En tono de campaña electoral, en la vidriera internacional de la Cumbre del G20 –donde todo son sonrisas entre y con los filibusteros imperialistas–, el presidente Macri anunció que se había firmado un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea. No precisó de qué tipo de acuerdo se trataba, aunque los medios de prensa afines a los sectores monopolistas interesados lo presentaron como un “acuerdo de libre comercio” entre ambos bloques. Al cabo de unos días, apagadas luces de la Cumbre realizada en Japón, el área de Comercio de la Comisión Europea dio a conocer el documento de un “acuerdo en principio” de tipo político, que plantea la intención de llegar a un tratado de asociación y cooperación entre ambos bloques. Dicho documento preparatorio de la Comisión Europea plantea una serie de capítulos comerciales y técnicos como base de un futuro tratado entre ambos bloques (ver “¿Libre comercio con Europa?”, hoy N° 1773).
Después se supo que “el acuerdo” que el presidente Macri había anunciado con bombos y platillos, haciendo de celestino entre el brasileño Bolsonaro y el francés Macron, había tenido el aval de algunos popes imperialistas europeos para enrostrarle al presidente estadounidense Trump, que en su guerra comercial con China dejaba de lado la tradicional posición librecambista de su país. Pero Trump no abandonó su sonrisa de filibustero, pues sabía que tras el entendimiento de Macri con Bolsonaro había un compromiso anterior de ambos de trabajar juntos “para tener un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos”, como sinceró el presidente Macri ante un sector de empresarios a su regreso a la Argentina. Con lo que está claro que Trump no piensa regalar a sus socios-rivales europeos el apetecible mercado de América Latina de 203 millones de habitantes, en el que también busca cerrar espacios a los tentáculos económico-financieros y militares que con los que hoy le disputan la región: sus principales rivales imperialistas de Rusia y de China.
Lo cierto es que todas las burguesías monopolistas de los países imperialistas protegen sus mercados internos (con aranceles aduaneros, cuotas de importación, barreras técnicas y sanitarias, exclusividad de marcas y patentes, etc.). Pero en su disputa por el dominio de los mercados externos, como Inglaterra desde hace más de un siglo todas las potencias imperialistas, incluida la actual de China, pregonan la “libertad de comercio” en particular para los países oprimidos del sistema de dominio imperialista, para reforzar en ellos los tentáculos de la dependencia no sólo comercial sino también financiera, económica y política, incluida la militar. Para ello operan directamente o a través de los sectores de terratenientes y burguesías intermediarias nativas que podrían beneficiarse con ese “libre comercio”, profundizando y “diversificando” según su conveniencia la dependencia de uno u otro imperialismo, o bloque de países imperialistas, que se disputan el dominio mundial.
Todos los voceros de los imperialistas y sus lacayos hacen la apología del “libre comercio” diciendo que eso beneficiará a todos los consumidores con la oferta de mayor cantidad de bienes a precios más baratos para todos. No dicen que para que haya bienes hay que producirlos y que, para poder comprarlos, aunque sean más baratos, los consumidores tienen que tener ingresos que sólo pueden provenir del trabajo y la producción. Un ejemplo es el de la industria automotriz manejado por los monopolios imperialistas que podrían cerrar sus plantas en Argentina dejando en la calle a sus trabajadores y las autopartistas que de ellos dependen, para traer automotores “más baratos” de Brasil o directamente de Europa ¿De qué nos sirve que los productos sean más baratos si el “libre comercio” que nos proponen destruye el trabajo y la producción nacionales y no vamos a tener con qué pagarlos?
Otras desigualdades
Se dice que con el acuerdo Mercosur-Unión Europea nuestros países se verán beneficiados en el sector relacionado a los recursos naturales, donde nuestra región tiene “ventajas comparativas” para competir con la agricultura, la ganadería o la vitivinicultura del viejo continente. Pero la Unión Europea agregó al tratado una cláusula según la cual “los estándares de seguridad alimentaria europeos quedarán protegidos en el acuerdo, sin cambios, y todas las importaciones tendrán que cumplir con ellos”; es decir, normas sanitarias y fitosanitarias que continuarán funcionando como una traba extra-arancelaria a las importaciones. Aun así, los productos a liberarse totalmente son los que la Unión Europea no produce como la soja, la merluza y los frutos, porque se aplicará el sistema de cuotas para aquellos bienes y servicios que se producen dentro de Europa o en sus ex colonias. Todo ello reforzado con un mecanismo de salvaguarda bilateral que permitirá a los imperialistas europeos “imponer medidas temporales en el caso de que se produzcan aumentos inesperados y significativos de las importaciones que provoquen, o puedan provocar, serios daños a sus industrias domésticas”.
