Con el fallecimiento, el domingo 24 de marzo, de la periodista Susana Viau, los trabajadores de prensa, los intelectuales y los luchadores de nuestro país sufrieron la pérdida de una de sus espadas más filosas, inteligentes e inclaudicables.
Con el fallecimiento, el domingo 24 de marzo, de la periodista Susana Viau, los trabajadores de prensa, los intelectuales y los luchadores de nuestro país sufrieron la pérdida de una de sus espadas más filosas, inteligentes e inclaudicables.
“Nada de lo humano le era ajeno”, se dijo en el velatorio-homenaje realizado por sus colegas y amigos en la sede del Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (Utpba). Es que la “Negra” Viau, casi adolescente, se unió a ese torrente juvenil que emergió en los años ’60 y que abrazó al socialismo como herramienta idónea para cambiar la sociedad.
Pero además no se perdía ningún partido de River, el club de sus amores. Lectora infatigable, cinéfila impenitente, atenta siempre a los signos y cambios de época.
De su larga carrera en el periodismo dejó enseñanzas a más de una generación de hombres de prensa. En sus inicios se dedicó a la crítica de libros y posteriormente a la política nacional, que fue su pasión. Trabajó en muchos medios, en algunos de los cuales sufrió persecución y el despido por su trabajo gremial, como en las desaparecidas revistas Análisis y Siete Días.
Fue la dirigente de agrupaciones de izquierda en el gremio, como la “Masetti”-por Jorge Masetti, el “Comandante Segundo” perdido en la selva salteña en 1964- la “Emilio Jáuregui”-el ex secretario del Sindicato de Prensa asesinado en las calles del barrio de Abasto al cumplirse el primer aniversario del “Cordobazo”- y el Frente de Trabajadores de Prensa, al que representó en el plenario sindical clasista llamado por los sindicatos Sitrac-Sitram en Córdoba, en agosto de 1971.
Era muy respetada como profesional pero también reconocida por ser una luchadora honesta, valiente y solidaria: lo que decía nunca estuvo en contradicción con sus actos.
Su colega y amigo Oscar Muiño, al despedir sus restos en el Cementerio de la Chacarita trazó con acierto su personalidad: “La Negra era la ética propiamente dicha, por encima de las leyes, del dinero, del poder. Arriesgaba su empleo, su tranquilidad y su vida. Recibió persecuciones y exilio. Nunca se jactó de eso ni pidió premios, reconocimiento, honores. Ni mucho menos dinero. Por eso nunca quiso cobrar indemnización alguna por los bienes que perdió, la juventud que le robaron, la persecución, la pobreza del exilio: “No hice lo que hice para cobrar una indemnización, sino porque creí que era lo correcto”.
Dura, implacable con los enemigos de la clase obrera y el pueblo, era dueña de un corazón enorme. Entrañable para sus amigos y muchos de los colegas que la conocieron en las redacciones. Ella supo blindar la rosa.
Sus colegas, sus amigos y todos aquellos que se identifican con el campo de la revolución tratarán de seguir su ejemplo y de no unir su nombre a la tristeza.