La frase del título se la dijo Evita a su madre, en el lecho de muerte. La escritora y psicóloga Aurora Venturini acaba de dar testimonio en “Mundos íntimos” (suplemento de la revista Ñ del 2 de febrero del 2013).
La frase del título se la dijo Evita a su madre, en el lecho de muerte. La escritora y psicóloga Aurora Venturini acaba de dar testimonio en “Mundos íntimos” (suplemento de la revista Ñ del 2 de febrero del 2013).
El testimonio oral es muy importante para reconstruir aspectos y detalles de la historia reciente de cualquier sociedad, y los recuerdos de esta mujer casi centenaria, perseguida luego de 1955, que trabajó con Eva Duarte de Perón en la Fundación Eva Perón, nos ayudan mucho. Aurora Venturini era muy joven cuando fue convocada a la Fundación. La presentó ante Evita Elena Caporale, la mujer del gobernador de la provincia de Buenos Aires, coronel Mercante. Muchos cuadros técnicos ingresaron a las funciones de la mano de Mercante, después de 1945.
Cuando Mercante sale del gobierno, Aurora Venturini continuó trabajando en la Fundación, muy cerca de Evita, en la tarea de medir las capacidades y la inteligencia de los adolescentes que la Fundación albergaba; cuando detectaba algún talento le daban trato especial, lo becaban, lo alojaban en una pensión, etc.
La psicóloga cuenta que había estudiado con el rumano Bela Szekely, posiblemente el mayor especialista en medir vocación y capacidad mental. El objetivo era transformar algunos jóvenes internados, los más dotados, en maestras, técnicos, etc. Objetivo que la entrevistada dice que en algunos casos lograron, graduando incluso a un joven en Letras, que después fue un poeta reconocido de la generación del 40, lamentablemente no da el nombre, tampoco la periodista se lo pregunta.
La relación con Evita, siempre dentro del trabajo, era muy cercana, aunque reconoce que la maltrataba a veces, otras la trataba como amiga. Este carácter impaciente, con rasgos autoritarios, aparece en distintos testimonios de personas que la conocieron. Cuenta que Evita era una gran oradora, que nunca preparaba los discursos, que se transformaba mientras los daba, se apasionaba en serio, y que salía al balcón con joyas, que según ella nunca le interesaron, y cuando regresaba al interior, se las sacaba con una frase “voy a desensillar”. Se comportaba a veces como una mujer de campo, y usaba expresiones rurales. Evita había leído muy poco, la pasión y la intuición le salían de adentro, entre las pocas cosas que había dominado estaban algunas poesías de Becquer, “ese romanticismo cursi de la época”, según la entrevistada.
Nunca pudo tutearla, aunque Evita tuteaba a todo el mundo. A Perón no le gustaban los chistes gorilas, se ponía mal, sobre todo los que circulaban sobre Evita, les llamaba falsos rumores, y los aborrecía. Cuenta la entrevistada que un día Evita le dijo “Dale… un cuento sobre Perón”, “Mire señora que al general no le gustan”. “No importa”. “Bueno… en Mar del Plata, el mar rompió una roca en Cabo Corrientes, y pusieron un cartel… Perón cumple, ampliación del océano Atlántico”. Son detalles que ayudan a ver la vida cotidiana de Evita, a la que el chiste no le causó ninguna gracia.