Con Lanusse, el sector de agentes y testaferros del socialimperialismo soviético y los grandes terratenientes y gran burguesía intermediaria a él subordinados avanzaron en el control de palancas claves del país. En 1971 se firma en Moscú el convenio comercial entre los gobiernos de la Argentina y de la URSS, que dio a ésta el trato de nación más favorecida.
A su vez, los sectores prosoviéticos disputan con Perón la hegemonía del frente burgués antiyanqui. Trabajan para debilitarlo buscando subordinarlo, ya que precisan de su acuerdo, tanto para poder realizar las elecciones como para afianzarse en el poder; el peronismo seguía siendo la gran fuerza electoral del país y el movimiento político mayoritario. Así pueden imponer una salida electoral condicionada a través del Gran Acuerdo Nacional. Aprovechando la vacilación de la burguesía nacional liderada por Perón y la insipiencia del PCR, logran impedir que las gigantescas luchas obreras y populares, la larga serie de puebladas que deterioraron la dictadura de Onganía, coronasen en un argentinazo triunfante. Aunque la profundidad de ese proceso, del que formó parte la jornada de movilización de masas del 17 de noviembre de 1972 ante la vuelta del General Perón, impidió a los prosoviéticos imponer a Lanusse como candidato del GAN, y los obligó a llegar a acuerdos con Perón y con Balbín.
Perón, a los 76 años, tenía pocas chances. Debió optar entre la candidatura (que con seguridad sería vetada) y el retorno. Cedió la candidatura, facilitando así el montaje de las elecciones del 11 de marzo de 1973, y cedió la hegemonía en el nuevo gobierno, para continuar luchando en mejores condiciones, y desde el país, para imponer su dirección.
Así resultará el gobierno de Cámpora, manteniéndose la hegemonía de los sectores prosoviéticos. Perón volverá al país y pasará a disputarles la hegemonía, haciendo uso de todo su peso político, aunque mantiene a Gelbard como prenda de unidad. Muerto Perón, Isabel desplaza a Gelbard: en ese momento comienza la nueva cuenta regresiva de los golpistas.
Al no poder subordinar al peronismo, particularmente a Isabel Perón, las fuerzas prosoviéticas pasaron a ser las más activas fuerzas golpistas. Se intensifica el accionar terrorista de la pequeñoburguesía radicalizada con atentados que fueron abiertamente provocativos.
Las organizaciones en que cristalizó el agrupamiento de la pequeñoburguesía radicalizada cometieron graves errores políticos y estratégicos. Ubicaron como blanco principal de la revolución en la Argentina a la burguesía nacional, lo que los llevó a golpear centralmente primero a Perón, y luego a Isabel Perón. Una vez más los sectores proimperialistas y proterratenientes pudieron instrumentar a sectores de la pequeñoburguesía, para aislar al proletariado y hacer pasar sus planes golpistas.
Al ignorar la opresión imperialista y de los terratenientes sobre el conjunto de la sociedad nacional, las organizaciones pequeñoburguesas equivocaron el enemigo principal del pueblo argentino. Repitieron el error del PC en 1945 y 1955, con lo que favorecieron a los enemigos de la revolución que preparaban el golpe de Estado.
El sector prosoviético, por un lado incitaba e instrumentaba los grupos terroristas contra el gobierno de Isabel Perón, mientras por otro, su camarilla en el Ejército acusaba a Isabel Perón de “des-gobierno” y de debilidad frente al terrorismo. De esta forma, miles de jóvenes que querían cambios revolucionarios, fueron instrumentados para dar el golpe y para que los sectores prosoviéticos recobraran su hegemonía.
El socialimperialismo soviético había sufrido golpes duros en Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil. Corría el riesgo de perder su principal punto de penetración en el Cono Sur de América.
Como todo imperialismo joven y relativamente inferior en fuerzas a los imperialismos que quiere desalojar, demostraba un apetito insaciable. Pero tropezaba con una fuerza burguesa de carácter nacional, el peronismo, que quería aprovechar el control del gobierno, y el apoyo de las masas, para desalojarlo de sus posiciones. Esta fuerza burguesa le disputaba la alianza con monopolios europeos e incluso yanquis y con la burguesía nacional de otros países latinoamericanos; y amenazaba con expropiarle empresas en su poder, o asociadas a él, como Aluar y Papel Prensa.
Tropezaban también con el peligro de un proletariado y un pueblo combativos, con fuerte conciencia antiimperialista, que avanzaban en su clarificación y organización y escapaban a las posibilidades de su control por los jerarcas prosoviéticos.
El gobierno peronista no controlaba las palancas claves del Estado. Los principales golpistas como Videla (Comandante en Jefe del Ejército), Viola (Jefe de Estado Mayor), Harguindeguy (Jefe de la Policía Federal), Calabró (gobernador de la provincia de Buenos Aires), usaban sus puestos en el gobierno y el Estado para promover el aislamiento de Isabel Perón y el golpe. A la vez que la actividad golpista de una gran parte de los dirigentes políticos y sindicales trabajó para la división y el aislamiento del movimiento obrero y popular.
