Noticias

26 de August de 2015

Reproducimos del libro Historia Argentina, tomo 3, de Eugenio Gastiazoro, el capítulo Secas e inundaciones donde el autor cita a Florentino Ameghino quien ya en 1884 analizaba las consecuencias del criterio impuesto por los terratenientes en el tratamiento del suelo en la provincia de Buenos Aires.

Sequías e inundaciones

Advertencias de Florentino Ameghino

El predominio del latifundio signa todo el desarrollo económico social de nuestro país, determinando el atraso y la dependencia en todos los órdenes, lo que incluye por supuesto hasta las actitudes mentales predominantes.

El predominio del latifundio signa todo el desarrollo económico social de nuestro país, determinando el atraso y la dependencia en todos los órdenes, lo que incluye por supuesto hasta las actitudes mentales predominantes.
El criterio de los terratenientes y el capital extranjero se irá así imponiendo en todos los terrenos, como ya lo hemos referido en relación a algo tan importante como fue el ferrocarril y en general en relación a la orientación de la producción agropecuaria e industrial: a la utilización o no de los recursos naturales, del suelo y del subsuelo; y al modo en que se utilizan, con las consiguientes consecuencias en el desarrollo económico social de las distintas regiones y del país en su conjunto.
Un ejemplo particular de las consecuencias de la imposición del criterio de los terratenientes y el capital extranjero lo tenemos en el caso de las secas e inundaciones que afecta no sólo al suelo agrícola sino también a poblaciones enteras. Ya sea porque no se da prioridad a las obras necesarias (como es el caso de las obras del Bermejo, que se vienen discutiendo desde la época de Rivadavia) o porque cuando se realizan algunas obras, se lo hace con el criterio terrateniente (como ha ocurrido con los canales en la provincia de Buenos Aires y en otras regiones).
 
El planteo de Ameghino
Ya en 1884 Florentino Ameghino planteó, en relación con las secas e inundaciones de la provincia de Buenos Aires, que lo que hay que hacer son obras de retención y no de desagüe, en un artículo publicado por el diario La Prensa del 16 de mayo.
Ameghino era entonces maestro de escuela en la ciudad bonaerense de Mercedes y no había cumplido aún 30 años. Pero por sus estudios y conocimiento de la zona había llegado a la conclusión de que los trabajos de canalización que se discutían entonces, supuestamente para evitar las inundaciones, sin tener en cuenta el problema de las sequías, ocasionarían “probablemente más perjuicio que beneficio”. Y añadía: “si hoy nos ahogamos por excesiva abundancia de agua, mañana nos moriremos de sed”.
Ameghino subrayaba además que no necesariamente los canales alcanzarían para neutralizar el efecto de las precipitaciones realmente excepcionales. Señaló a este respecto que las aguas excedentes corren con lentitud, pero si se canaliza, se precipitarán a los cauces de los ríos con gran velocidad. Esto puede determinar, en definitiva, que los canales se desborden con mayor rapidez y causen daños aún mayores en los lugares bajos.
Con referencia a la incidencia que tendría el rápido desagüe en el agravamiento de las sequías, el estudioso destacaba que, al dirigir las aguas aceleradamente hacia el mar, se reduciría el volumen de infiltración, la menor humedad produciría menos cantidad de vapores y disminuirían consecuentemente las lluvias y el rocío. Habría sequías más intensas a intervalos menos largos, descenso y disminución de la vegetación a causa de la pérdida de cantidades importantes de semillas y tierra vegetal que serían arrasadas por las aguas.
Ameghino describió con claridad el origen de la progresiva reducción del manto fértil en la pampa bonaerense. Explicó que el proceso se había desencadenado a partir de la destrucción de los inmensos pajonales que cubrían la llanura. Esos pajonales impedían en gran medida la acción destructiva de las lluvias, retenían en el suelo gran parte de la humedad y preservaban así la tierra de la erosión. No es que el naturalista fuera enemigo de reemplazar esa vegetación por pasturas más apropiadas para la ganadería, sino que sostenía que la sustitución debía ser acompañada por la plantación de árboles en gran escala. Por ello aconsejaba: “cubrir la pampa bonaerense de represas, estanques y lagunas artificiales, combinadas con canales y plantaciones de arboledas”. Y concluía: “Vastas zonas de terreno anegadizo serían entonces aprovechables. Los terrenos altos expuestos a las grandes secas estarían sembrados de numerosas lagunas de agua permanente, de modo que nunca se sintiera la escasez; las aguas de los puntos elevados en vez de precipitarse en los bajos se reunirían en depósitos artificiales, de donde se infiltrarían en el terreno poco a poco, fertilizando los campos circunvecinos en vez de desaparecer tan rápidamente como ahora sucede y, por medio de canales, podrían ser aprovechables para la irrigación, la navegación, o la industria como fuerza motriz; la mayor infiltración de las aguas y su constancia durante el año, haría subir las vertientes que serían igualmente más caudalosas, de modo que los ríos y arroyos, en vez de disminuir el caudal de aguas, como ahora sucede, lo aumentarían notablemente. La grandísima cantidad de agua reunida en esos estanques no presentaría una superficie bastante extensa para producir una evaporación extraordinaria en un corto espacio de tiempo pero ella sería más regular durante todo el año, o que juntamente con las arboledas haría que las precipitaciones acuosas, particularmente en forma de rocío, fueran más regulares, que no lo son ahora, evitándose así tanto los períodos de intensa seca, como las inundaciones periódicas que actualmente son el azote de una parte considerable de la provincia”.
 
