Noticias

12 de noviembre de 2010


La crisis económica

Documentos del PCR / tomo 9

Desde julio de 1997, cuando emergió en el sudeste asiático, el mundo fue conmovido por la crisis económica. En octubre de ese año rebotó en otros países asiáticos. La ayuda del FMI garantizó el pago de la deuda externa con lo que salvó a la banca japonesa y occidental, empujó a la quiebra a los grandes grupos coreanos endeudados en dólares y monitoreó la apropiación de esos grupos por los monopolios yanquis y europeos. Emergió la crisis en Japón, cuya economía se había estancado desde principios de los años 90. En agosto de 1998 se produjo la caída de la Bolsa de Wall Street y, a los pocos días, el crac de Moscú, cuando el gobierno ruso declaró el incumplimiento de los pagos internacionales, lo que produjo un enorme estremecimiento económico en Occidente. Como consecuencia, la Bolsa de Wall Street tuvo, el 27 de agosto de 1998, la tercera mayor pérdida en puntos de su historia. Se derrumbó el Long Term Capital Management, un fondo de inversiones yanquis que perdió sumas enormes en Rusia, que algunos estimaron en 100 mil millones de dólares (nunca se supo cuánto). Se formó un consorcio de 14 grandes bancos para salvarlo. Las bolsas europeas y yanqui se bambolearon al borde del precipicio, pero lograron zafar. En enero de 1999 –cuando en la Argentina parecía que la situación podía mejorar y se decía que el problema “era pasar el verano”– se desmoronó el real brasileño. En pocos días Brasil perdió la mitad de sus reservas. El Fondo Monetario Internacional corrió, presuroso, a salvar a la economía brasileña para evitar una cesación de pagos semejante a la de Rusia, que hubiese hundido a la banca americana y a gran parte de la banca europea. El derrumbe del real produjo el colapso del Mercosur y golpeó mortalmente a la política económica del menemismo. Toda América del Sur entró en recesión. Se demostró correcta la afirmación que hicimos en diciembre de 1997: “La explosión de la burbuja bursátil e inmobiliaria en los países del Sudeste asiático, que ha contagiado inestabilidad e incertidumbre a escala mundial, augura una crisis larga en el proceso de acumulación capitalista a escala mundial” y lo que precisamos en enero de 1998, cuando afirmamos: “la crisis es mundial, es profunda, será prolongada y tendrá efecto ‘dominó’’’. Lo dijimos contrariando los pronósticos de la mayoría de los observadores internacionales, algunos de los cuales llegaron a afirmar que la crisis era sólo un revuelo que “podría terminar en una pausa refrescante”.
A poco andar se comenzó a ver que el problema era un problema de la economía capitalista en su conjunto y se advirtió el riesgo de la superinflación de las bolsas norteamericanas. “El peligro principal no radica en Asia, ni en Rusia, sino en los Estados Unidos”, dijo entonces Roberto Alemann11. Con todo cinismo dijo Álvaro Alzogaray: “crucemos los dedos y recemos”.
La crisis que estalló en el sudeste asiático y golpeó luego duramente a la economía mundial, hasta tal punto que en el primer trimestre del 2000 la economía argentina y la de gran parte de América Latina todavía se arrastran en el fondo del pozo de la depresión, no fue un respiro necesario en un proceso de crecimiento vigoroso, como dijeron muchos economistas de la burguesía. Todo lo contrario. Es la expresión de las profundas contradicciones que corroen las entrañas de este capitalismo, al que quieren hacer aparecer como sano, vigoroso y en expansión, viviendo una fase rejuvenecedora gracias a la llamada “globalización”. Pero la crisis estallada en 1997, además de destrozar los “modelitos” de los “tigres asiáticos” que propagandizaba el imperialismo para el Tercer Mundo y habían encandilado a entreguistas como Menem, sacó a luz las lacras del capitalismo actual, y demostró que, bajo el imperialismo, sí bien pueden crecer, incluso rápidamente, determinadas ramas del mismo, como sucede ahora con las llamadas “tecnológicas”, los rasgos predominantes del imperialismo lo siguen calificando como “capitalismo parasitario o en estado de descomposición”12.
El capitalismo norteamericano recién salió de la crisis de 1929 con la Segunda Guerra Mundial y todo su florecimiento posterior estuvo vinculado a la guerra. Los gastos de guerra lo transformaron en el gendarme mundial del capitalismo. Sólo en la guerra de Viet Nam invirtieron más de 500 mil millones de dólares los que le produjeron un enorme déficit fiscal y, a la larga, llevó al derrumbe del respaldo oro del dólar y de los acuerdos económicos internacionales posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En ausencia de guerra el capitalismo monopolista yanqui tendía al estancamiento, se agudizaba la concentración monopolista y se producía una cada vez mayor especulación. El crecimiento del rasgo especulativo del capital financiero es monstruoso. “Menos del 2 por ciento del volumen mundial de intercambio de divisas se debe al comercio exterior, en tanto que el 98 por ciento restante tiene su origen en toda clase de especulaciones”, declaró Amatya Sen, de la India, Premio Nóbel de Economía de 1998. Pese a que el capitalismo monopolista yanqui y occidental ha tenido una década de expansión, luego de la restauración capitalista en los países socialistas y el colapso de la URSS, el crecimiento de su producto bruto es muy inferior al de períodos anteriores.13 La tasa de ganancia de los monopolios cae. Al disminuir la rentabilidad para los monopolios de sus Inversiones en la producción las vuelcan a la especulación: financiera, en monedas, hipotecarias, en juegos a futuro. Han transformado la economía mundial en una gigantesca “timba”.
