El público
arroja sus preguntas hirientes,
insiste en un desafío de papeletas.
“Camarada Maiacovski,
lea su mejor verso.”
Mientras pienso,
tomado de la mesa,
quizás leerles éste,
o tal vez aquél.
Mientras revivo
mi viejo arsenal poético
y muda, en silencio,
la sala espera,
el secretario de “El obrero del Norte”
murmurándome
al oído
me dijo…
Y yo grité, saliéndome del tono poético,
más fuerte que las trompetas de Jericó:
“¡Camaradas!
¡Los obreros,
y las tropas de Cantón,
tomaron Shanghai!”
Como si el aplauso
lo amasaran con las palmas de la mano,
crecía la ovación,
crecía su fuerza.
Cinco,
diez,
quince minutos
aplaudió el salón.
Parecía que la tormenta
cubría leguas y leguas
en respuesta a todas las notas “chamberlánicas”,
y rodaba hasta llegar a la China,
alejando a los torpederos de Shanghai.
No comparo la mejor jalea poética,
cualquiera de las más grandes glorias poéticas,
con la sencilla noticia del diario,
si a esta noticia,
la aplaude así nuestro auditorio.
¿Acaso hay ligazón de fuerza mayor
que la solidaridad
de la colmena obrera?
¡Aplaude,
obrero textil,
a los desconocidos,
y queridos,
coolíes de la China!
(1925)