Para enfrentar esto, junto a concesiones al movimiento obrero y popular como paritarias, Ley de Contrato de Trabajo, créditos diferenciales al campesinado pobre y medio, etc., el gobierno de Isabel, por su propio carácter de clase, se apoyó en sectores reaccionarios acordando medidas represivas (estimuladas por los golpistas) contra la clase obrera y el pueblo, lo que contribuyó a su aislamiento y desprestigio.
Sin embargo, la resistencia de una parte del peronismo, en especial de Isabel Perón, superó las previsiones de los estrategas del socialimperialismo.
Pero, sobre todo, se vieron sorprendidos por la resistencia del partido marxista-leninista del proletariado, el PCR, al que ellos habían dado por muerto hacía mucho. Pugnando por unir a todas las fuerzas patrióticas y democráticas para enfrentar el golpe de Estado, nuestro Partido, luchando por las libertades democráticas y demás reivindicaciones obreras y populares, tuvo una propuesta de gobierno de frente único antigolpista, una plataforma económica de emergencia y la consigna de armar al pueblo para enfrentar y derrotar al golpe.
La lucha antigolpista de nuestro Partido le costó caro al socialimperialismo porque, debido a ella, fue desenmascarado ante grandes sectores populares y sus planes se dificultaron grandemente. Esto se unió a una activa y amplia denuncia del carácter del socialimperialismo soviético y a la denuncia en concreto de su penetración en la Argentina. Este es un mérito histórico de nuestro Partido que forjó, en esa lucha, lazos de sangre con los peronistas y otros sectores patrióticos.
Desde 1969 se había desarrollado fuertemente el clasismo. La contradicción golpe-antigolpe dividió también aguas en el mismo. El clasismo revolucionario pugnó por colocar a la clase obrera en el centro de un frente antigolpista para defender y avanzar en sus conquistas. Las asambleas del SMATA de Córdoba, los congresos de la UOM y de FATRE, etc., y los paros el mismo día del golpe, como el de Santa Isabel, ferroviarios de Rosario y otros, son ejemplos de esto. En cambio otros sectores clasistas fueron instrumentados por los golpistas, en especial por las fuerzas prosoviéticas.
Por todo lo anterior se habían complicado los planes de los golpistas prorrusos tanto como los de sus rivales proyanquis. Pero el socialimperialismo, haciendo concesiones, podía aliarse para el golpe con empresas yanquis del sector conciliador con la URSS, con las que ya se había asociado en negocios como la exportación a Cuba de automotores; o con empresas yanquis asociadas en negocios con sus testaferros desde mucho tiempo atrás, o interesadas en recuperar bienes expropiados por el gobierno peronista (ITT, Standard Oil, etc.) o con fuerzas yanquis interesadas en impedir un foco tercermundista en América del Sur. Aunque luego, en una segunda vuelta, debieran enfrentarse para dirimir la hegemonía en el poder.
Podía además atraer a la mayoría de la clase terrateniente, en la que existía una fuerte corriente asociada desde hacía mucho al socialimperialismo, y donde había creciente disgusto por la política reformista del peronismo, temor por el crecimiento de la organización del proletariado rural (que había impuesto en muchos lugares la jornada de 8 horas, la organización por estancias y otras conquistas), y por las concesiones al campesinado pobre de algunas regiones. Tanto los terratenientes como un gran sector de la burguesía estaban ansiosos de “orden”, aterrorizados por los “soviets” de fábrica, y por el auge del terrorismo de derecha e “izquierda”; y estaban ilusionados en el comercio con la URSS que había sido el principal cliente de nuestras exportaciones en 1975. También existía una poderosa corriente golpista en el campesinado medio y en la pequeñoburguesía urbana, corriente que crecía por la impotencia de la política reformista del peronismo para aliar a esos sectores contra el golpe.
Volcada así la correlación de fuerzas, era seguro que los monopolios europeos, la Iglesia y otros sectores apoyarían también, en última instancia, el golpe de Estado; y que el sector “duro” de los yanquis –el sector antisoviético– se cuidaría mucho de ir a un enfrentamiento en el que podía perder para siempre sus posiciones en la Argentina y encender un conflicto imprevisible en América del Sur.
Así fue posible el triunfo del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
Volvía a demostrarse que el proyecto de la burguesía peronista de “reconstruir primero el país en paz” para luego liberarnos, es equivocado e irrealizable. Que es preciso liberamos primero de los terratenientes e imperialistas para poder luego reconstruir el país en beneficio de las masas populares. Una vez más fracasó el camino reformista de lucha contra el imperialismo y los terratenientes.