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03 de December de 2014

Reproducimos la primera parte de la ponencia de Enrique Arrosagaray en el 18 Congreso Internacional de Historia Oral, basada en una serie de entrevistas al secretario general del PCR, nuestro camarada Otto Vargas. (Nota 1)

Otto Vargas: un patagónico en Europa del Este

Un trabajo de E. Arrosagaray (Nota 1)

En la introducción, Arrosagaray dice en su ponencia: 
Con la caída del Muro de Berlín, la historia política y la cultura mundial dominantes definieron que había caído el comunismo. También dijeron que caía el Muro de Stalin o un símbolo del stalinismo.

En la introducción, Arrosagaray dice en su ponencia: 
Con la caída del Muro de Berlín, la historia política y la cultura mundial dominantes definieron que había caído el comunismo. También dijeron que caía el Muro de Stalin o un símbolo del stalinismo.
En todos los países del mundo sonó esta misma campana y pocas organizaciones políticas y personas desdijeron este argumento aunque algunos lo han hecho con solidez.
Nosotros pretendemos con este trabajo, enfrentar esta afirmación dominante y afirmar que “el muro” había caído mucho antes de que cayera formalmente. Y que en ese momento culminó un acto –importante–, nada más que un acto de un proceso histórico muy complejo: el acto formal que anunció el paso del socialismo al capitalismo en ese sector del mundo. Pero el socialismo ya había sido abandonado hacía mucho.
Ponemos nuestro foco de atención en la década de 1950 a 1960 aunque habrá referencias a otros momentos. Partimos de una concepción teórica y de una experiencia práctica.
El concepto teórico es que las sociedades posrevolucionarias que en el mundo se plantearon construir el socialismo, lo debían hacer desde organismos de poder conformados por las mayorías de las clases sociales que habían hecho esa revolución, con delegados enviados desde las bases y revocables por sus pares, campesinos, empleados, obreros, desde sus lugares de origen. Es decir, el poder ejercido por las masas organizadas. A esos organismos de dirección se los llamó soviet en la sociedad soviética luego de Octubre de 1917.
La experiencia práctica –que se transforma en eje de nuestro trabajo– es la de Otto César Vargas. Vargas es un marxista nacido en la Patagonia Argentina, que vivió, trabajó políticamente y viajó por el Este Europeo entre 1951 y finales de 1959. Tres largas entrevistas a él, en un bar de Buenos Aires, son la fuente central para la presente ponencia.
Su relato es valioso porque él estuvo ahí trabajando para la Federación Mundial de la Juventud, organismo dirigido, en última instancia, por el Partido Comunista de la Unión Soviética –PCUS–. Y porque Vargas siguió formándose como marxista, estudió la disputa chino–soviética y sus repercusiones en América Latina y en Argentina; y también conoció de cerca las experiencias de los procesos revolucionarios cubano y chino. Y no se conformó con observar y analizar esos procesos sino que tomó partido en su vida revolucionaria práctica. Hasta el día de hoy.
Advertimos que queda excluido intencionalmente, cualquier análisis de fondo de la transformación de la estructura económica en los países de Europa del Este, asunto central e inédito pues nunca había ocurrido el paso de una sociedad con el socialismo en construcción, hacia el capitalismo.
 
Patagonia y antecedentes
Otto César Vargas nació en septiembre de 1929 en la localidad de Choele Choel, provincia de Río Negro, a aproximadamente 1.000 kilómetros al sur de Buenos Aires. Según el prestigiado periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh, Choele Choel (ahí también nació él dos años antes) quiere decir corazón de palo, en la lengua de sus pueblos originarios.
En 1949 se incorporó a las filas de la Federación Juvenil Comunista (FJC) ala juvenil del Partido Comunista Argentino (PCA) y, desde ese momento, hizo y hace todo lo que puede para la revolución en Argentina.
“Nací en Choele Choel y a los siete años nos fuimos a Beltrán, otro pueblo dentro de la isla, que antes se llamaba Colonia Galesa. Había muchos italianos. Y cuando se desarrolla la Segunda Guerra Mundial, parte de esos tanos eran fascistas, no muchos pero había. Y yo que me había criado en un hogar en donde sobre todo mi padre simpatizaba con los republicanos de España… Las noticias de la guerra mundial se seguían día a día y los chicos, me acuerdo, jugaban tirándose esas bolillitas de los árboles, creo que eran paraísos, a modo de guerra entre italianos y abisinios”.
Además de Beltrán, había otros dos pueblos, Pomona y Lamarque. “En Lamarque nació el gran escritor Rodolfo Walsh. Él nació en lo que era El Curundel. El padre de él era mayordomo de El Curundel”. En ese pueblo tan pequeño Vargas no podía desarrollar las ambiciones que le venían surgiendo.
