Noticias

11 de noviembre de 2010


Irrumpe el proletariado

Documentos del PCR / tomo 6

En los pri­me­ros años del siglo XX, el movi­mien­to obre­ro argen­ti­no y sus orga­ni­za­cio­nes gre­mia­les y polí­ti­cas die­ron un gran salto ade­lan­te. La expan­sión de la eco­no­mía argen­ti­na trajo apa­re­ja­do un cre­ci­mien­to de tra­ba­ja­do­res del campo y de la ciu­dad, some­ti­dos a con­di­cio­nes de tre­men­da explo­ta­ción. Estando en lucha los esti­ba­do­res del Puerto de Buenos Aires, los obre­ros del Mercado Central de Frutos, los con­duc­to­res de carros, etc., y con­vo­ca­da por la Federación Obrera Argentina (FOA), esta­lla el 22 de noviem­bre de 1902 la pri­me­ra huel­ga gene­ral del movi­mien­to obre­ro argen­ti­no.
El paro del puer­to de Buenos Aires, lugar clave de la eco­no­mía argen­ti­na, enfu­re­ció a la oli­gar­quía. El gobier­no del gene­ral Roca, con la apro­ba­ción de sena­do­res y dipu­ta­dos, implan­tó el Estado de Sitio y la tris­te­men­te céle­bre Ley de Residencia (núme­ro 4144), para expul­sar a los extran­je­ros acu­sa­dos de agi­ta­do­res. La poli­cía y el Ejército ocu­pa­ron las calles, des­en­ca­de­nán­do­se una bru­tal repre­sión sobre el movi­mien­to obre­ro.
La huel­ga fue derro­ta­da, pero su desa­rro­llo fue de gran impor­tan­cia, mos­tran­do la enor­me capa­ci­dad de lucha y el poten­cial revo­lu­cio­na­rio del pro­le­ta­ria­do argen­ti­no. Desnudó ante las gran­des masas el carác­ter reac­cio­na­rio del Estado de los terra­te­nien­tes, gran­des bur­gue­ses inter­me­dia­rios y el impe­ria­lis­mo, expre­sa­do polí­ti­ca­men­te por el gobier­no de Roca.
Ya apa­re­cía la nece­si­dad de una fuer­te orga­ni­za­ción del pro­le­ta­ria­do para poder enfren­tar con éxito a ese Estado. Y en el seno del movi­mien­to obre­ro esta­ba abier­ta una gran lucha de líne­as, que se daba prin­ci­pal­men­te entre los anar­quis­tas y los socia­lis­tas.
El socia­lis­mo, impreg­na­da su direc­ción por el revi­sio­nis­mo, abso­lu­ti­za­ba la lucha polí­ti­ca y par­la­men­ta­ria. El anar­quis­mo, teji­do por ten­den­cias espon­ta­neís­tas, sin­di­ca­lis­tas e inclu­so anti­or­ga­ni­za­do­ras, abso­lu­ti­za­ba la lucha eco­nó­mi­ca. Ambos, al crear un abis­mo entre la lucha eco­nó­mi­ca y la lucha polí­ti­ca, eran impo­ten­tes para orga­ni­zar la fuer­za revo­lu­cio­na­ria que nece­si­ta­ba el pro­le­ta­ria­do.
En 1903, el movi­mien­to obre­ro se divi­dió en dos cen­tra­les sin­di­ca­les: la FORA diri­gi­da por los anar­quis­tas y la UGT que diri­gían los socia­lis­tas. En ambas, pre­do­mi­na­ban con­cep­cio­nes no mar­xis­tas que difi­cul­ta­ron el avan­ce del movi­mien­to obre­ro.
Durante los años 1903 y 1904 se tri­pli­ca­ron las huel­gas, des­ta­cán­do­se las de ferro­via­rios, azu­ca­re­ros y obre­ros de la carne. En febre­ro de 1905 se pro­du­ce una nueva insu­rrec­ción radi­cal con­tra el régi­men oli­gár­qui­co.
