“Que las calles se pueblen de rosales”
Que te quieren tomar, Julia, y que no pueden,
porque no puede tomarse el viento,
así como no pueden sujetarse las aguas de los arroyos bravos,
ni el canto de las nocturnas aves,
ni la voz del pueblo que impone siempre su reclamo.
“¡A darle un escarmiento al que protesta!”
“Que las calles se pueblen de rosales”
Que te quieren tomar, Julia, y que no pueden,
porque no puede tomarse el viento,
así como no pueden sujetarse las aguas de los arroyos bravos,
ni el canto de las nocturnas aves,
ni la voz del pueblo que impone siempre su reclamo.
“¡A darle un escarmiento al que protesta!”
fue la orden que salió de un escritorio.
“¿Así que “Ni un pibe menos por la droga”?
“¿Con que "Tierra, Techo y Trabajo" para los que no son nadie, señora Rosales?”
Y le ordenaron entonces al sicario que matara.
Pero a veces no alcanza con la orden,
ni con el odio de los que oprimen mientras simulan bondad.
A veces, simplemente, la fortuna impulsa el carro
que en el barro siempre empujan los de abajo,
y es entonces que la orden de escritorio no se cumple,
o la bala, si bien hiere, no llega al corazón.
¡Compañeros: la rosa blindada de Tuñón sigue aromando!
Los rosales multitudinarios de la calle
enarbolan sus pétalos y empuñan sus espinas.
Julia Rosales restaña sus heridas y ya está marchando
de nuevo por las grandes avenidas.
Hugo Ponce