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20 de May de 2015

Entrevistamos a una vecina de un asentamiento al lado de un basural “clandestino” en San Martín, Gran Buenos Aires.

Los bonaerenses ignorados

En San Martín miles viven afectados por los basurales

El jueves 7 de mayo, mientras viajamos a encontrarnos con el compañero Marcos, secretario del zonal San Martín para entrevistar a una compañera de un asentamiento, se escucha en la radio a la presidenta afirmando que “la patria es el otro” y que “el proyecto nacional y democrático… ha permitido en estos años fortalecer la vida de todos los argentinos”.

El jueves 7 de mayo, mientras viajamos a encontrarnos con el compañero Marcos, secretario del zonal San Martín para entrevistar a una compañera de un asentamiento, se escucha en la radio a la presidenta afirmando que “la patria es el otro” y que “el proyecto nacional y democrático… ha permitido en estos años fortalecer la vida de todos los argentinos”.
Nuestro destino es “Costa del Lago”, uno de los 91 asentamientos existentes  en este municipio del noroeste del Gran Buenos Aires. Vamos a un lugar que “no existe en los registros oficiales”, cuenta Marcos. Tras el nombre bonito está un barrio lindero –por no decir adentro- con un basurero “clandestino”, donde se descargan toneladas de basura por día. Allí vive Carmen con cinco de sus hijos. Allí se estrella el relato de Cristina Fernández. 
Carmen es paraguaya. Nos cuenta que trabajó muchos años cortando caña, y que se vino a la Argentina porque “Me iba a las 3 de la mañana y llegaba a la noche. No podía disfrutar a mis hijos”. A la casa de Carmen se llega caminando dos cuadras tras bajar del colectivo. Allí ya se amontona la chatarra recogida por los vecinos que trabajan cartoneando, y a diez metros de su casa está la entrada al basural, con la bocacalle hundida por el incesante paso de camiones, que circulan día y noche. Carmen cuenta que cuando se instaló allí, hace cuatro años, el basural no existía.
Una vez en la casa, nos acomodamos en el patiecito que está al fondo del lote que Carmen le compró a un pariente, y donde tuvo que descargar 15 camiones de tierra para rellenar –es terreno ganado a una laguna- y poder levantar “su casita”, como la describe. El paisaje es demoledor. Estamos en medio de un terreno que es alisado constantemente por máquinas niveladoras o topadoras, para permitir que los camiones sigan descargando más y más basura, y tapar la que se va tirando, mucha no admitida en el Ceamse, como medicamentos vencidos y productos químicos. A nuestra vista se pasean chanchos, caballos, carreros descargando su cosecha diaria, chicos y grandes rebuscando entre los montones de deshechos.
 
“Todos los chicos están enfermos”
Carmen cuenta que “Cada vez que llueve sale humo y olores horribles de la laguna. Todos los chicos están enfermos de lo mismo, porque queman la basura. A los chicos les agarró de todo. A nosotros también. Nos agarró alergia porque vinieron a tirar unas bolsas de químicos, toneladas de un polvo que se levanta como humo, y arrasó todo el barrio. Hay chicos internados en el hospital. Yo tenía miedo de ir al hospital y que me internen, porque si me internan ¿quién le da de comer a mis hijos? 
“Entran camiones todo el tiempo. Todo el día hay gente buscando cosas. Yo voy a juntar tela para hacerle ropa a mis hijas. A veces viene comida para perro, y traigo, a veces viene mercadería. Si te dejan, porque acá están todos pendientes, te podés llevar cosas. Antes yo iba a la montaña del Ceamse, donde tiran por toneladas, y mi hijo también iba. De ahí traíamos carne, leche, queso, pan dulce. De acá van todos. Esas cosas se venden en la feria de Libertador”. 
 Marcos agrega que “Algunos ambientalistas denuncian que el Ceamse contamina 40 km a la redonda. El olor se siente en Martín Coronado, en Ballester. Para nosotros no hay otra solución que sacar estos asentamientos de acá y hacer barrios dignos. Pelea grande, si tenemos en cuenta que en estos años, en San Martín no se edificó una sola vivienda”.
 
