A Manuel Belgrano la historia oficial argentina se limita a relacionarlo tan solo con un día en el calendario. Ese día es el 20 de junio, día de la Bandera Nacional, de la cual Belgrano fue el creador, a la vez que se conmemora la fecha de su fallecimiento en 1820, cuando acababa de cumplir 50 años de edad. Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano había nacido el 3 de junio del año 1770 en Buenos Aires. Manuel no se casó, pero tuvo dos hijos, Pedro Pablo con María Josefa Ezcurra y Manuela Mónica con María de los Dolores Helguero. Desde su regreso de España su salud fue muy frágil y en varias ocasiones en el Consulado tuvo que pedir licencia; lo reemplazaba su primo hermano Juan José Castelli. Por lo general se habla de él en relación a las efemérides de la Guerra de la Independencia, particularmente cuando se trata del glorioso Éxodo Jujeño del 23 de agosto de 1812, de la Batalla de Tucumán y de Salta, por lo cual merece ser reconocido como un buen militar. Hay que resaltar que se hizo soldado primero por las Invasiones Inglesas y luego por las necesidades y las obligaciones que surgían de la Revolución de Mayo, la única y auténtica Revolución que hicimos los argentinos. Fue así porque cambió el carácter político del Estado, de la disolución del Estado Colonial pasamos al intento de fundar un Estado Republicano.
Es inadmisible que desde la cultura oficial y el Estado se difunda muy poco o casi nada respecto al Manuel Belgrano científico, pensador, economista, revolucionario con fundamentos, formado en la escuela del pensamiento económico de los fisiócratas y clásicos. Suele eludirse lo esencial de su pensamiento programático revolucionario, como el que plasmó en el “Reglamento de las Misiones” o en el “Plan Revolucionario de las Operaciones” del cual fue el principal guionista, siendo Mariano Moreno el encargado de redactarlo y presentarlo por mandato de la Primera Junta. Los escritos mencionados dejan claro que para un sector de los patriotas la Revolución tenía que resolver dos tareas fundamentales, la primera democratizar la sociedad, para lo cual era imprescindible devolver a los pueblos originarios la tierra de la cual habían sido despojados durante la Colonia por los conquistadores y, la segunda, terminar con la dominación de España declarando la Independencia, cuestión que por su presión junto con la del Gral. San Martín y de Güemes, entre otros, se decidió en el Congreso de Tucumán el 9 de Julio de 1816.Estando Manuel presente en las sesiones propuso como forma de gobierno una monarquía constitucional de la “dinastía de los Incas” “por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta casa, tan inicuamente despojada del trono”. Después de declarada la Independencia, a los pocos días, se agregó la formulación “de toda dominación extranjera”, que significaba “ni amo viejo, ni amo nuevo, ningún amo”. Se hacía de tal modo por conocimiento de las negociaciones con los ingleses.
Formación académica
En 1786, a los 16 años, Manuel Belgrano ingresa a la Universidad de Salamanca y en enero de 1789 se recibe de Bachiller en Leyes. En 1793 se gradúa como abogado en la Universidad de Valladolid con excelentes calificaciones. De inmediato solicita al papa Pío VI permiso especial para leer libros que estaban prohibidos en aquel entonces. Autorizado por el Vaticano leyó a Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Quesnay y Adam Smith, grandes pensadores de la Ilustración. Leía en castellano, latín, inglés, francés e italiano. Tradujo en su estadía en España Máximas generales del gobierno económico de un reino agricultor de Quesnay. Este economista fisiócrata había elaborado el primer “modelo” económico que se conoce como “Tabla Económica”, en la cual analiza la producción y circulación de la riqueza entre las distintas clases sociales que formaban parte de la sociedad francesa. En 1792, cuando se realiza la traducción al francés, la Inquisición prohibió la lectura de Quesnay y de Adam Smith porque eran sospechados de jacobinos (grupo de revolucionarios considerados como el ala más radical de la Revolución Francesa).
