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02 de December de 2020

Un problema de mayorías

Pobreza y discriminación

La condición de pobreza es motivo de discriminación y la discriminación genera pobreza. Así, pobreza y discriminación forman un gran círculo que sirve para profundizar la desigualdad y la opresión de las grandes mayorías populares.

Ya en noviembre de 2008 el INADI, en el contexto de la lucha ascendente contra la pobreza, denunciaba que la pobreza es una de las principales causas de discriminación en la Argentina. Desde entonces han crecido la pobreza y la desigualdad, particularmente con las políticas económicas aplicadas por el macrismo.

Si bien la discriminación obedece a motivos ideológicos-culturales, y por eso se manifiesta en preconceptos y prejuicios estigmatizantes, debemos buscar el “hilo conductor” en la base material que mantiene explotadas y oprimidas a grandes mayorías, a las cuales se las hace responsables de sus miserias, privaciones y sufrimientos. Es decir rastrear en las relaciones económico-sociales de producción y en las relaciones políticas de poder y dominación, para una mejor comprensión de las configuraciones socio-culturales, los vínculos de interdependencia y subordinación, las construcciones subjetivas, etc. (Cortesse, 2016)

Pensamos la discriminación no como un  problema que atañe a las mal llamadas “minorías”. Nada más lejano a la realidad de un país donde la discriminación tiene profundas raíces culturales e históricas, donde la mayoría de las personas padecen una u otra forma de discriminación, por condición socio-económica, género, etnia, color de piel, edad, etc.

Esa discriminación importa especialmente porque se traduce en la exclusión de millones de personas a derechos, bienes, servicios y oportunidades. El círculo de exclusión de la que son objeto la mayoría, obedece tanto al binomio pobreza y desigualdad, como al problema de discriminación que coloca a ciertos grupos sociales en una situación de desventaja y tiene efectos concretos en sus niveles de ingreso y calidad de vida.

Las estadísticas oficiales muestran la grave situación de grandes mayorías, partiendo de la dependencia global del país, la propiedad concentrada de los medios de producción, la precarización de las condiciones laborales, y las desiguales condiciones en el acceso a la vivienda y hábitat, salud, educación, recreación, etc.

En una rápida mirada histórica y global, nuestro país y sus habitantes han empeorado desde el golpe de estado de 1976, que buscó dar un golpe de gracia a los procesos de industrialización, relativa autonomía nacional y ascenso de movimientos de masas obreras, campesinas y populares.

Este programa drástico de reformas estructurales, solo pudo lograrse mediante la aplicación del más siniestro terrorismo de estado, 30.000  detenidos-desaparecidos y la detención por años de una generación de miles de jóvenes trabajadores, estudiantes, militantes políticos y sociales e implicaron una fuerte mutación y reconfiguración de la sociedad.

Las políticas de “liberalización económica” aplicadas durante la década de los ’90 terminaron de poner fin a una lógica igualitaria y de inclusión, asociada a la confianza en una movilidad social ascendente. Esta situación involucraba a sectores medios y a vastos sectores populares incorporados particularmente durante el peronismo en términos de derechos sociales.

Este proceso incluyó también la reconfiguración de identidades individuales y sociales, afectando particularmente los contornos del mundo masculino. Muy pocos jóvenes procedentes de sectores medios y especialmente de los sectores populares pudieron vincularse al mundo del trabajo, a la vez que se vieron distanciados de las instituciones educativas y/o políticas.  Mujeres de los sectores populares debieron asumir la responsabilidad de asegurar la subsistencia mediante el trabajo doméstico y/o la labores comunitarias (Svampa, 2005)

Esos procesos, que se caracterizaron por cambiar las formas de organización social, modificaron las pautas de integración y exclusión. Se incrementaron las desigualdades hacia el interior de la sociedad creando nuevos “bolsones” de pobreza y marginalidad. Se fueron delineando los contornos de una sociedad estructurada sobre la base de la cristalización de desigualdades tanto económicas como sociales y culturales.

La Argentina pasó de tener un 80% del mercado laboral activo, en puestos formales sindicalizados, a un poco más del 50%; el resto quedó en la informalidad. En respuesta a  esa situación surgieron nuevas formas de beligerancia y nuevas formas de organización social. Se consolidaron los “movimientos sociales”, como expresión de lucha y de solidaridad contra el hambre,  la desocupación y la precarización laboral, que asumieron las tareas de cuidado y recuperación de derechos. Surge también una nueva forma de discriminación y estigmatización, contra los “piqueteros”, “planeros” y “choriplaneros”.

La discriminación genera pobreza y desigualdad. Sus efectos materiales durante todo el ciclo de vida son evidentes. Los recursos y condiciones de vida que poseen los padres, afectan los logros que alcanzan sus hijos/as/es. Es la transmisión intergeneracional de la desigualdad.

El acceso a la educación se encuentra limitado para quienes viven en la pobreza. Esta situación afecta particularmente a los niños de hogares pobres, que habitualmente se ven obligados a participar en la búsqueda diaria de medios de subsistencia o a trabajar fuera del hogar. La educación permite la realización de otros derechos, como los derechos al trabajo, la salud y la participación política y es uno de los medios más eficaces para promover un proceso de movilidad social ascendente.

Como consecuencia de la discriminación social y de la carencia de credenciales educativas, muy frecuentemente resulta imposible para los sectores más vulnerados la obtención de un empleo en el sector formal, por lo que se ven obligados a buscar trabajo en el sector no estructurado de la economía, que generalmente no garantiza un nivel de vida adecuado.

Pero la pobreza y la desigualdad también generan discriminación: frecuentemente a las personas pobres se les niegan derechos y oportunidades solo por su apariencia.

La relación entre discriminación y desigualdad también es evidente cuando se miran las diferencias de poder entre los grupos discriminados y no discriminados. Un ejemplo es el acceso a la justicia: se detiene, procesa y castiga a quienes menos tienen, menos ingreso, menos educación, menos contactos sociales.

La discriminación hace más desiguales a los desiguales, vuelve más pobres a los pobres y condena a una marginalidad inaceptable a millones de personas, debemos contemplar los efectos de la discriminación sabiendo que es un problema de mayorías, que afecta al conjunto de la sociedad.

 

Escribe Elena Hanono

Hoy N° 1843 02/12/2020