El humo acre de los gases, el impacto de las balas de goma, la ferocidad de los perros, la carga de caballos y jinetes armados: una violencia sin límites descargándose sobre hombres y mujeres, obreros acostumbrados a una vida de trabajo. Una violencia a solicitud de un gran monopolio yanqui acostumbrado a acumular ganancias y remitirlas a su “madre patria”. Una violencia decidida por un gobierno que llamándose a sí mismo popular, no vacila en defender a esos monopolios en contra de los intereses, los derechos y los justos reclamos de sus trabajadores. Y lo hace a sangre y fuego.
En la tarde del viernes 25 la feroz represión pretendió poner fin a un conflicto iniciado por la empresa Kraft Foods el 18 de agosto. Ese día, más de un centenar de trabajadores vieron rebotar sus tarjetas al momento de fichar su ingreso a la fábrica: así se enteraron de que estaban despedidos. Los despidos llegaron a 160. Los débiles argumentos de la empresa fueron desmentidos por los trabajadores en asamblea, por sus delegados y su Comisión Interna: la medida empresarial tiene como eje un plan de “achicamiento” respondiendo a la crisis internacional, que llegaría a la eliminación de un turno (y la extensión de los otros a 12 horas). Para poder aplicar ese plan en su planta argentina, Kraft necesita, entre otras cosas, deshacerse de delegados y Comisión Interna: las herramientas de organización de sus obreros.
Durante todo este tiempo -38 días hasta la represión-, la firmeza y la conciencia de los trabajadores mantuvieron la unidad dentro de la fábrica: despedidos y no despedidos resistieron las presiones y se mantuvieron en sus puestos de trabajo. No hubo ocupación, como esgrimieron la empresa y el gobierno: los trabajadores ficharon, cumplieron su turno en la línea y se fueron; la empresa mantuvo en todo momento el control de la planta. Sí hubo paralización de la producción en reclamo de la reincorporación de los despedidos, a quienes sus compañeros garantizaron la entrada.
Kraft Foods, en cambio, se dio el lujo de no acatar la conciliación obligatoria dispuesta por el Ministerio de Trabajo y no reincorporó durante ese período a los trabajadores a sus puestos. Suspendió, además, el pago a los no despedidos. Pero para Kraft Foods no hubo gases, balas de goma ni caballería: su desacato tuvo total impunidad.
Rodeados de la solidaridad de otros trabajadores, organizaciones sociales y de derechos humanos, personalidades culturales y políticas, los obreros y obreras de Terrabusi mantuvieron heroicamente su reclamo de “ningún despido”. Traicionados por su sindicato –Daer pasó de apoyar a maniobrar en contra- y aislados por una CGT cuyos principales intereses no son los trabajadores sino sus negociados y el gobierno, esos hombres y mujeres permanecieron resistiendo día tras día.
La tensión fue creciendo durante la última semana sin solución y alcanzó su pico máximo este viernes. Los diarios de la mañana difundieron las declaraciones de Aníbal Fernández, donde se podía leer la intervención del gobierno de Kirchner a favor de la empresa (y sobre el cadáver de sus trabajadores de ser necesario). Moyano y Daer aislaban el conflicto tildándolo de “politizado”. La “santísima trinidad” –gobierno, empresa y jerarcas sindicales- operaba a toda marcha.
La Corriente Clasista y Combativa, los estudiantes nucleados en la FUBA y distintas organizaciones obreras y sociales (ver) reclamaron desde la mañana, una vez más, con marchas y cortes en todo el país, por una solución al conflicto que respete el derecho al trabajo. Abogados y diputados nacionales se movilizaron para averiguar por una presunta orden de desalojo, que fue desmentida por las autoridades.
Mientras se fraguaba una reunión en el Ministerio de Trabajo entre las autoridades y la empresa, la Bonaerense, con la venia de Scioli, iniciaba el despliegue de fuerzas.
Antes de las 17 hs, el cerrojo en los alrededores de la fábrica era total. Poco después comenzaba la andanada contra los obreros adentro y familiares y organizaciones populares solidarias afuera: gases, balas de goma, perros, caballería. Esos obreros y obreras, acostumbrados sólo al trabajo, no lloraron ante semejante violencia desacostumbrado: con bronca ante tanta injusticia, sólo atinaron a seguir haciendo lo mismo que los 38 días anteriores: seguir defendiendo el derecho al trabajo.
El saldo del operativo gubernamental fue de 65 detenidos y numerosos heridos. La empresa Kraft Foods se anotó ese round. Pero la lucha sigue, y esos obreros, y millones que los vieron por la televisión, despejaron toda duda sobre a quiénes defienden los Kirchner: no defienden a quienes pelean por su trabajo en esta Argentina; sus amigos son los grandes monopolios. Los obreros resistiendo los despidos y la solidaridad popular que supieron conseguir, ilumina, en tanto, el camino de quienes creen que es necesaria y posible una Argentina con pan, trabajo y justicia para todos.