Hoy ya es evidente que la crisis asiática y sus derivaciones posteriores expresó un proceso mundial del capitalismo. Las monedas del sudeste asiático, atadas al dólar norteamericano –en particular luego de la devaluación china de 1994– no aguantaron la sobrevaluación del dólar que les impedía exportar (las exportaciones de esos países crecían un 20% por año) les provocaba un aumento de las importaciones y les originaba un fuerte déficit fiscal. Se hicieron drásticas devaluaciones y se produjeron quiebras en cadena de las empresas endeudadas en dólares. En lo inmediato, desde el punto de vista financiero, fueron el dólar y la bolsa yanqui inflados los que produjeron la crisis. Pero esto no era sino la expresión de la existencia de una crisis de sobreproducción relativa y un exceso relativo de capitales. Relativos porque, como resultado de la contradicción esencial del capitalismo (entre la producción social y la apropiación privada) mientras las capacidades productivas se multiplican enormemente, día a día, simultáneamente, millones de personas, que deberían ser los consumidores de esa producción, no tienen dinero para comer ni comprar vestimentas u otras mercancías. Centenares de millones viven con menos de un dólar por día. El capitalismo, por sus propias leyes que separan la capacidad de producir de la de consumir, en busca de la máxima ganancia debe producir cada vez más barato y en mayor cantidad y, para eso, llega a pagar 0,20 centavos de dólar la hora a una obrera, en Viet Nam, para producir un par de zapatillas Nike, con lo que esa obrera precisaría trabajar de dos a tres meses para comprarse una zapatilla de esa marca. En el automotor, en la química, en la petroquímica, en el acero, la celulosa, la electrónica, los monopolios realizan gigantescas inversiones para disminuir los costos y suprimen miles de puestos de trabajo, con lo que limitan aún más el consumo. Las fábricas automotrices están en condiciones de producir 70 millones de unidades por año en todo el mundo, pero sólo pueden vender 50 millones. Surge la sobreproducción relativa. Se traba el proceso de acumulación y estalla la crisis.
Tratando de espantar las consecuencias de la crisis, para abaratar costos despidiendo a miles de trabajadores y para asegurar el control de los mercados en disputa, los monopolios aceleran gigantescas fusiones, como está sucediendo en la siderurgia, el petróleo, la aeronáutica, la petroquímica, las finanzas, el automotor, entre otras. Huyen para adelante realizando grandes inversiones que agravan la fragilidad financiera del sistema.
Actualmente las clases dirigentes en todo el mundo capitalista cruzan los dedos por la gigantesca “burbuja” de las bolsas yanquis y el dólar superinflados.
El 93% de las empresas tecnológicas yanquis que impulsaron la fiebre especulativa en 1999 tuvo balances en rojo. El ejemplo es Internet, “el negocio más apasionante en un siglo”, que tiene un valor de mercado de un millón de millones de dólares (más que el producto bruto interno de Canadá) pese a que perdió en 1999 miles de millones de dólares y “perderá al menos el doble este año”14. El economista norteamericano Paul Samuelson, premio Nóbel, acaba de plantear que se “ha creado una ilusión especulativa similar a la de 1929, el año del gran crac de Wall Street (…) esta situación me recuerda la del Japón de los años 80 (…) la Bolsa llegó a las estrellas. Pero era un castillo de naipes, que se precipitó de improviso”15. Al mismo tiempo la lucha obrera en EE.UU. incide en el curso de la economía y de las políticas monopolistas para el desenlace de esta situación. Se discute si las Bolsas yanquis estallarán, provocando una catástrofe económica de consecuencias imprevisibles, o si lograrán desinflarlas de a poco, mediante la suba de la tasa de interés y otras medidas. En cualquiera de las dos perspectivas la amenaza para países como el nuestro es tremenda. Cada 0,25% de aumento de las tasas, significa millones de dólares de más que tenemos que pagar por nuestra deuda externa y millones de dólares que huyen para invertirse en los países “seguros”. Todo esto en el caso argentino se ha agravado en forma tremenda por la convertibilidad que mantiene el peso atado al dólar y ha producido la distorsión de los precios relativos. Esta política está llevando, directamente, a la destrucción de la agricultura, la ganadería y la industria argentina. El mismo fenómeno empuja el traslado de empresas a Brasil agravando los ya tremendos índices de desocupación. Brasil está introduciendo en la Argentina no sólo pollos y cerdo sino, incluso, carne vacuna, a precios mucho más bajos que los nuestros.
Masas enormes de centenares de millones de personas han sido golpeadas por la crisis en curso y arrastradas a tremendas condiciones de vida y de trabajo. Las perspectivas no son halagüeñas. El imperialismo descarga la crisis sobre las naciones y los pueblos oprimidos. Pero la crisis, simultáneamente, crea las condiciones objetivas para gigantescos movimientos de masa de contenido revolucionario, como hemos visto en Corea del Sur, en Filipinas, en Indonesia y en Ecuador, entre otros lugares. El triunfo de estos movimientos revolucionarios dependerá de que al calor del combate de masas se forjen, consoliden y crezcan vanguardias proletarias marxistas-leninistas-maoístas capaces de llevar al triunfo esas luchas.