquéllas.
A fines de los ’90, sin embargo, tuvieron ya lugar contactos secretos para una aproximación con el gobierno yanqui y otros de “Occidente”. En 1999 la ONU levantó sus sanciones al gobierno libio, y en 2006 lo hicieron los Estados Unidos: Washington y Trípoli normalizaron sus relaciones. Los monopolios petroleros europeos volvieron a instalarse en Libia. También los bancos, líneas aéreas y cadenas hoteleras. Saif, el hijo de Gadafy, fue el puente de las corporaciones yanquis y europeas para su reingreso a los negocios en el país del norte de África; de su mano obtuvieron condiciones privilegiadas, exenciones de impuestos y privatizaciones. Entre 2000 y 2010 pasaron a manos privadas extranjeras 110 empresas estatales.
Pero el matrimonio con Gadafy no era por amor. En cuanto desbordó la rebelión, todos los imperialistas vieron la oportunidad de sacarse de encima al socio incómodo.

 

Manos chinas y otras en el plato
Son varios los imperialismos que jugaron y juegan sus cartas en Libia. Según el diario francés, el CNT firmó un acuerdo secreto con el gobierno de Sarkozy: a cambio de su respaldo “total y permanente” durante el conflicto, una vez terminado concedería el 35% del petróleo bruto del país a empresas francesas.
Pero cuando la OTAN y las tropas rebeldes tocaron ya los suburbios de Trípoli y el poder de Gadafy se tambaleaba, el gobierno chino (que no interpuso su derecho de veto en el Consejo de Seguridad para impedir la intervención) aseguró que “respeta la elección del pueblo libio”, urgió a que se pusiera en marcha una “transición estable” y se apresuró a reconocer y a establecer contacto con el CNT.
En los primeros días del levantamiento se hizo público que trabajaban en Libia no menos de 20 mil chinos; Beijing criticó la injerencia de la OTAN y jugó sus fichas a la continuidad de Gadafy, bajo cuyo régimen había invertido cifras astronómicas (unos 13.500 millones de euros) en proyectos de infraestructura y extracción de petróleo. Hay quienes dicen que China es una de las razones de fondo de esta guerra, como causante de serios dolores de cabeza estratégicos de Washington respecto de la expansión china en África.
Ahora son los de Beijing quienes están preocupados: sus competidores de Occidente quieren apropiarse del gas y el petróleo libios, y los jefes de la “transición” podrían pagar con explotaciones petroleras a quienes ayudaron desde el principio a voltear a Gadafy. Por eso el ministro de Exteriores chino, Yang Jiechi, reclamó que sea la ONU –y no Estados Unidos y Europa– quien “gestione” la reconstrucción de Libia.
La guerra civil aún no terminó, y la lucha liberadora del pueblo libio tampoco. Sigue planteada la urgencia de su difícil unidad para una salida revolucionaria que abra paso a la reconstrucción física y política del país, sin intervención imperialista y garantizando su independencia y autodeterminación nacional, así como su integridad territorial y la soberanía sobre sus recursos.