“Después de hacer la escuela secundaria en Bahía Blanca, fui a Buenos Aires por primera vez porque quería ingresar en la Escuela Náutica pero, justo ese año, pusieron examen de ingreso y me jorobaron. En ese momento vivía en una pensión en el barrio de Parque Lezama. Ahí eran casi todos obreros peronistas; había un obrero del puerto, paraguayo, Duarte se llamaba; cuando se iba a trabajar me dejaba, como sin querer, el Orientación, ahí a mano para que lo leyera. Y yo me lo leía todo.
“Del Orientación yo saqué la dirección de la librería del partido, fui y me compré Materialismo y Empiriocriticismo, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, un montón de libros. Con un amigo tiramos la moneda a ver qué hacíamos, y nos fuimos a La Plata a estudiar Derecho. En La Plata, un día busco un local del PC, voy y me afilio. Nadie me lo propuso ni sugirió, fui y me afilié.
“De esas lecturas había cosas que me incomodaban, hablo de 1949, 1950. Una era lo del culto a la personalidad. Pero cuando en 1951 voy a Berlín, ahí se me pasan esas cosas, quedo entusiasmado completamente”.
En la posguerra la figura de Stalin creció debido al triunfo del Ejército Rojo sobre los nazis. Esto, sumado al centralismo excepcional que había en la conducción política en la Unión Soviética. La mayoría de los PC latinoamericanos seguían las directivas del PCUS y por lo tanto, Stalin no solo fue querido y respetado sino que fue adorado desde todas las páginas de la prensa oficial de esos Partidos. Este aspecto a Vargas no le gustaba. “Pero en 1951, en Berlín, se me desdibujó esa duda. Yo volví maravillado”.
Poco después Vargas conoce otra cara de la construcción del socialismo: la República Popular China. El triunfo en 1949 luego de una larga guerra popular revolucionaria, le otorgó a millones, incluso a Vargas, otra mirada de la lucha por el socialismo. “En 1954 voy a Pekín como delegado de la FJC. Era la época en China en la que se estaba desarrollando una revolución democrático popular”.
Luego retomamos pero ahora volvemos a los pasos de Vargas por Europa del Este. “En octubre de 1956 debería haber ido a Budapest, me designan para ir a trabajar a Budapest pero, por lo que estaba pasando, no viajé”.
En la última semana de octubre y la primera semana de noviembre de 1956 hubo un importante levantamiento popular contra la omnipotencia soviética en tierra húngara. Ese levantamiento fue aplastado por una invasión militar contundente desde la Unión Soviética que sujetó a fuego las aspiraciones de importantes sectores del pueblo húngaro. Estos métodos de construcción del socialismo de los soviéticos en otros países eran por lo menos discutibles y de hecho, opresores. Muchos marxistas de la época dudaron; otros defendieron la ocupación y otros comenzaron a pensar en otra cosa.
Stalin había fallecido tres años antes. Además, la cúpula política de la URSS y del PCUS ya había elaborado, presentado y aprobado el “informe secreto” contra Stalin, ocho meses atrás.
Por lo tanto, quienes decidieron la invasión eran antiestalinistas. “En 1956 estuve en Sofía, luego del XX Congreso del PCUS”. Este Congreso, el primero luego de la muerte de Stalin, se realizó entre el 14 y 26 de febrero de 1956. Dentro de éste, el día 25, hubo una sesión especial en la que presentaron el denominado “Informe Secreto” sobre Stalin.
Lo leyó Nikita Jruschov y lo escucharon más de 1.400 delegados. En él, sintéticamente, se le cargaban a Stalin todos los problemas de la Unión Soviética y la responsabilidad por todos los deportados, encarcelados y asesinados, durante las llamadas purgas políticas.
Vargas  estuvo en Sofía pocos meses después de ese XX Congreso, con apenas 26 años. “En el Congreso de la Federación al que asistí, había debates, etc., pero finalmente todo lo decidía un grupo muy chico: los delegados de Italia, Francia y de la URSS, pero en última instancia decidía el de la URSS. Y el problema era que los soviéticos, en ese momento, no hablaban, no resolvían nada. No tenían opinión”. Vargas percibía estos hechos pero no entendía qué pasaba.
Casi como consecuencia de ese descalabro político y organizativo, Vargas recuerda que “yo llegué ahí por milagro porque en avión había llegado a Hungría y de ahí debía ir en tren pero, no sé por qué, yo no estaba en las listas, no estaba mi pasaje con la consiguiente inmunidad diplomática, que era la modalidad con la que viajábamos ¡Viajé por toda Checoslovaquia, Hungría y por toda Rumania sin pasaje! Recién cuando entré a Bulgaria, bueno, ahí si me tenían registrado y me toman oficialmente. Aunque esa vez me metieron en el salón de sesiones y nunca vi las calles de Sofía”.