“Hicimos reclamos, pero no pasa nada”
Nuestra entrevistada nos muestra una casa vecina y cuenta que es de la “señora” que antes vendía los terrenos. Ahora ya no porque entró otra familia a disputarle. “La señora no tiene pozo ciego, tira todo con un caño hasta la cloaca que tengo acá atrás. Tuve que tapar con maderas para que no me entre, porque cuando llueve entra todo. Hasta una víbora encontramos un día en la casa. En el barrio el agua para tomar lo sacamos de caños que ponen los mismos vecinos, porque agua corriente no hay. Con la luz tenemos problemas a cada rato, sube y baja. A mí se me quemó una heladera, una tele y una estufa. La diversión para mí es esa tele vieja (señala una tele en la que se ve todo con rayas)”.
“Encima, los que comercian con la basura te amenazan. Ellos se apropian de esta tierra, que es adjunta al Ceamse, y te venden los lotes. 25 o 30 mil pesos un lote de 8 por 8. Van rellenando y van vendiendo. Hace cuatro años yo era la única que estaba acá, y ahora está lleno.
“Nosotros en el barrio hicimos reclamos al intendente, hasta vino un cura a apoyarnos, para que rellenen todo esto, pero no hay respuesta. Pedimos que haya una placita para los chicos, y una escuela. Porque la que está más cerca es a 9 cuadras. Y pedimos la placita porque no podés dejar salir los chicos a la calle, porque están con mucho barro, vienen muchas tropillas de caballos y puede haber accidentes. Pedimos que arreglen el camino porque cuando llueve yo no puedo salir de mi pieza”.
Carmen se vino con cuatro hijos, y tuvo otro en nuestro país. “Hago chipa al palo, porque no tengo horno, y empanadas, y con eso y medio día en una casa de familia mantengo a mis hijos. Con 100 pesos compro para hacer empanadas, y saco el doble. Hago eso porque en la semana lavo ropa ajena, pero con este humo que hay siempre no puedo. La ropa queda con olor y con polvo. El doctor me pidió un remedio que tengo que tomar de urgencia y sale 120 pesos, y yo no tengo. Imaginate que si tengo esa plata, con eso me arreglo para la semana. Mi hija por lo menos desayuna en el colegio”.
 
“Uno lucha para estar mejor”
La charla se complica por momentos por el ruido de las máquinas y camiones trabajando a pocos metros “De tantas cosas que dice la presidenta, que estamos bien… -se indigna Carmen- yo quiero que ella salga a la orilla, como estamos nosotros, que conviva un poco con los pobres, que no tienen nada. Yo lucho día a día, si me dan una mano es como que se me abre el cielo. Siempre fui luchadora, crié mis hijos sola. No desperdicio nada. Encontraba un pedacito de madera y me lo traía, porque me va a servir para levantarme mi casita. No cobro asignación porque en mi documento figura que ingresé en 2012, cuando entré antes, y no tengo los años de residencia. En enero hice el cambio de los documentos de mis hijos y todavía no me los entregaron. Antes con 16 pesos comprábamos la garrafa en la planta, me iba en bici a traerla. Ahora sale 98. ¿De dónde vamos a sacar? Vamos a tener que cocinar con leña”. 
Carmen cuenta que en el barrio son muy unidos –casi todos oriundos de Paraguay. Que se defienden de los “chorritos” que quieren entrar a las casas, y que juntos hicieron el reclamo al intendente cuando vino para el día de la virgen de Caacupé. Se enoja recordando que los que regentean el negocio de la basura amenazaron al cura que los acompañaba en el reclamo: “La gente que vive acá, los chicos, no existen. A veces le agarra a uno una impotencia enorme. Todos somos pobres, los que vivimos acá, luchando. La mayoría sale a trabajar. Es jodido, porque cuando uno lucha es para estar mejor, para salir adelante, pero acá no. Se te enferman los chicos, se te inunda la casa. Yo a veces me siento acá a mirar, y me da bronca. Cuando mis hijos eran más chicos disfrutaban de salir a correr, comer fruta fresca. Y acá cuando llueve no dejo que salgan ni de la pieza, porque entra el agua en la casa. Ahora conseguí gracias a la ayuda de la Corriente unas chapas y mi yerno y un vecino las cambiaron, porque me entraba por todos lados, por el piso y por el techo a la vez”.
Terminada la entrevista, Carmen arregla con Marcos los detalles para participar en una nueva marcha con los reclamos de los vecinos, y la posibilidad de abrir un merendero en su casa: “Yo puedo acomodar mis cositas para darle la leche a los chicos”.