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09 de febrero de 2011

En las notas anteriores nos hemos referido a la división del trabajo que escindió la sociedad en clases, destruyendo la organización comunista primitiva y remplazándola por el Estado. Aquí nos referiremos a la administración de éste, llamada gobierno, que adopta históricamente variadas formas, sin que por ello cambie la esencia del Estado. Pues éste fue y es en todos los casos una organización especial para la opresión de una clase por otra, un máquina burocrático-militar, crecientemente compleja, destinada a mantener en la producción social unas clases sojuzgadas por otras y supeditadas en lo político, económico e ideológico.

Formas de gobierno

Hoy 1355 / Sobre el Estado (cuarta parte)

Desde su origen, el Estado posee algunas características esenciales. La antigua organización gentilicia estaba constituida y sostenida por vínculos de consanguinidad. En cambio, el Estado se caracteriza por la agrupación de sus súbditos según divisiones territoriales.

Desde su origen, el Estado posee algunas características esenciales. La antigua organización gentilicia estaba constituida y sostenida por vínculos de consanguinidad. En cambio, el Estado se caracteriza por la agrupación de sus súbditos según divisiones territoriales.
Otra particularidad fundamental inherente a la naturaleza del Estado es que instituye una fuerza pública que ya no es el pueblo armado. La división de la sociedad en clases irreconciliables tornó imposible la organización armada espontánea de la población que existía antes.
En Atenas, por ejemplo, había 365 mil esclavos y tan solo 90 mil ciudadanos. “El ejército popular de una democracia ateniense –escribe Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado-, era una fuerza pública aristocrática contra los esclavos, a quienes mantenía sumisos; más, para tener a raya a los ciudadanos, se hizo necesaria también una policía… Esta fuerza pública existe en todo Estado, y no está formada sólo por hombres armados, sino también por aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones coercitivas de todo género, que la sociedad gentilicia no conocía”.
Este rasgo esencial del estado es explicado por los teóricos de las clases explotadoras mediante disquisiciones vacías de contenido tales como “la complejidad de la organización social exige diferenciar las funciones”, “la civilización y el orden democrático se basan en el monopolio público de la fuerza”, etc., confundiendo y embrollando lo principal: hay una fuerza especial, separada de la sociedad, y dotada de medios para ejercer la violencia y la coacción sobre los demás miembros de la sociedad, porque ésta está dividida en clases irreconciliables.
Para sostener esa fuerza se imponen contribuciones a los súbditos del Estado. Y dueños de ella y del derecho de recaudar impuestos, las personas que se dedican a gobernar –los funcionarios-, separados de la sociedad y colocándose sobre ésta, conforman un aparato especial burocrático-militar situado aparentemente por encima de las clases.
“El más despreciable polizonte del Estado civilizado tiene más ‘autoridad’ que todos los órganos del poder de la sociedad gentilicia reunidos; pero el príncipe más poderoso, el más grande hombre público o guerrero de la civilización puede envidiar al más modesto jefe gentil el respeto espontáneo y universal que se le profesaba. El uno se movía dentro de la sociedad; el otro se ve forzado a pretender representar algo que está afuera y por encima de ella”. Engels).
“Como el Estado –continúa Engels- nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo nació en medio del conflicto de esas clases es, por regla general, el Estado de la clase económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida”.

El Estado fue teniendo diversas formas de gobierno ya en la época esclavista. Si tomamos los casos de Grecia y Roma, encontramos monarquía y república, aristocracia y democracia. La monarquía es el poder de un individuo; en cambio, la república niega los poderes electivos. La aristocracia es el gobierno de una ínfima minoría mientas que la democracia –literalmente- es el gobierno del pueblo (demos). Pero a pesar de todas las diferencias en las formas de gobierno, en todos los casos se trataba de un Estado esclavista.
El famoso filósofo idealista Platón (Grecia, 427-349 a.C), que ejerció también gran influencia sobre la religión cristiana, tuvo la virtud de expresar crudamente los intereses de los esclavistas y relacionó estrechamente su filosofía con la política. Pintó un régimen social ideal compuesto de tres capas: 1) los filósofos que gobiernan el Estado; 2)los guardias o guerreros que defienden el estado de ataques exteriores y de levantamientos del pueblo y 3) el resto del pueblo que se dedica a trabajos físicos (artesanos, campesinos). Fuera de estas tres capas están los esclavos, que son la gran mayoría. Platón exigía que toda la vida social estuviese penetrada de la adoración de Dios y la equidad, la cual según él, reside en que cada capa social debe dedicarse a sus asuntos y las capas inferiores están obligadas a obedecer incondicionalmente a las superiores.
El hecho fundamental, tanto en las monarquías como en las repúblicas, era que a los esclavos no se los consideraba seres humanos, sino simples cosas, como consagró el derecho romano. Contra un esclavo podían perpetrarse impunemente toda clase de violencia, incluso asesinarlo sin que constituyese un delito. En las repúblicas aristocráticas sólo tenían derecho al voto algunos privilegiados; en las repúblicas democráticas todos gozaban de ese derecho; pero ninguna de las dos otorgaba el más mínimo derecho a los esclavos. Este hecho fundamental –como dijo Lenin- ilumina más que cualquier otro el problema del Estado, y pone claramente de manifiesto la naturaleza de éste.
Para imponerse a la aplastante mayoría (los esclavos), la reducida minoría (los esclavistas) se basaba en un aparato de coerción. Todas las sociedades esclavistas fueron conmovidas por guerras de emancipación de los esclavos que duraron centurias. El propio Imperio Romano, a primera vista omnipotente, se vio sacudido en sus cimientos por los golpes y embates de un extenso levantamiento de esclavos, armados y agrupados en un vasto ejército comandado por Espartaco. Aunque a la postre la sublevación fue derrotada, los esclavos capturados, torturados y crucificados por “las fuerzas del orden” esclavista, nunca nada volvió a ser igual en el imperio.