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18 de January de 2012

Para las clases dominantes todas las armas son buenas contra los explotados y los oprimidos, mientras que en manos de éstos, toda arma constituye un crimen. Los revisionistas del marxismo teorizan que los pueblos deben renunciar a la revolución. La experiencia histórica y el desarrollo de la teoría marxista sobre el Estado y la revolución.

Revolución y violencia

Hoy 1402 / Sobre El Estado

La burguesía imperialista es responsable de los mayores y más monstruosos crímenes de lesa humanidad: dos guerras mundiales, cientos de guerras coloniales y contrarrevolucionarias, represión sangrienta de los movimientos proletarios, populares y progresistas. Y basa su opulencia en el hambre, el dolor, el atraso, el analfabetismo, las enfermedades endémicas, la superexplotación, y la expoliación de tres cuartas partes de la humanidad. Pero los exponentes y propagandistas a sueldo de los imperialismos tienen el descaro de omitir todo eso y de impugnar los “costos” que aparejaron las revoluciones triunfantes y la construcción de una nueva sociedad. Proceden como sus antecesores Thiers y la burguesía francesa que, en confabulación con el invasor prusiano, masacraron a los gloriosos obreros de París en 1871 y, a la vez, los calumniaron vilmente acusando a la Comuna de los peores crímenes. Refiriéndose a ello, Marx escribió en La guerra civil en Francia: “El burgués de nuestros días se considera el legítimo heredero del antiguo señor feudal, para quien todas las armas eran buenas contra los plebeyos, mientras que en manos de éstos toda arma constituía por sí sola un crimen”.
Desde el Manifiesto Comunista (1848), Marx y Engels sostuvieron inequívocamente que el motor de la historia es la lucha de clases y que la violencia es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas el germen de una nueva.
Las revoluciones sociales son necesarias e inevitables, y son violentas porque las minorías dominantes se perpetúan en el poder empleando la fuerza (el aparato estatal de represión a su servicio), y se aferran a él a sangre y fuego.
Por su parte, los “post-marxistas” Aricó y Portantiero pontifican que hubo tan solo, y excepcionalmente, dos revoluciones desde abajo: la francesa y la rusa. Según ellos, todas las demás no serían otra cosa que distintas variantes de revoluciones desde arriba, efectuadas pro y desde el Estado existente, tal como ocurrió en Alemania de Bismark y como lo había postulado Lasalle en oposición a Marx. Ocultan que precisamente, por no haber triunfado los intentos de producir en Alemania una revolución como la francesa, el desarrollo capitalista allí se retrasó en un siglo, y fue muchísimo más difícil y penoso. “Ignoran”, las revoluciones inglesa (1648), norteamericana (1776 y guerra civil en 1861-65), rusa en 1905, mexicana (1910). “Ignoran” las revoluciones de independencia nacional en nuestra América en el siglo 19. “Ignoran” ni más ni menos que la revolución china. “Omiten” revoluciones como la yugoslava, albanesa, vietnamita, cubana y tergiversan que las primeras tuvieron lugar en Europa del Este.
La teoría marxista sobre el Estado y la revolución no surgió de ningún modelo especulativo ni es la deducción de axiomas apriorísticos. “Los utopistas –escribió Lenin- se dedicaron a ‘descubrir’ las formas políticas bajo las cuales debía producirse la transformación socialista de la sociedad. Los anarquistas se han desentendido del problema de las formas políticas en general. Los oportunistas de la socialdemocracia actual han tomado las formas políticas del Estado democrático parlamentario como un límite del que no puede parase y se han roto la frente de tanto prosternarse ante este ‘modelo’, considerando como anarquismo toda aspiración a romper estas formas.
“Marx dedujo de toda la historia del socialismo y de las luchas políticas que el Estado deberá desaparecer, y que la forma transitoria para su desaparición (la forma de transición del estado al no-estado) será el proletariado organizado como clase dominante. Pero Marx no se proponía descubrir las formas políticas de este futuro. Se limitó a hacer una observación precisa de la historia de Francia, a su análisis y a la conclusión a que llevó el año 1851: se avecina la destrucción de la máquina estatal burguesa. Y cuando estalló el movimiento revolucionario de masas del proletariado, Marx, a pesar del revés sufrido por este movimiento, a pesar de su fugacidad y su patente debilidad, se puso a estudiar qué formas había revelado (…) La Comuna es el primer intento de la revolución proletaria de destruir la máquina estatal burguesa, y la forma política ‘descubierta’ al fin, que puede y debe sustituir a lo destruido” (El Estado y la Revolución).

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Los sóviets (consejos de delegados) surgidos de las revoluciones rusas de 1905 y 1917 prosiguieron en otras circunstancias y bajo condiciones diferentes la obra de la Comuna y confirmaron el análisis de Marx.
En nuestro país, los cuerpos de delegados obreros, campesinos, estudiantiles, barriales, de amas de casa y de otros sectores populares –como muestran las experiencias del auge revolucionario posterior al Cordobazo, al Argentinazo, la rebelión agraria, pueden convertirse en una situación revolucionaria y si están dirigidos por el partido marxista-leninista-maoísta, en los órganos básicos de un nuevo estado, un estado popular revolucionario dirigido por la clase obrera, que no deje piedra sobre piedra del actual estado oligárquico-imperialista y lo sustituya.