Pese a la inten­si­fi­ca­da repre­sión de los gobier­nos oli­gár­qui­cos (clau­su­ra de loca­les, pro­hi­bi­ción de la pren­sa obre­ra, la mili­tan­cia sin­di­cal es con­si­de­ra­da deli­to. etc.), las orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­les se van desa­rro­llan­do y for­ta­le­cien­do. Ya para fines de 1905 la mayo­ría de los gre­mios habían con­quis­ta­do la jor­na­da de 8 ó 9 horas y logra­do aumen­tos de sala­rios. Entre 1906 y 1910 cre­cen las luchas y se extien­den a varias pro­vin­cias.
El 1º de Mayo de 1909, una con­cen­tra­ción con­vo­ca­da por la FORA en plaza Lorea, fue vio­len­ta­men­te repri­mi­da con un saldo de 11 muer­tos y cien­tos de heri­dos. La FORA, la UGT y los sin­di­ca­tos autó­no­mos for­man un comi­té de huel­ga y decla­ran la huel­ga gene­ral.
El 3 de mayo se ini­ció la lucha. Trescientas mil per­so­nas acom­pa­ña­ban los res­tos de los ase­si­na­dos. La poli­cía diri­gi­da por el coro­nel Falcón cargó sobre la colum­na dejan­do un saldo de varios muer­tos.
La huel­ga sigue y dura ocho días. El Ejército y la poli­cía acom­pa­ña­dos de ban­das “nacio­na­lis­tas”, “niños bien” de la oli­gar­quía, se lan­zan sobre los barrios obre­ros para que­brar la orga­ni­za­ción y rom­per el movi­mien­to. Asaltan e incen­dian cír­cu­los cul­tu­ra­les, biblio­te­cas y loca­les obre­ros.
Pero el movi­mien­to no pudo ser aplas­ta­do. El gobier­no debió nego­ciar y acep­tar todas las peti­cio­nes obre­ras. Por pri­me­ra vez en nues­tra his­to­ria, sobre la base de una huel­ga gene­ral, el movi­mien­to obre­ro logra­ba seme­jan­te triun­fo. Habían pasa­do 19 años desde aque­lla pri­me­ra con­me­mo­ra­ción del 10 de Mayo de 1890. Diecinueve años de expe­rien­cias de lucha pro­ta­go­ni­za­das por gran­des masas explo­ta­das que, a tra­vés de su prác­ti­ca, fue­ron toman­do con­cien­cia de su fuer­za como clase.
Un año des­pués cuan­do se pre­pa­ran los fes­te­jos del Centenario de la Revolución de Mayo, ante el lla­ma­mien­to a la huel­ga por la dero­ga­ción de la Ley de Residencia y el cum­pli­mien­to de la pro­me­sa de libe­rar los pre­sos socia­les, el gobier­no des­en­ca­de­na una feroz repre­sión al movi­mien­to obre­ro. Se decre­tó el Estado de Sitio y se san­cio­nó la Ley de Defensa Social, para repri­mir al movi­mien­to sin­di­cal. Fueron apre­sa­dos más de 2.000 obre­ros, cien depor­ta­dos y otros tan­tos con­fi­na­dos en Ushuaia. Así con­me­mo­ra­ba la oli­gar­quía el Centenario.
Sacando fuer­zas de su fla­que­za, y en el marco de una nueva cri­sis eco­nó­mi­ca ini­cia­da en 1910, el movi­mien­to obre­ro con­ti­nuó sus luchas. Esto esti­mu­ló a otros sec­to­res popu­la­res.
En Macachín, La Pampa, se levan­ta­ron los cam­pe­si­nos exi­gien­do la abo­li­ción de los con­tra­tos escla­vis­tas y los paga­rés en blan­co. Pese a que el gobier­no envió tro­pas para repri­mir, la huel­ga triun­fó.
En junio de 1912 esta­lló en el sur de la pro­vin­cia de Santa Fe, la huel­ga cono­ci­da como el Grito de Alcorta. La lucha se desa­tó con­tra los altos arren­da­mien­tos y los con­tra­tos leo­ni­nos y se exten­dió rápi­da­men­te hacia el norte de la pro­vin­cia de Buenos Aires y el sur de Córdoba y Entre Ríos. Pese a la repre­sión el movi­mien­to triun­fó, sur­gien­do la Federación Agraria Argentina.
