Aunque la cifra es impactante, es importante ver cómo son esos proyectos y cuáles sus plazos de maduración: según trascendió, la planificación de la mayoría de ellos comenzará a ponerse en marcha durante el primer semestre de 2018. Después vendrá su realización que llevará varios años; tiempo que también depende del cumplimiento de la contraparte a la que se compromete el gobierno argentino.
Aunque la cifra es impactante, es importante ver cómo son esos proyectos y cuáles sus plazos de maduración: según trascendió, la planificación de la mayoría de ellos comenzará a ponerse en marcha durante el primer semestre de 2018. Después vendrá su realización que llevará varios años; tiempo que también depende del cumplimiento de la contraparte a la que se compromete el gobierno argentino.
Desde el vamos, todos los acuerdos están condicionados al cumplimiento de los convenios firmados por el gobierno anterior (como los ferroviarios, la base espacial-militar en Neuquén o las represas de Santa Cruz) y a que las obras se hagan sin licitación, admitiendo la contratación directa, y sujetas a la cláusula del “cross default”: si una obra se incumple, caen todos los demás acuerdos. Si bien las tasas de interés nominales de los préstamos (deuda) son bajas, si a ello se suman los seguros de riesgo, el costo financiero total llega al usurario 8,19 % anual, en dólares.
El principal acuerdo de financiación, por US$12.500 millones es para la construcción de dos centrales nucleares: una en Campana, provincia de Buenos Aires, y la otra en Río Negro; la programación de la primera tiene fijado como inicio enero de 2018, para la segunda habrá que esperar. Le sigue en importancia la financiación de la infraestructura de Mendoza a Buenos Aires del tren San Martín, con un crédito a 20 años por US$2.400 millones, y otro préstamo de US$1.600 millones de bancos chinos para el Belgrano Cargas, que se agregan a los US$ 2.470 millones comprometidos por la gestión kirchnerista. Otro acuerdo que se destaca es para financiar la instalación de una planta de energía solar en Jujuy, con un préstamo por casi US$400 millones.
En esto es necesario aclarar, además, que no se trata de inversiones directas de capitales de China, que signifiquen una afluencia inmediata o mediata de dólares a la Argentina, sino de créditos a ir utilizando en la compra de equipos y materiales, tecnología y especialistas, traídos desde China. Es decir, lisa y llanamente préstamos para incrementar las ventas de China a la Argentina vinculadas a la realización de esos proyectos, con la contraparte de resignación de decisiones sobre los mismos, que van desde los equipos y tecnologías hasta las cuestiones ambientales y de soberanía, como se puede graficar en las idas y vueltas con las represas en Santa Cruz, la base en Neuquén o los proyectos para las centrales nucleares.
Un intercambio muy desigual
Con estos acuerdos de préstamos, el imperialismo de China busca profundizar nuestra dependencia financiera de él, para asegurarse una mayor incidencia en su disputa con los otros imperialismos. También una mayor dependencia tecnológica y comercial, que tiene como trasfondo un profundo desequilibrio en el intercambio, habiéndose convertido China en uno de los mayores socios comerciales de la Argentina, sólo por detrás de Brasil, tanto en exportaciones como en importaciones.
Las exportaciones argentinas a China crecieron entre 2001 y 2011, pero a partir de allí comenzaron a caer y en 2016 se ubicaron en US$4.661 millones. Las exportaciones a China representan el 8% del total exportado por Argentina, de lo que el 63% es poroto de soja (sin procesar). En cambio, las importaciones desde China se multiplicaron por 10 entre 2001 y 2011, aunque luego se han mantenido relativamente estables. En 2016 fueron US$10.500 millones, que representan el 19% del total nacional, en lo que juegan un papel importante los artefactos eléctricos y mecánicos, además de las ventas financiadas al Estado a través de “acuerdos” como los de los ferrocarriles, que incluyen no sólo la compra del material rodante, sino hasta las vías y durmientes e incluso las butacas y personal técnico, con el consiguiente desmedro de la producción y los trabajadores nacionales.
