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19 de enero de 2011

Un comentario al trabajo: “El proletariado agrícola de la pampa sojera y las condiciones históricas de su invisibilidad social”, de Juan Manuel Villulla (en “Sobre la tierra”, del Centro de Investigaciones de Economía Agraria, de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA).

Sobre el proletariado agrícola

Hoy 1352 / El desarrollo del contratismo en el campo argentino

Se trata de un importante estudio sociológico que aborda el tema de quienes son hoy los principales agentes directos de la producción de granos (cereales y oleaginosos) en el país. Pues como se señala en el trabajo, con los datos más recientes de la Federación Argentina de Contratistas de Maquinaria Agrícola, “el 75% de las cosechas de granos en el conjunto del país habría sido realizado por contratistas, mientras han llegado a abarcar el 65% de las tareas de siembra –fundamentalmente directa– y el 65% de las tareas de fumi-fertilización”. Y si a esto agregamos que el 60% de esos contratistas “serían al mismo tiempo productores con una parcela a su cargo”, es decir pequeños o medianos chacareros propietarios o arrendatarios de las explotaciones registradas en el Censo, quiere decir que se trata de quienes son hoy los principales productores directos en la agricultura argentina: los propietarios de máquinas y sus trabajadores; aunque lo fundamental de los granos cosechados sea de propiedad de otros (de los dueños de los campos –principalmente en cuanto a cantidad de granos de los grandes terratenientes y pools–, que son los que contratan a esos propietarios de máquinas).
Según la misma fuente, en el total del país habría 16.000 contratistas de servicios de maquinaria, de los cuales 9.600 (el 60% arriba mencionado) serían, según los define Villulla “productores-prestadores”, mientras que a los otros 6.400 los llama “contratistas puros”. Aunque todos ellos pueden definirse como productores en el sentido lato de la palabra (ellos y sus trabajadores son los principales creadores de valor en la agricultura), la distinción es importante desde el punto de vista sociológico, pues los primeros siguen ligados a un pedazo de tierra (aunque sea pequeño) mientras que los segundos son absolutamente “sin tierra”. Además habría que investigar con quienes trabajan unos y otros, ya que según nuestro escaso conocimiento empírico los primeros lo hacen principalmente en relación con otros chacareros propietarios carentes de las máquinas modernas y los segundos más con grandes terratenientes o pools. En esto también hay que tener en cuenta que la mayoría de los contratistas son chacareros o de origen chacarero: unos, los que pudieron mantener sus parcelas pero para poder sobrevivir han tenido que convertirse a la vez en contratistas de sus máquinas; otros, los que directamente tuvieron que liquidar sus parcelas para comprar las máquinas.
Siguiendo el trabajo de Villulla, podemos generalizar que quienes trabajan en los equipos de esos 16.000 contratistas son bastante más de 60.000 personas (para los equipos de siembra incluyendo las máquinas de fumi-fertilización se necesitan tres y para los de cosecha dos), de las cuales un 40% está constituido por los dueños de las máquinas y sus familiares y un 60% por trabajadores asalariados, distribuyéndose a simple titulo de ejemplo para ofrecer una idea de la estructura del sector, de la siguiente manera:
Un 17,7% que trabaja solo con familiares (2,3 personas en promedio) hace 6.500 personas (constituidas solo por el dueño y familiares).
Un 35,3% que trabaja en promedio con 1,2 asalariados y 1,3 familiares hacen 5.600 asalariados y 7.342 dueños y familiares.
Un 23,5% que trabaja en promedio con 2,8 asalariados y 1,8 familiares hacen 10.528 asalariados y 6.768 dueños y familiares.
Y un 23,5% que trabaja en promedio con 5,5 asalariados y 1,5 familiares hacen 20.680 asalariados y 5.640 dueños y familiares.
Esto hace para el total de 16.000 contratistas del país una suma de 36.856 asalariados (casi todos temporarios en los períodos de siembra, fumigación y/o cosecha) y 26.264 entre dueños y familiares, que implica un total de 63.120 personas trabajando sobre las máquinas. Lo estratos indican que la mayor cantidad de asalariados se concentra en los contratistas que tienen más de dos equipos, de siembra y/o cosecha, o de ambos.
Estas cifras surgen de una simple proyección de datos de un partido de la provincia de Buenos Aires (Tres Arroyos) de 1997, que registra Villulla, asumiendo que una evolución semejante se habría dado con la expansión del contratismo en todas las zonas agrícolas del país. Lo que al menos parece ser cierto para el conjunto de la provincia de Buenos Aires. En este sentido Villulla aporta una elaboración sobre la base de la Encuesta Provincial de Servicios Agropecuarios, de la Dirección de Estadísticas de la provincia de Buenos Aires, de la que surge que para esta provincia en el año agrícola 2005-06, se registra un 31% de socios y un 69% de empleados trabajando sobre las máquinas. Si bien esta clasificación de la encuesta encubre a los trabajadores integrantes del núcleo familiar, que figuran como empleados y no como socios del principal, de ella puede inferirse una generalización del fenómeno registrado hace más de diez años en el partido de Tres Arroyos.
Por todo lo anterior acordamos con Villula en que existe un claro predominio de las relaciones capitalistas en el sector, siendo predominante el número de proletarios, sean de origen de familias obreras o campesinas (acordando que esta es una diferenciación importante desde el punto de vista del comportamiento y las aspiraciones de uno y otro de estos dos “contingentes” del proletariado agrícola). En lo que no podemos acordar es en que se fuerce el argumento, considerando a los trabajadores familiares como proletarios, por más que sea “frecuente que entre padres e hijos también medie una relación salarial”. Es cierto que esos familiares también son trabajadores, y que su retribución puede ser considerada un salario (en una suma fija o en porcentaje de la cosecha), pero su principal vinculación económica no es por el salario sino por ser parte del núcleo familiar que es dueño de las maquinarias (aunque “el titular” sea solo el padre o uno de los hermanos). Estos trabajadores producen valor al igual que el proletario, pero el excedente de valor que queda después de la remuneración que recibe no es plusvalía (mayor valor que se apropia el capitalista) sino que queda como parte del patrimonio del núcleo familiar. Esta es una discrepancia de fondo con Ismael Viñas, a quien cita Villulla en su apoyo, y que usa como criterio para incluir dentro del nuevo proletariado agrícola a “un segmento muy específico de operarios jóvenes, hijos de los dueños de la maquinaria, sean éstos a la vez productores a cargo de explotaciones o no”.
Con esto no queremos dejar de recomendar el valioso aporte que hace Villulla sobre los trabajadores agrícolas, digno de ser tenido en cuenta incluso cuando analiza lo que llama “tercer contingente”. Lo que sí en términos de pertenencia de clase es necesario ser preciso en cuanto quienes son obreros rurales, es decir proletarios, y quienes son campesinos, aunque en ambos casos se trate de trabajadores agrícolas que están sobre las máquinas, es decir de productores directos.