En estos días hemos oído reivindicaciones de Néstor Kirchner por “su entrega militante”, “su convicción para defender sus ideas”, “su coraje para enfrentar sus enemigos”, etc. Pero esas valoraciones no pueden ser hechas en abstracto, al margen de su posición de clase; es decir, sin ver al servicio de qué intereses de clase estaban esas supuestas virtudes de Néstor Kirchner. Decimos supuestas porque, para la clase obrera y el pueblo no pueden ser consideradas virtudes si no están a su servicio; peor aun si están al servicio de intereses ajenos o contrarios al interés de la clase obrera, el pueblo y la Nación.
Por ejemplo, algunos dicen que “tuvo coraje para enfrentar a la oligarquía”, pero aún si fuera así respecto de algunos sectores de la misma, lo cierto es que no lo hizo desde el punto de vista de las necesidades de los obreros y campesinos pobres y medios. No lo hizo para impulsar la reforma agraria y ni siquiera para lograr una ley de arrendamientos que limitara la voracidad de los grandes terratenientes y pooles. Tomó una medida contra todo el campo y el interior del país, aumentando las retenciones a las exportaciones sin diferenciar, con lo que perjudicaba en mayor medida a los obreros rurales y campesinos, incluso a la burguesía nacional agraria, sin tocarle un pelo a los monopolios imperialistas en la comercialización e industrialización de los granos y carnes: las grandes cerealeras y frigoríficos que se apropian de la mayor parte de los beneficios de la producción agropecuaria a través de su manejo del comercio exterior. Es decir, un “coraje” que no tenía en cuenta los intereses del pueblo y de la Nación, que solo buscaba acrecentar “la caja” del Estado para continuar sirviendo la deuda pública y favorecer su grupo monopólico y a sus amigos imperialistas. Tan en evidencia puso esto la rebelión agraria que, al no poder imponer la medida, empezó a hablar de segmentar las retenciones (de lo que después “se olvidó”) así como de supuestos hospitales y caminos (que también quedaron en el olvido). Entretanto los monopolios imperialistas, en particular los que manejan las exportaciones de cereales y oleaginosas, se siguen llevando fuera del país los frutos del trabajo de los argentinos, subfacturando lo que se venden a sí mismos en el exterior y evadiendo así también el pago de los impuestos. Lo mismo que ocurre con los monopolios imperialistas en la pesca y en la minería, particularmente favorecidos también con “su entrega militante”.