De ese largo viaje en tren Vargas recuerda, entre otras, unas imágenes que le resultaron reñidas con la construcción del socialismo: vio en una estación a “varias personas descalzas. Me sonaba muy raro eso de tantas personas descalzas. Pregunté, me decían que era una cuestión de costumbre; y me preguntaron a mí cuánto costaban en mi país mis zapatos; les contesté. Y me preguntaron la equivalencia de ese precio con un sueldo. Ellos se sonrieron y me explicaron cuántos sueldos hacían falta ahí para comprar un par de zapatos como los míos”. Sutil desconcierto para la cabeza de un muchacho que se estaba haciendo marxista y que tenía la oportunidad de conocer con sus propios ojos y oídos, cómo era la construcción de una sociedad sin clases. Él pensaba que estaba pisando tierras y viendo sociedades que cada día eran más rojas.
En 1957, ya viviendo en Europa, pudo caminar por Budapest. Allí funcionaba la Casa de las Juventudes, sede de la Federación Mundial de Juventudes. Desde ahí viajaba a otros países, a veces para hacer trabajo político clandestino. En uno de los regresos a Budapest, ya en 1958 “me dicen ¿sabés lo que pasó? Fusilaron a Nagy”.
A fines de 1956, dijimos, se produjo un levantamiento popular para que Hungría dejara de estar sometida a la Unión Soviética. Los aires del XX Congreso hicieron suponer que estaba incluida la independencia política. En ese momento Imre Nagy era la figura más importante que representaba a quienes pretendían esa libertad política. Nagy planteó con claridad la salida de Hungría del Pacto de Varsovia. Tras la invasión desde el este, Nagy y cientos de opositores a Moscú fueron apresados. Nagy y otros fueron fusilados el 16 de Junio de 1958.
“Te aseguro que no entendía nada– afirma Vargas–. Nada de nada. Tenía un amigo ahí, Orlando Gómes, delegado brasilero, quien me dice ‘¿No entendés nada? Es fácil, están todos en contra del XX Congreso’. Y era así, los alemanes, los rumanos, todos en contra del XX Congreso. Me enfermé, me enfermé. Fue la primera vez y la única en mi vida, que pedí vacaciones. Me las dieron y me fui un mes a Rumania.
No sabía que pocos meses después iba a disentir con el Che, sobre la valoración de las resoluciones del XX Congreso del PCUS, en La Habana. “Todo ese proceso que llevó a que se consolidara Jruschov, provocando la derrota de Molotov, Kaganovich, etc., a mí me pareció buenísimo ¡Cerraron como 20 ministerios! Varios nos cruzamos a un bar, una fonda en donde comíamos habitualmente, pedimos una de esas bebidas muy fuertes ¡y brindamos, contentos! A mí me parecía que ese proceso salía con gran vigor hacia delante”.
Trata de hacer una explicación sencilla sobre eso que había que renovar: “Hay que decirlo: era la época en la que el ministerio de confección de ropa tenía que coimear en algún callejón de Moscú a un funcionario, para que del ministerio de botones le mandaran botones, porque si no, no cumplía con los planes ¡Era así!”.
“Me llevaron al Kremlin. Nuestra guía era la secretaria de Romanosky. Éste era el secretario de relaciones internacionales del Komsomol. Ella nos lleva y nos guía por el despacho de Lenin, un lugar muy sencillo, con una cocina en donde cocinaba Krupskaya… ¡mis ollas son mucho mejores que las de ella! Todo así. Y cuando salíamos, yo pesqué que esta guía le decía con ironía a otro: ‘Igual que Romanosky’.”
Éste se suma a otro recuerdo casi simultáneo: “Una vuelta, de Moscú a Budapest, viajo con Joseph Biró, un funcionario húngaro; en un momento se abre el saco y veo que llevaba un montón de lapiceras ¿para qué? Yo no entendía pero me sorprendía. Otra vez estábamos viajando en coche, creo que de Viena a Budapest y cuando estábamos llegando, Biró me pide si podía llevarle un paquete, pequeño, a una señora que trabajaba en el Buró de Traducciones. Le dije que sí. Fui, la ubiqué y le di el paquete, lo abrió delante de mí, eran varios pares de medias de seda. ¡Con el tiempo este señor fue Ministro de Finanzas de Hungría! ¡Y hacía contrabando!”