En 1792 Carlos Martínez de Irujo tradujo al español un compendio de la obra de Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones y en 1794 se traduce la obra completa a cargo de José Alonso Ortiz. Para Adam Smith el principio fisiócrata de “dejar hacer dejar pasar” no era absoluto en la medida que también era partidario de la intervención del Estado para fomentar la educación y en contra del monopolio comercial. Belgrano leyendo a Adam Smith, quien es considerado el fundador de la economía liberal burguesa, pudo comprobar el grado de inquina que éste profesaba hacia la clase de los terratenientes. En el capítulo I del Libro Segundo, Smith escribe allí que “de las tres clases citadas (obrero-terrateniente-capitalista), ésta es la única que percibe su renta sin que le cueste trabajo ni desvelos, sino de una manera, en cierto modo, espontánea, independientemente de cualquier plan o proyecto propio para adquirirla”. Hasta este capítulo pareciera que nunca llegaron los partidarios liberales de Adam Smith en la Argentina, o lo obviaron deliberadamente, en tanto que Belgrano sí lo conocía en su totalidad. Por ello coincide con que la riqueza proviene del trabajo de la población que vive de sus salarios o los beneficios del capital.
En 1794 Belgrano vuelve a Buenos Aires para ocupar el cargo de Secretario perpetuo del Consulado recién creado y en esta función escribe las Memorias que lee en las sesiones de la Junta de Gobierno del Real Consulado de Buenos Aires.
En la Memoria del 15 de junio de 1796 se puede seguir el pensamiento económico de Belgrano. En ella hay una combinación de ideas fisiócratas con ideas de la economía clásica de Adam Smith. Comienza diciendo: “Fomentar la Agricultura, animar la Industria y proteger el Comercio, son los tres importantes objetos que debe ocupar la atención y cuidado de V.S.S.” y dice “son las tres fuentes universales de la riqueza”. Su pensamiento fisiocrático es evidente porque arranca con la Agricultura y es clásico porque introduce a la Industria como objetivo. Habla de que “las artes”, así se denominaba a la industria, estén “en manos de hombres industriosos con principios”. Se mantiene a pleno en la fisiocracia cuando refiere: “La Agricultura es el verdadero destino del hombre (…) todo depende y resulta del cultivo de las tierras; sin él, no hay materias primas para las Artes, por consiguiente, la industria que no tiene como ejercitarse, no puede proporcionar materias primas para que el Comercio se ejecute. Cualquier otra riqueza que exista en un Estado Agricultor, será una riqueza precaria”.
En consecuencia, propone la creación de una Escuela de Agricultura. Es detallista al hablar de los abonos, las semillas, los arados, de la rotación de cultivos, respecto de esto último dice: “lo que deberá observarse es no sembrar una misma semilla seguida, sino variar”. Hoy Belgrano se habría opuesto absolutamente al monocultivo sojero. Recomienda la cría del ganado lanar y lo vincula a la producción textil: “recomiendo la Vicuña y la Alpaca, cuyas lanas saben toda la estimación que tienen en Europa (…) hasta hace poco tiempo no se ha exportado otro fruto de este país que el cuero”.
Por otra parte, su posición pro industrial se manifiesta claramente cuando propone “el establecimiento de Escuelas de hilazas de Lana para desterrar la ociosidad y remediar la indigencia de la Juventud de ambos sexos”, lo mismo cuando se refiere al cultivo del lino y cáñamo, vinculando a ambos a la construcción de “buques mercantes”, para lo cual también incluye a los “cables” (sogas), que pueden ser trabajadas “principalmente por el Sexo femenino, el que en este país, desgraciado, y expuesto a la miseria y desnudez, a los horrores del hambre, y los estragos de las enfermedades que de ella se originan, expuesto a la prostitución”, al pie de su escrito agrega respecto a las mujeres:
Parecerá una paradoxa esta proposición, a los que deslumbrados con la general abundancia de este país no se detienen a observar la desagraciada constitución del sexo débil. Yo suplico al lector que este poseído de la idea contraria, examine por menor quales son los medios que tiene aquí la mujer para subsistir, que ramas de industria hay a que se pueda aplicar, y les proporcionen ventajas, y de qué modo puede reportar utilidad de su trabajo: estoi seguro que a pocos pasos que dé en esta asperesa el horror le retraherá, y no podrá menos de lastimarse conmigo de la miserable situación del sexo privilegiado, confesando que es el que más se debe atender por la necesidad en que se ve sumergido, y porque de su bien estar que debe resultar de su aplicación, nacerá, sin duda, la reforma de costumbres y se difundirá al resto de la Sociedad.
