En 1912, el gobierno oligárquico instauró el sufragio universal y secreto para los argentinos nativos. Las mujeres no podían votar. Por esta ley electoral, la oligarquía logró apartar al radicalismo de su política de levantamientos militares, y lo llevó a transformarse en una fuerza electoral. En 1916 la Unión Cívica Radical ganó las elecciones y, por sólo dos votos, el Colegio Electoral eligió a Hipólito Yrigoyen como presidente, que asumió en octubre de ese año.
La llegada de Yrigoyen al gobierno estuvo marcada por un impresionante auge de luchas a nivel internacional y nacional, con hechos como el fin de la primera guerra mundial, el triunfo de la Revolución Rusa, procesos revolucionarios en Alemania y Hungría, y grandes huelgas y puebladas insurreccionales en nuestro país. En esos años se fundó el Partido Socialista Internacional, luego Partido Comunista. Intentaremos dar un pantallazo de cómo recibieron las distintas corrientes del movimiento obrero la llegada del radicalismo al gobierno.
El Partido Socialista tenía un viejo enfrentamiento con los radicales, a los que consideraba parte de una despreciada “política criolla”. No hay que olvidar que el principal dirigente del PS, Juan B. Justo, era crítico del radicalismo ya desde la “Revolución del Parque”, en 1890.
Es importante entender que ni socialistas, ni anarquistas ni sindicalistas tenían al marxismo como guía para analizar la sociedad, por lo que les resultaba imposible hacer una correcta caracterización de clase del gobierno que asumía. Esto se evidenció en el tratamiento del Partido Socialista hacia Yrigoyen. En la campaña electoral previa centraban en desenmascarar el supuesto “obrerismo” radical, denunciando que sus diputados impulsaron quitar el derecho de jubilación a los trabajadores ferroviarios y tranviarios que participaran en huelgas. La Vanguardia, diario del PS, describía al radicalismo como “un pérfido enemigo del Partido Socialista”.
Como Yrigoyen en sus primeros tiempos tuvo gestos hacia algunos gremios, recibiendo a sus dirigentes (particularmente ferroviarios y marítimos), e interviniendo en los conflictos, el Partido Socialista lo caracterizaba como “un gobierno de fuerza y misericordia, en que la magnanimidad y el buen corazón de altos funcionarios componentes hacen ‘pendant’ con su intolerancia y su fuerza”. La Vanguardia agregaba que esto llevaba a confusión del pueblo “obligado a fluctuar entre movimientos de admiración y alarmante perplejidad”, y acusaba a Yrigoyen de tener un trato distinto hacia los gremios según sus intereses electorales.