Para los afiebrados pro-Tratado locales, la apertura será un desafío para los sectores industriales a mejorar su productividad frente a la mayor competencia extranjera, no importa las empresas o ramas que “desaparezcan” como dijo Grobocopatel. Pero la historia económica muestra que los países que tuvieron un crecimiento económico de relevancia en base a enormes esfuerzos de industrialización –como los Estados Unidos con Lincoln, la Alemania con Bismark, o los llamados “Tigres Asiáticos” en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial–, siempre protegieron celosamente sus mercados internos como base de un desarrollo productivo que les permitieran superar sus desigualdades con las economías más adelantadas de su tiempo.
Además nuestras oligarquías aceptan que se mantenga inalterable la lógica de los imperialistas de preservar la obtención de la ventaja decisiva en el manejo de los adelantos científicos de los tiempos actuales (con eje en los servicios y la tecnología de punta), a través del monopolio del “conocimiento” para el desarrollo de todo tipo de invenciones que les permite conquistar y arrebatar nichos de mercado. De ahí la exigencia europea de la extensión en la vigencia de patentes en el “Acuerdo”, cuyo requerimiento es recurrente por parte de la industria farmacéutica y de agroquímicos de los países del viejo continente ante cualquier tipo de negociación extra-comunitaria. Con lo que se acrecentarán y profundizarán la desigualdad de capacidades competitivas entre ambos bloques.
Contrastes
Contrastan estos requerimientos de la Comunidad Europea, con las concesiones de los representantes del Mercosur, en particular los presidentes Macri y Bolsonaro. Por ejemplo, la propuesta del tratado contempla la eliminación o reducción sustancial de las barreras que impone el Mercosur a los metales raros de alta calidad, aquellos que necesita la industria europea de alta tecnología y hoy en día importa desde África o China. Además, del lado del Mercosur también cedieron en incorporar las licitaciones de obra pública entre los rubros de contrataciones con acceso abierto al capital europeo; lo que implica que un número significativo de proveedores locales del Estado podrán quedar desplazados por la participación de firmas europeas. Habrá quien dirá que de esa manera se acabará con “el capitalismo de amigos” y los “cárteles de la obra pública”. Pero además habrá quienes piensen que, dado que la corrupción es endémica y estructural en los organismos gubernamentales sudamericanos, los europeos también podrían aceptar gustosos pagar las coimas con tal de obtener la enorme rentabilidad que suelen proveer los contratos públicos en nuestra región. ¡Matar al perro no es acabar con la rabia!
El otro interrogante es si el Mercosur realmente trabajará como bloque o, como ha demostrado la historia, las oligarquías de nuestros países “jugarán” la propia. Lo que también es peligroso ante escenarios de crisis económicas recurrentes e instituciones débiles; así la apertura de nuestros mercados para los monopolios europeos significaría “cazar en el zoológico”. Por caso la industria nacional argentina no sólo se vería perjudicada por el ingreso de productos desde el otro lado del Atlántico al mercado local, sino también por la mayor participación europea en la plaza brasileña, nuestro principal socio comercial. Una pelea encarnizada de “pobre contra pobre” que destruiría a la mayoría. No así a quienes manejan varias de las cámaras empresarias de los sectores más concentrados de la economía argentina –particularmente los dependientes de los capitales imperialistas y grupos oligopólicos en sectores estratégicos– que, además de celebrar la firma del acuerdo han planteado “a la dirigencia política de todos los partidos que dejen de lado sus diferencias coyunturales para arribar a acuerdos básicos sobre políticas públicas que permitan las transformaciones estructurales para poder competir y estar integrados a las cadenas de producción globales”. Entre esas reformas, mencionan especialmente “la reducción de la presión impositiva, la reforma de los convenios laborales, y la disminución de la tasa de inflación”.
Bajo la pregonada doctrina del “esfuerzo permanente”, estos sectores plantean, una vez más, la urgente necesidad de ser más competitivos. El tema es sobre quienes caen los costos por ello. Pues además del abandono de las chacras que se impone a los productores pequeños y medios del campo, el cierre de las industrias y comercios a los pequeños y medianos empresarios, las suspensiones y despidos a los trabajadores y la brutal pérdida de los salarios y haberes por la inflación, se quiere agregar una legislación que imponga la flexibilización laboral y la reforma previsional, entre otras concesiones que exige el “acuerdo” desparejo con los imperialistas de Europa. Y ni qué decir si se imponen otros acuerdos de “libre comercio”, como los que el macrismo negocia calladamente con los imperialistas de Estados Unidos competidores incluso en la producción agropecuaria, o con China y Japón verdaderos gigantes industriales y tecnológicos, también con Canadá que tiene ventajas comparativas en la minería y en la producción agropecuaria, y hasta con Corea del Sur o Singapur que afectaría en particular a la industria naval. En fin, una “diversificación” del entreguismo a todos los imperialistas y sus monopolios que se disputan América Latina y el Caribe; de ahí los calurosos aplausos que recibió Macri de todos los filibusteros imperialistas y sus lacayos reunidos en el G20.
Escribe Eugenio Gastiazoro