El Grito de Alcorta seña­la­ba el comien­zo de una nueva etapa en la his­to­ria de las luchas cam­pe­si­nas argen­ti­nas. Hacía su apa­ri­ción en el cora­zón de la pampa húme­da un nuevo torren­te del otro gran pro­ta­go­nis­ta de la revo­lu­ción, ponien­do en evi­den­cia ante gran­des masas las nefas­tas con­se­cuen­cias del lati­fun­dio, gran­des exten­sio­nes de tie­rra mono­po­li­za­das por la oli­gar­quía terra­te­nien­te. “La tie­rra para quién la tra­ba­je”, pasó a ser una de las ban­de­ras del movi­mien­to agra­rio.
Con el desa­rro­llo de las luchas obre­ras y cam­pe­si­nas, fue cre­cien­do una corrien­te revo­lu­cio­na­ria den­tro del movi­mien­to sin­di­cal y den­tro del Partido Socialista, corrien­te que rei­vin­di­có el mar­xis­mo y el carác­ter cla­sis­ta del socia­lis­mo.
La posi­bi­li­dad de una con­ver­gen­cia obre­ro­cam­pe­si­na con sec­to­res bur­gue­ses y peque­ño­bur­gue­ses que tras las ban­de­ras del radi­ca­lis­mo enfren­ta­ban al régi­men con­ser­va­dor, ponía en ries­go el poder de las cla­ses domi­nan­tes, que a su vez se encon­tra­ban hora­da­das por la agu­di­za­ción de la dis­pu­ta inte­rim­pe­ria­lis­ta que lle­va­ría a la Primera Guerra Mundial. Terciando en la tra­di­cio­nal dis­pu­ta entre ingle­ses y fran­ce­ses, desde fines del siglo pasa­do habían ido adqui­rien­do un impor­tan­te peso inter­no otros inte­re­ses impe­ria­lis­tas, como los ita­lia­nos, los bel­gas y par­ti­cu­lar­men­te, los ale­ma­nes. Cuando la dis­pu­ta de estos con los ingle­ses pasa a ser la prin­ci­pal, en la pri­me­ra déca­da de nues­tro siglo, comien­zan a ter­ciar tam­bién aquí los impe­ria­lis­tas yan­quis.
En estas con­di­cio­nes, la oli­gar­quía elige el mal menor. Concede en 1912 el voto uni­ver­sal mas­cu­li­no, secre­to. Hace jugar a su favor la fie­bre elec­to­ra­lis­ta de con­ci­lia­ción con la oli­gar­quía y el impe­ria­lis­mo, pre­do­mi­nan­te tanto en el socia­lis­mo como en el radi­ca­lis­mo. Esto con­di­cio­na­rá todo el desa­rro­llo pos­te­rior del movi­mien­to demo­crá­ti­co. El ini­cio de la gue­rra en 1914, entre las poten­cias atlán­ti­cas (prin­ci­pal­men­te Inglaterra y Francia) y los impe­rios cen­tra­les (Alemania y Austria, Hungría), ahon­da­rá la divi­sión inter­na de la oli­gar­quía, a la vez que debi­li­ta­rá tran­si­to­ria­men­te la opre­sión impe­ria­lis­ta sobre nues­tro país. Así, a tra­vés de elec­cio­nes, el radi­ca­lis­mo llega al gobier­no nacio­nal en 1916.
El carác­ter de clase del gobier­no radi­cal y su con­si­de­ra­ble rela­ción con la oli­gar­quía, deter­mi­na­ron que el triun­fo elec­to­ral del radi­ca­lis­mo no sig­ni­fi­ca­ra el fin del Estado de los terra­te­nien­tes, la gran bur­gue­sía inter­me­dia­ria y el impe­ria­lis­mo, aun­que se recor­ta­sen algu­nos pri­vi­le­gios de esos sec­to­res.
El pro­le­ta­ria­do cre­cía y se lo admi­ra­ba por sus luchas. Pero care­cía del Partido que le per­mi­tie­ra par­ti­ci­par acti­va­men­te, con inde­pen­den­cia, en la revo­lu­ción demo­crá­ti­ca y, en su curso, tomar su direc­ción polí­ti­ca, ya que, por su línea, ni socia­lis­tas, ni anar­quis­tas podían hacer­lo.