La impresionante rebelión del pueblo egipcio llegó el viernes 11 de febrero a un primer desenlace: con la fuga en helicóptero de Hosni Mubarak caía, volteada por el pueblo en las calles, una larga y feroz tiranía de tres décadas, pieza fundamental en la estrategia regional del imperialismo yanqui y aliada de los fascistas israelíes.
La impresionante rebelión del pueblo egipcio llegó el viernes 11 de febrero a un primer desenlace: con la fuga en helicóptero de Hosni Mubarak caía, volteada por el pueblo en las calles, una larga y feroz tiranía de tres décadas, pieza fundamental en la estrategia regional del imperialismo yanqui y aliada de los fascistas israelíes.
El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) se atribuyó la misión de comandar la “transición ordenada” hacia “la democracia” (entendiendo por esto las elecciones de septiembre). Al cierre de esta edición de hoy los jefes militares habían disuelto el Parlamento, suspendido la vigencia de la Constitución (hecha a la medida de la perpetuación de Mubarak), y ratificado el acuerdo de paz firmado con Israel en 1979. Pero al mismo tiempo hicieron silencio sobre el reclamo popular de liberar a los presos políticos y anular la nefasta ley “de emergencia”, prohibieron las huelgas, lanzaron advertencias a quienes generen “caos y desorden” y llamaron a los manifestantes a desalojar la Plaza de la Liberación. En lo inmediato, además, mantienen los ministros designados hace días por el propio Mubarak. El jefe del CSFA, Mohamed Tantaui, fue 20 años ministro de Defensa y hombre de confianza del dictador derrocado. Mubarak fue derrocado, su régimen conmovido hasta sus entrañas, pero los pilares del régimen todavía están ahí.
Abrieron su camino
En la tarde del 11, los cientos de miles de personas que día a día durante dos semanas y media colmaron la Plaza Tahrir (Liberación) y las calles de El Cairo, Suez y Alejandría, pasaron de la larga bronca acumulada al júbilo con la esperada renuncia de Mubarak: multitudes gigantescas celebraron una fiesta interminable. Llorando, abrazándose y ondeando banderas egipcias, coronaban una etapa de 18 días de movilizaciones, marchas y duros enfrentamientos con los matones del partido oficialista exigiendo “¡Fuera Mubarak!”.
No fue fácil. No fue pacífico como algunos dicen (ni menos una “revolución por Internet”, como pontifica el columnista de Clarín Jorge Castro): recién en el día 18 de la lucha Mubarak, repudiado y seguramente temeroso de terminar ajusticiado por las masas, debió “tomarse el helicóptero” (como De la Rúa en nuestro 20 de diciembre). La expulsión del dictador le costó al pueblo egipcio 300 muertos y 5.000 heridos y le exigió organizar su autodefensa –con barricadas y molotov– frente a los matones del régimen.
Un régimen opresivo, hambreador y entreguista fue sacudido por el terremoto popular, pero aún no fue destruido ni desmontado, que controla el aparato estatal y dirige las fuerzas armadas en la que aparecen múltiples contradicciones. La gigantesca y admirable pueblada abrió un camino revolucionario, que crea las condiciones para nuevas tareas. Muchos que hasta pocos días antes sostenían a Mubarak quieren cerrar el camino abierto; quieren que el camino insurreccional esbozado en estas semanas no sea profundizado por el pueblo egipcio hasta no dejar piedra sobre piedra del sistema que sostuvo a la dictadura y convertir este triunfo en una revolución antiimperialista y liberadora, sino que tratan de encarrilarlo por la vía de las elecciones condicionadas y amañadas que todos los imperialismos y sus socios internos en Egipto ya están negociando.
La pueblada egipcia fue, sí, el primer paso necesario para conquistar una verdadera democracia del pueblo.
Sólo el principio
Sea cual sea el rumbo futuro, después de esta gigantesca rebelión en Egipto ya nada será igual. En primer lugar porque el “Egiptazo”, una tromba antidictatorial y antiimperialista, masiva y de alcance nacional, cimentó una gran unidad popular basada en la convergencia de sectores de capas medias movilizados por profundas aspiraciones democráticas contra la represión y la corrupción oficial; de las masas pobres de grandes ciudades como El Cairo, Suez y Alejandría y de regiones campesinas (millones que, como sacó a luz la pueblada, viven con menos de dos dólares por día); y de contingentes de obreros fabriles que en la última semana sembraron el país de huelgas por salarios y condiciones de trabajo dignas.
Y ya nada será igual, también, porque el “Egiptazo” tiñe profundamente las alternativas políticas que la caída de Mubarak abre:
Los imperialismos y sus lacayos, y los “herederos” del mubarakismo tratan de imponer una fachada democrática –a consagrar en las elecciones de septiembre–, que deje en pie el poder económico y político de los grandes terratenientes y de los intermediarios de capitales yanquis, europeos y otros, burlando así las aspiraciones y la sangre derramada por el pueblo.
