Todas las crisis capitalistas, crisis de superproducción y no de escasez, desde la de 1825, estuvieron precedidas de una especulación desenfrenada, propia de todos los períodos de auge capitalista previos a las crisis. También, todas las crisis capitalistas, a medida que el capitalismo se extendía por todo el mundo, y más aun en la época del imperialismo, han tenido la característica de ser, más o menos, mundiales. La de mayor extensión y magnitud en el siglo 20, fue la iniciada en 1929, aunque todavía había muchos rincones a los que no había llegado o había llegado solo tangencialmente el capitalismo, y una sexta parte del mundo estaba fuera del sistema capitalista: la entonces URSS socialista.
La actual crisis capitalista iniciada en 2007 con la crisis hipotecaria en los Estados Unidos, que hizo eclosión en una crisis financiera global en 2008, hoy abarca a todo el mundo: no hay países socialistas que puedan quedar afuera ni rincón del planeta que, de una u otra manera, no esté vinculado al mercado mundial capitalista, por lo que no hay país ni lugar en el mundo que quede excluido de esta crisis. Tampoco esta crisis es comparable en la magnitud de los capitales en juego a la crisis mundial capitalista iniciada en 1929, por lo que sus consecuencias serán mucho más catastróficas.
Desde el lado financiero de las crisis capitalistas, si bien la especulación ha sido un rasgo que siempre las ha precedido, no era lo mismo la especulación bancaria y bursátil del siglo 19, cuando el capital bancario era relativamente independiente del industrial y comercial, que la especulación financiera en esta época del imperialismo, donde el capital financiero es la expresión máxima del capital monopolista. Un capital que es producto de la fusión del capital bancario e industrial y que concentra en manos de una oligarquía financiera el manejo no sólo de los bancos y aseguradoras sino también de un conjunto de grandes oligopolios que disputan el control de ramas enteras de la economía: de la industria, la minería, la construcción, el transporte, el comercio, los servicios y hasta la agricultura. Una oligarquía financiera que maneja y disputa ese control dentro de cada uno de los países imperialistas y sobre todos y cada uno de los países dependientes en disputa dentro del sistema capitalista imperialista mundial.
Si entonces no se pudo evitar la guerra…
En un primer momento la crisis iniciada en 1929 pudo ser “encapsulada” dentro de las potencias imperialistas y sus áreas de influencia: era de una magnitud relativamente manejable desde el poder de sus Estados por las respectivas oligarquías financieras y su disputa de intereses a escala mundial “aguantó” –hasta que se desató la segunda guerra mundial–, que cada uno de los principales Estados imperialistas se manejara con relativa independencia dentro de las fronteras de sus dominios. Así, mientras el imperialismo inglés que venía debilitado en su hegemonía terminaba “encerrándose” en su Comunidad británica y el imperialismo yanqui se replegaba hacia América –sin capacidad todavía de reemplazar a escala mundial el hegemonismo inglés–, en Europa, el imperialismo alemán resurgía con el hitlerismo en creciente confrontación con Inglaterra y Francia, y en Asia, el imperialismo japonés aceleraba su expansión, invadiendo la Manchuria ya en 1931. En tanto, la Unión Soviética bajo la dictadura del proletariado quedaba fuera de ese mercado mundial capitalista fragmentado.
Hoy, la situación del capitalismo imperialista es todavía mucho más complicada que la que se presentó a partir de 1929. Por la magnitud de los capitales comprometidos y por su alcance prácticamente universal, resulta aun mucho menos manejable individualmente por los Estados de las potencias imperialistas, y se exacerban mucho más las contradicciones entre los distintos sectores oligárquicos dentro de esas potencias y con las potencias rivales.
Los imperialistas yanquis, mucho más fuertes y expandidos por todo el mundo que hace 70 años, no logran siquiera ponerse de acuerdo entre sí para frenar un mayor colapso de su economía, y menos disciplinar tras un programa común a los otros imperialistas; su hegemonía económica y política, e incluso militar, se ve cada vez más resentida por las luchas de los pueblos y el agrandamiento de sus socios-rivales, aunque no haya en el mundo otra potencia imperialista con capacidad de ponerse todavía a su par.
Los imperialistas ingleses (queriendo mantener la supremacía de los intereses imperialistas “atlantistas”) se desesperan porque haya un primer entendimiento entre los yanquis y europeos, pero los imperialistas europeos se dividen por preservar sus propios intereses y, si en algo acuerdan, es en que sus recursos no les alcanzan para enfrentar la magnitud y extensión de la crisis aun en su propio “patio trasero” (la Europa del Este) y que son los imperialistas yanquis los que deben pagar la mayor parte de la cuenta. A la vez, se agudizan las contradicciones de esos intereses imperialistas “atlantistas” con los intereses de los imperialistas rusos y también de los imperialistas chinos, que pugnan por proteger sus monopolios para avanzar en sus propias ambiciones hegemonistas.
La crisis económica actual del sistema capitalista imperialista es mucho más extendida y de una magnitud muy superior a la iniciada en 1929, por lo que el daño que causará al proletariado y a los pueblos y naciones oprimidas del mundo también será muy superior. Y si las medidas keynesianas aplicadas entonces no permitieron resolver la crisis a favor de los imperialistas de una manera pacífica, menos podemos esperar hoy que de esta crisis se salga sin una guerra mucho más destructiva que la Segunda Guerra mundial, aun cuando en el medio haya algún respiro como el de 1937-38 (que incluyó el Pacto de Munich, de Inglaterra y Francia con Alemania). Sólo la lucha revolucionaria del proletariado y los pueblos y naciones oprimidas puede cambiar esto, terminando con el sistema capitalista imperialista de explotación y opresión y abriendo camino a una nueva sociedad sin explotados ni explotadores.