¿Por qué seguimos igual o peor?
Pero el predominio de los intereses terratenientes hasta ahora ha impedido que se lleve a la práctica el plan que tan previsoramente planteara Florentino Ameghino, hace ya más de 130 años. Por el contrario, al recurrirse a la construcción de canales con el criterio terrateniente (desde Marcelino Ugarte, a principios del siglo XX) sucedió lo que ya alertaba Ameghino: se agravó el problema de las secas e inundaciones. Esto, y la irracionalidad en el uso del suelo que implica la persistencia del latifundio, ha hecho que estas catástrofes periódicas sean cada vez más desastrosas para las millones de hectáreas y las numerosas poblaciones, ya no sólo de la cuenca del río Salado sino de casi todo el centro y sureste, y ahora también del noroeste y oeste de la provincia de Buenos Aires.
La irracionalidad en el uso del suelo provoca su falta de vegetación (pastos, árboles, etc.) y escasa absorción de las lluvias, ocasionando la acumulación de grandes masas de agua, que deben buscar salida hacia las zonas bajas. Una lluvia de solo 100 milímetros sobre un campo que no la absorbe, implica que se junten mil metros cúbicos de agua por hectárea. Si la lluvia en pocos días es de 500 milímetros y cae sobre un millón de hectáreas en esas condiciones, tendremos cinco mil millones de metros cúbicos de agua que en busca de una salida arrasarán otros varios millones de hectáreas y todo lo que se encuentre a su paso, sin que canales, terraplenes y alcantarillas puedan hacer prácticamente nada, como señalamos en su momento en el semanario hoy, del 20 de noviembre 1985.
 
Otras voces
Un libro del ingeniero Jorge Molina de 1980, Una nueva conquista del desierto (Emecé Editores), plantea algunas soluciones técnicas aplicables inmediatamente en esta y otras zonas, particularmente en lo que respecta al uso racional del suelo. Pero, por más racionalidad que apliquen los pequeños y medianos productores, por más que se esfuercen los técnicos y obreros rurales, por más defensas que se pongan en los caminos y en las ciudades y poblados, será imposible de parar los miles de millones de litros de agua que no retienen los suelos apisonados por las vacas de los latifundios [y ahora el monocultivo de la soja] y sus lagunas cubiertas de juncos y limo. Las aguas no reconocen ni alambradas ni tranqueras, afectando así a todos los productores y pobladores de la zona en que ocurre el meteoro.
Sin acabar con el latifundio, ni en la zona pampeana ni en el noreste, ni en las demás zonas y regiones que son afectadas periódicamente por las inundaciones (y por las secas que causan aún más daños a la producción agropecuaria) se podrá acabar con estos y otros problemas, que no son sólo del campo sino de todo el país. Solo sobre la base de una profunda reforma agraria se puede lograr la plena movilización de los recursos (sobre todo los humanos) que pueden hacer realidad lo que imaginara Ameghino en 1884, tanto en la región pampeana como en el reto del país. Además de las mejores pasturas y los millones de árboles que necesitamos, una reforma agraria integral posibilitaría el desarrollo de una agricultura racional y diversificada (incluyendo una mayor ganadería) y la piscicultura en gran escala en las represas, estanques y lagunas que, en conjunto, centuplicarían el potencial productivo de las distintas regiones del país, uno de los elementos básicos para un desarrollo independiente y armónico de la economía nacional.