Relaciona a la construcción de barcos con “los Minerales de Brea que se encuentran en las jurisdicciones de Salta y Mendoza”. Al tocar este tema vamos a su pensamiento de fondo, propone que el hilado se extienda al algodón y dice: “así se recabaran los jornales que en eso se emplean en la Península, nuestros compatriotas, y las Fábricas se encontrarían abastecidas de materias primas, ya en disposición de manufacturarse, y con mayor porción de brazos para el aumento de sus Telares”, agrega: “Para esto sería preciso se trajese de Europa todos los Tornos necesarios y maestros que enseñen su uso”.
Setenta y dos años después, en el debate parlamentario de la Provincia de Buenos Aires impulsado por un sector político que encabezaban el Gobernador Carlos Casares y su Ministro de Hacienda, Rufino Varela, se proponía lavar e industrializar la lana. Esta posición fue derrotada, tras lo cual se impuso el tipo de país agro exportador de la llamada Organización Nacional, que hasta el día de hoy está vigente y hace de la Argentina un país dependiente de potencias extranjeras e imperialistas.
Su condición de economista se destaca en la Memoria del 14 de junio de 1798, cuando escribe que tiene “el honor de ser miembro de la Academia de Economía Política en la Universidad de Salamanca”, creada en 1789. Cita a Quesnay y a sus máximas sobre la libre concurrencia en el mercado, pero lo más importante es que se refiere al “Señor Campomanes”.
¿Quién fue Campomanes y como influyó en Belgrano?
Pedro Rodríguez de Campomanes (1723-1803), fue nombrado en 1762 por Carlos III Ministro de Hacienda. Durante su gestión tuvo la oposición eclesiástica porque proponía entregar las tierras sin cultivar que tenía la Iglesia a agricultores no propietarios; fue autor de las leyes que liberaron el comercio y a la agricultura de los impuestos que impedían su crecimiento; propone la libre circulación de los cereales y reformas agrarias para el reparto de tierras entre pequeños propietarios. Campomanes es recomendado para el cargo por Gaspar Jovellanos (1744-1811), autor del “Informe en el Expediente de la Ley Agraria”, trabajo que influyó en el pensamiento económico de Belgrano. Jovellanos era contrario al latifundio, ya que proponía disolver la institución feudal de La Mesta, gremio de ganaderos transhumantes que controlaban el territorio y las mejores tierras de España, ante la necesidad de producir lana para la industria.
En la Memoria del 14 de junio de 1802, Belgrano, avanza aún más en el pensamiento clásico y define con profundidad su posición industrialista: “Todas las Naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño es conseguir, no solo el darles nueva forma, sino en atraer las del Extranjero, para ejecutar lo mismo y después vendérselas”. Cuando se refiere al curtido del cuero dice algo muy significativo: “desterrará la ociosidad y veremos volverse en manos laboriosas lo que hoy yacen en el estado de mayor languides, y que el menos Patriota no puede ver sin dolor, ayudémoslas no nos contentemos con llorar su miseria, con vituperar su decidía, enseñémosle a trabajar”.
Un apartado especial merece la preocupación y las propuestas de Belgrano para crear un sistema educativo para la niñez de ambos sexos, que los sacara del analfabetismo y los prepare también técnicamente con conocimientos útiles para la actividad comercial, agraria, industrial, la navegación, dibujo y estadísticas. En el año 1798 presentó un proyecto de enseñanza estatal, gratuita y obligatoria. En el mes de marzo de 1810 escribe en el Correo de Comercio lo siguiente: “¿cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, y que el Gobierno reciba el fruto de sus cuidados, sin no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos?”.
Benito Carlos Aramayo, Economista – Profesor Emérito UNJu