La tan alabada por Macri “mayor complementariedad” en el mundo, que tendrá la economía de Argentina con la de China, se basa en venderle productos primarios sin o con poca elaboración (desde porotos de soja, cueros y lana sucia, hasta minerales y carne), a cambio de comprarle productos industriales (desde ferrocarriles y turbinas, hasta juguetes e indumentaria). Ya vivió esto la Argentina en su “complementariedad” con Inglaterra y los otros imperialismos de Europa. “Comprar a quien nos compra” era el lema de la oligarquía del siglo pasado que llevó en la década de 1930 al Pacto Roca-Runciman con los imperialistas ingleses en 1933 y al Convenio Comercial y de Pagos con la Alemania hitleriana en 1934, de características similares (Eugenio Gastiazoro, Historia Argentina, tomo IV, capítulo XIV, págs. 22/24).
La “complementariedad” entre Argentina y China principalmente desde 2007, con su acrecentada venta de productos primarios sin o con poca elaboración, a cambio de una aún más acrecentada compra de productos industriales, ha resultado en un creciente y sostenido déficit comercial. Un déficit que desde 2011 viene sumando año a año más de US$5.000 millones de dólares, porque terminamos comprando más del doble de lo que nos compran. Lo que se repitió en 2016, con un saldo negativo de US$5.800 millones. De ahí que decimos que también hay un interés del imperialismo de China de atarnos financieramente a esta relación de intercambio desigual en los acuerdos firmados por Macri, dada su débil presencia todavía en inversiones extranjeras directas (IED). Inversiones que Macri también buscó en sus múltiples reuniones particulares con los CEO’s de los monopolios imperialistas de China (en su mayoría “estatales”).
Las inversiones directas
Si bien China se ha convertido en el segundo principal “socio comercial” de Argentina, con ataduras financieras ampliadas por el kirchnerismo y reforzadas ahora por Macri, la participación de la IED (es decir inversiones no financieras) de China en Argentina en relación al total de IED china en el exterior representa una exigua, aunque creciente presencia. El 60% del total se han dirigido al sector de alimentos, bebidas y tabaco, donde China ocupa el quinto lugar entre los países que más invierten.
Según la agencia oficial de China, “durante los últimos cinco años, más de 50 empresas chinas invirtieron en Argentina en proyectos ferroviarios, de energía solar, de telecomunicaciones, agrícolas y de infraestructuras. En estos momentos que Argentina está trabajando en un ambicioso plan de infraestructuras para los próximos 30 años, habrá sin duda enormes oportunidades para las empresas chinas que, según los argentinos (¿?), tienen ventajas en la tecnología y la financiación” (Xinhua, Pekín, 17/5/2017). La subestimación en el número y en el monto de las inversiones del imperialismo de China puede deberse a la “modalidad de implantación”, generalmente a través de “pantallas” nacionales (por ej., Electroingeniería) por lo que no se registran como IED, como ocurre también con las “inversiones” del imperialismo de Rusia y, en parte, de Alemania. A lo que deberían sumarse las “pantallas” en otros países dependientes, de donde se registran importantes IED, como Brasil, Chile y Uruguay o como las Islas Caimán y otros “paraísos fiscales”.
Teniendo en cuenta algunas de las inversiones multimillonarias recientes de China, esta potencia imperialista habría pasado al tercer lugar en las inversiones directas en Argentina, después de Estados Unidos y España. Entre esas inversiones registramos que, en 2010, la petrolera Cnooc compró el 50% de la participación de Bridas en Pan American Energy, por US$3.100 millones. Un año después, Sinopec compró Oxy, de la Occidental Petroleum Corporation por US$2.450 millones. Recientemente el monopolio cerealero Cofco pasó a ser el segundo monopolio imperialista (después del yanqui Cargill) entre las exportadoras radicadas en Argentina, al comprar Noble y Nidera. Por supuesto que, como ocurre con las compras de otros imperialismos de empresas ya existentes en el país, no son dólares que vienen al país, sino que en su mayoría van a las casas matrices de sus anteriores dueños, también imperialistas.