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02 de marzo de 2017

Camino capitalista o camino socialista

Hacia el centenario de la revolución rusa (7)

En la segunda mitad de la década de 1920 se acumulaba en el escenario mundial material inflamable. La URSS debía prepararse para la guerra moderna y defender su integridad territorial e independencia. 

En la segunda mitad de la década de 1920 se acumulaba en el escenario mundial material inflamable. La URSS debía prepararse para la guerra moderna y defender su integridad territorial e independencia. 
A fines de esa década, la URSS tenía una población de unas 160 millones de personas. Pese a los grandes avances, su producción industrial se hallaba notablemente rezagada respecto de las principales potencias: 4 a 5 millones de toneladas de acero, 35 a 40 millones toneladas de carbón, 5.000 a 6.000 millones de kilovatios/hora de energía eléctrica.
Esos índices equivalían a valores entre dos y tres veces menores que en Alemania, Inglaterra o Francia, países cuya población era de sólo 40-60 millones, y muchas veces inferiores a Estados Unidos, donde entonces habitaban 120 millones de personas.
Muchos artículos de fabricación completa no se producían en absoluto. La mayor parte del trabajo era manual. En 1929, por otra parte, se había tenido que implantar el racionamiento de todos los alimentos y de muchos productos industriales.
¿Podía la Unión Soviética industrializarse y garantizar simultáneamente el abastecimiento indispensable a la población sin ayuda extranjera? 
Durante varios años se libró una dura lucha en las instituciones planificadoras en torno a las metas. De un lado, los oportunistas y también unos cuantos saboteadores, predominantes entonces en ese organismo especializado. Del otro lado, los partidarios de una línea revolucionaria, minoritarios allí.
Los economistas de la derecha formularon la teoría según la cual, al final del período de restablecimiento de la economía –esto es hacia 1928- el ritmo del desarrollo de las fuerzas productivas se tornaría más lento. Nikolai Bujarin atacó los proyectos de plan presentados por la izquierda. En sus Notas de un economista, de setiembre de 1928, citaba las propuestas del Consejo Superior de la Economía Nacional (un organismo equivalente a un ministerio) como claro ejemplo de planificación “insensata” y “excesivamente ambiciosa”. 
Pero si se amortiguaba el desarrollo industrial, en especial el de las ramas pesadas, se convertían inexorablemente en un apéndice del sistema de la economía capitalista, como destacaba Stalin, privándose con ello de la base material para defender su soberanía política, su integridad territorial y las conquistas del socialismo contra futuras agresiones imperialistas.
Por ejemplo, los derechistas lograron prevalecer en las propuestas de una comisión especial de preparación del plan para la industria metalúrgica. Esta sugirió, a mediados de 1928, una meta en la producción de hierro colado de apenas 8,5 millones de toneladas para 1936 y de sólo 11,5 millones para 1941. En cambio, el Consejo Superior de la Economía Nacional proponía una cifra casi igual a la última, pero para 1933.
Uno de sus integrantes señalaba: “Si los autores de este plan general lograban salir victoriosos en la discusión, la URSS se encontraría en 1941 en el mismo nivel económico que Alemania a comienzos del siglo 20” y quedaría a merced de sus enemigos en su lucha con el mundo capitalista. 
Por su parte, Trotski, desde el exilio, convergía con los derechistas teorizando que: “El programa efectivo de un Estado obrero aislado no se puede proponer por fin ‘independizarse’ de la economía mundial, ni mucho menos edificar ‘en brevísimo plazo’ una sociedad socialista nacional”. Su objetivo no puede ser un ritmo máximo en abstracto, “sino aquel que se desprenda de las condiciones económicas internas e internacionales… Y esta perspectiva debe regir íntegra durante la etapa preparatoria, esto es, hasta que la revolución triunfe en los países más avanzados y venga a sacar a la Unión Soviética del aislamiento en que hoy se halla”. 
Es preciso recalcar que a fines de los años ’20, Trotsky y Bujarin se oponían directamente tanto a la colectivización como a la industrialización. Trotsky pontificaba que el ritmo debía estar dictado por las condiciones existentes. Pero, de lo que se trataba era, precisamente, de un ritmo que modificara sustancialmente esas condiciones. Trotsky se oponía explícitamente a que la URSS se empeñara en independizarse de la “economía mundial”, es decir la dominada por las potencias imperialistas, enemigas a muerte del poder soviético. 
Por otra parte, el “aislamiento” no era tal respecto de la clase obrera y los pueblos oprimidos del mundo, ni tampoco respecto de los movimientos nacionalistas de las colonias y países dependientes. Incluso con varios países capitalistas había crecientes vínculos diplomáticos y comerciales. En los años ’30, las grandes realizaciones de la industrialización socialista concitaron enorme admiración y entusiasmo en amplias masas de explotados y oprimidos e, inclusive, en vastos sectores de la intelectualidad y la juventud estudiantil en todo el mundo. Los hechos dieron un rotundo mentís a las especulaciones mecanicistas y antimarxistas de Trotsky.
Por primera vez en la historia se encaraba un plan económico para todo un país. Por si esto fuera poco, se lo hacía en condiciones de cerco imperialista y de un Estado cuyo territorio era el más extenso del planeta. El proceso de elaboración y discusión del Primer Plan Quinquenal abarcó más de dos años. La investigación de la realidad y la confrontación ideológica de líneas fue el signo distintivo. 
 
Escribe Carlos Echagüe: Autor de Revolución, restauración y crisis en la Unión Soviética 
(Editorial Ágora, 3 tomos).