Hay hombres que al mismo momento de morir, renacen invencibles para la historia. Su vivencia, al igual que las ideas, queda fuera del espacio y del tiempo.
El Comandante Ernesto Che Guevara, muerto en Bolivia el 8 de octubre de 1967, asesinado por las balas del imperialismo aterrorizado, se ha convertido con su muerte en la bandera viva de todos los pueblos oprimidos de Latinoamérica y del mundo.
Hay hombres que al mismo momento de morir, renacen invencibles para la historia. Su vivencia, al igual que las ideas, queda fuera del espacio y del tiempo.
El Comandante Ernesto Che Guevara, muerto en Bolivia el 8 de octubre de 1967, asesinado por las balas del imperialismo aterrorizado, se ha convertido con su muerte en la bandera viva de todos los pueblos oprimidos de Latinoamérica y del mundo.
El Che Guevara ya no solamente es argentino, cubano, ni siquiera latinoamericano, es el ciudadano de la sociedad nueva que avanza inexorablemente sobre el mundo.
Así como él dijo: “Yo les confieso que nunca me sentí extranjero, ni en Cuba, ni en cualquiera de todos los países que he recorrido. He tenido una vida un poco aventurera. Me he sentido guatemalteco en Guatemala, mexicano en México, peruano en Perú, como me siento hoy cubano en Cuba y naturalmente como me siento argentino aquí y en todos los lados (…) No hay fronteras en esta lucha a muerte, no podemos permanecer indiferentes frente a lo que ocurre en cualquier parte del mundo; una victoria de cualquier país sobre el imperialismo es una victoria nuestra, así como la derrota de una nación cualquiera es una derrota para todos. El ejercicio del internacionalismo proletario es no solo un deber de los pueblos que luchan para asegurar un futuro mejor; además, es una necesidad revolucionaria”.
En el Che Guevara existe el hombre heroico y el ideólogo revolucionario. Lo primero es consecuencia de lo segundo. Pero lo segundo es lo más trascendental de su mensaje. Por eso y no por razones de coraje individual plantea lúcidamente la inevitabilidad de la lucha armada:
“Luchar solamente por conseguir la restauración de cierta legalidad burguesa sin plantearse en cambio, el problema del poder revolucionario, es luchar por retornar a cierto orden dictatorial preestablecido con las clases dominantes; es, en todo caso, luchar por el establecimiento de unos grilletes que tengan en su punta una bola menos pesada para el presidiario.
“En estas condiciones, la oligarquía rompe sus propios contratos, su propia apariencia de ‘democracia’ y ataca al pueblo. Le vuelve a plantear el dilema: ¿qué hacer? Nosotros contestamos: la violencia no es patrimonio de los explotadores, la pueden usar los explotados y, más aún, la deben usar en su momento. Martí decía: ‘es criminal quien promueve en un país la guerra que se la puede evitar; y quien deja de promover la guerra inevitable’”.
Siguiendo a Fidel Castro precisa su pensamiento basado en la Segunda Declaración de La Habana:
“En las actuales circunstancias históricas de América Latina, la burguesía nacional no puede encabezar la lucha antifeudal y antiimperialista. La experiencia demuestra que en nuestras naciones esa clase, aún cuando sus intereses son contradictorios con los del imperialismo yanqui, ha sido incapaz de enfrentarse a éste, paralizada por el miedo de la revolución social y asustada por el clamor de las masas explotadas”.
El Che sufrió una derrota en Bolivia. Pero esa derrota no descalifica en manera alguna su actitud revolucionaria. Tal como dijo frente al desastre de Moncada:
“La realidad golpeó sobre nosotros; no estaban dadas todas las condiciones subjetivas necesarias para que aquel intento cristalizara, no se habían seguido todas las reglas de la guerra revolucionaria que después aprenderíamos con nuestra sangre y la sangre de nuestros hermanos en dos años de dura lucha. Fuimos derrotados y allí comenzó la más importante historia de nuestro movimiento. Allí se mostró su verdadera fuerza, su verdadero mérito histórico; nos dimos cuenta de los errores tácticos cometidos y que faltaban algunos factores subjetivos importantes: el pueblo tenía conciencia de la necesidad de un cambio, faltaba la certeza de su posibilidad. Crearla era la tarea.”
Pero no estaría completa la imagen del Che si quedara así, como la de esos héroes que nos ofrece la historia oficial. No estaría completa su ideología socialista si no supiéramos cómo sentía el hombre en sí y su condición humana.
“Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor (…) Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas sagradas y hacerlo único, indivisible”.
Y agrega:
“Un socialista debe ser el mejor, el más cabal, el más completo de los seres humanos, pero siempre, por sobre todas las cosas, un ser humano; un militante de un partido que vive y vibra en contacto con las masas; un orientador que plasma en directivas concretas los deseos a veces oscuros de las masas; un trabajador incansable que entrega todo a su pueblo; un trabajador sufrido que entrega sus horas de descanso, su tranquilidad personal, su familia o su vida a la Revolución, pero nunca es ajeno al calor del contacto humano”.
Este es el homenaje que le rendimos al Che Guevara en esta declaración. Rescatándolo de toda distorsión heroicista y dándole en una apretada síntesis su auténtico contenido de ideólogo y luchador.
Hoy, en esta hora definitoria de la Argentina, en que el proceso se va polarizando -de un lado los explotadores y del otro los explotados-, estamos resueltos a nutrir buena parte de nuestras alforjas con la esencia del pensamiento guevarista, no en una copia burda de sus métodos, sino aplicando sus conceptos latinoamericanos a la realidad argentina.
Es haciendo nuestra revolución como contribuiremos al desarrollo de la liberación de Latinoamérica y daremos nuestra mejor solidaridad a Vietnam y Cuba.
Nuestra Revolución será antiimperialista, antioligárquica y antimonopolista, encabezada por la clase obrera y se apoyará en la lucha diaria de las masas oprimidas, eligiendo desde ya, como único camino para la toma del poder, aquel que juzgamos inevitable: el de la lucha armada.