Su residencia era en Budapest, en la sede de la Federación Mundial de la Juventud. Y desde ahí “voy a España a hacer trabajo clandestino, en 1958. Voy a Cuba en 1958 cuando todavía estaba Batista, y en 1959 vuelvo cuando triunfa la revolución. También me traslado a Viena unos cuantos meses porque en 1959 hicimos un Festival. Entonces –se reordena– hay dos Festivales, uno en Moscú en 1957 y por eso vivo un tiempo en Moscú, y otro en 1959 en Austria. En ese lustro hice además, dos giras completas por América Latina”. La mención de sus pasos por varios países latinoamericanos, le recuerda: “Sabés que la Casa de las Juventudes, en Budapest, era una casa grande con planta baja, primer piso y altillo. El Departamento Latinoamérica de la Federación funcionaba en el altillo –se sonríe por aquella mirada eurocentrista que valoraba poco a los pueblos sudacas– pero… ¡después de la revolución cubana!”.
La mirada desde Europa, incluso de marxistas, valoraba con distancia las luchas revolucionarias en América Latina. No querían reconocer que en realidad no las entendían. Les resultaba más fácil aplicar que integrar. Las experiencias en China y en Cuba fueron distintas a los “manuales”; y fueron contemporáneas a la década que auscultamos. Y la tiñeron. Justo cuando desde Moscú se fortalecía la idea de que los partidos comunistas del mundo tuvieran una única manera de ver la lucha de clases y el rol de los marxistas en ella. Fueron experiencias que Vargas vio de cerca y le sirvieron para chequear conceptos políticos e ideológicos. Comenzó a ver que no todos eran comunistas aunque así se definieran.
“Una de las cosas que me impresionó mucho en China fue cuando me contaron lo de la toma de Pekín; la revolución cubana se inspiró mucho, sobre todo el Che y Raúl, en el trato que los chinos daban a los prisioneros; Risquet Valdez, que fue ayudante de campo de Raúl, conoció mucho la experiencia china. Los chinos, cuando tomaban prisioneros, averiguaban de qué pueblo eran y trataban de acercarle a alguno de ese pueblo. Después lo mandaban de vuelta.
“Cuando estos prisioneros liberados contaban lo que había pasado, los otros decían ‘entonces, en vez de pelear levanto las manos’”. Ellos –los chinos revolucionarios– contaban sobre la toma de Pekín lo siguiente: cuando se disponían a tomar Pekín, querían hacerlo sin tirar un tiro para preservar las riquezas históricas de Pekín. Entonces, cercaron Pekín. Establecido el cerco, bombardean todos los aeropuertos que tenía la ciudad. Entonces le dicen al que comandaba Pekín,  ‘ustedes no tienen salida porque si van por acá no pueden salir, tampoco por allá… les proponemos que se entreguen; les garantizamos sus vidas, estudio de sus hijos y una buena residencia para el resto de sus vidas. Nosotros queremos tomar Pekín sin destrozos’. Pero el tipo tenía una opción, porque había un pequeño aeropuerto en Pekín, que los de Mao no habían detectado. Pero ¿qué sucedió? La hija del tipo noviaba con un oficial que era un tapado de los rojos, entonces ella le cuenta al oficial y el oficial informa a los de Mao y bombardean ese aeropuerto. Al tipo no le quedó más remedio que entregarse. Con el tiempo ese tipo fue ministro en la China de Mao, en una primera etapa, después se fue. Eso era muy instructivo para la experiencia de cómo diferenciar a los enemigos. Fue muy instructivo para mí”. Vargas fue uno de los oradores en aquellas jornadas en Pekín.
No es habitual que un entrevistado pueda comparar experiencias políticas tan significativas, a partir de su propia experiencia.
“Era todo muy diferente a lo de la Unión Soviética. Vos tenés que saber que cuando hacen el XX Congreso –del PCUS–, ellos –el PCCH– no toman inicialmente una posición en contra del XX Congreso. Al contrario, salvaron a la Unión Soviética porque escribieron dos folletos en los que les tiran un lazo a los soviéticos. Los soviéticos no sabían qué hacer y los chinos… –no los enfrentaron–. Me acuerdo que nosotros, con jactancia, usábamos mucho las referencias de los chinos en eso de las contradicciones, en las reuniones de la Federación. Esto a los soviéticos les daba bastante bronca, pero lo hacíamos. Por ahí andaban las diferencias en ese momento. Y la efervescencia, claro, la efervescencia”.
Acá aparece un aspecto no menor de los procesos políticos que Vargas pudo ver: la efervescencia. Porque para construir una sociedad de nuevo tipo como la socialista, hace falta un gran entusiasmo y una gran convicción de clase y personal, para llevar a cabo las tareas necesarias y sostenerlas en el tiempo.