Era posible en una calle de Pekín,
la mañana pasaba con obreros mezclados al otoño
como llena de rastros de parientes amados, casos íntimos, vuelos,
y cabezas, cabezas,
ondeando al sol entre banderas.
Bajo la luz de octubre
otra luz encendía la oscuridad del aire:
un río de ternura frente a la paz celeste de las puestas,
quiero decir un río de victoria,
o sea: una corriente de rostros en libertad como de plata,
es decir: el otoño sonaba como pisado por millones de pies dulces,
mejor dicho: ocurría la suavidad del alma
como Pekín, corno banderas, casos íntimos, rostros
y la Revolución.