Las fuerzas populares buscan avanzar por el camino de la rebelión e imponer algún tipo de poder popular que liquide hasta sus cimientos las bases políticas, sociales, policiales, militares e imperialistas del aparato estatal mubarakista, imponiendo una verdadera democracia –política, económica y social– basada en el protagonismo de las organizaciones juveniles, sociales y sindicales que encabezaron esta grandiosa pueblada?
El rumbo que tomarán los acontecimientos –lo dijimos en ediciones anteriores de hoy– dependerá de la voluntad de lucha del pueblo egipcio y de la maduración de sus fuerzas revolucionarias. Y esto seguramente estará en interacción con las disyuntivas que se le plantean a otro de los grandes protagonistas del proceso en Egipto: las Fuerzas Armadas.
Estando todavía Mubarak en el gobierno, una parte de los mandos militares prometió respetar los reclamos populares y derogar la represiva ley de “emergencia” que rige desde 1981; con millones en las calles, y en medio de una intensa lucha interna, terminaron retirando su apoyo a Mubarak y precipitando su caída. Pero la cúpula militar es parte del sistema, beneficiaria del mubarakismo a través de la poderosa red empresarial y de privilegios de que gozan. Sin duda fue la masividad y determinación de la lucha popular lo que volcó a soldados y oficiales a no reprimir y aún alentar la pueblada, e impidió que sectores de esa oficialidad fueran empujados a ahogar la revuelta en sangre.
Quizá, además, la gran pueblada de estas semanas haya reactivado la corriente “nasserista”, nacionalista y antiimperialista que lo dirigió en tiempos en que Gamal Nasser derrocó al rey Faruk, estableció la república y recuperó el Canal de Suez de manos de los imperialistas anglofranceses (1957).
Pero Mubarak depuró y modeló estas fuerzas armadas durante tres décadas: su cúpula es esencialmente la misma que sostuvo durante todo ese tiempo a un régimen que asesinó y torturó a miles de militantes populares; la misma que ordenó balear a los palestinos de Gaza cuando Mubarak y el fascista israelí Netanyahu los cercaron en castigo al apoyo de la población palestina a los rebeldes de Hamas. El peligro de un golpe o autogolpe de Estado militar rondó estas semanas, y seguirá rondando.
Los jóvenes y los trabajadores egipcios luchan para que ningún heredero del régimen derrocado y que ningún figurón de los desprestigiados partidos que fueron cómplices o conciliadores con ese régimen se quede con los réditos del derrocamiento de Mubarak y de la sangre que el pueblo pagó por esta victoria (Ver recuadro “También una izquierda revolucionaria”).
Zona estratégica del mundo
Tampoco ya nada será igual en el mundo islámico. Los capos de todas las potencias imperialistas –y en particular los de la Casa Blanca– se llenaron la boca con declaraciones hipócritas de apoyo a la gran gesta popular que volteó a una dictadura que todos ellos respaldaron durante tres décadas y que los yanquis financiaron con 1.300 millones de dólares por año.
Pero están sentados sobre brasas: temen por la “gobernabilidad” de otros regímenes de la misma calaña que los que regían en Túnez y Egipto y que son aliados o peones de uno u otro de esos imperialismos en la vasta región que abarca todo el norte de África desde el Atlántico hasta el Mar Rojo, y toda el área asiática que se extiende desde la península arábiga hasta Pakistán, incluyendo el Medio Oriente y el Golfo Pérsico. Durante y después de las puebladas que derrocaron las tiranías de Ben Alí y Mubarak, grandes movilizaciones ya provocaron conmoción y cambios políticos en Jordania, Yemen y Argelia (ver Remezones en el mundo árabe).
En la mayor parte de los países islámicos se celebró el triunfo popular egipcio como propio. Muchos de esos pueblos se identificaron con las profundas aspiraciones democráticas y antiimperialistas que afloraron en las puebladas tunecina y egipcia.
Egipto tiene una significación regional de primer orden. El derrocamiento de Mubarak debilita la influencia del imperialismo yanqui en el corazón del petróleo mundial y en las proximidades de Irán, y estimula la lucha nacional y antiimperialista de los pueblos árabes, del palestino y del kurdo.
El gobierno iraní proclamó que el fin del régimen de Mubarak es la derrota “de los gobiernos que se someten a los dictados de las grandes potencias”.
En Túnez, a apenas un mes de la revuelta popular que derrocó al tirano Ben Alí, la caída de Mubarak fue recibida con júbilo. Igual sucedió en Qatar. Hubo celebraciones callejeras de los militantes de Hamas en la Franja de Gaza y de los de Hezbolá en Beirut (Líbano).
Llamativamente –y pese al espantajo del fundamentalismo islámico que las dirigencias imperialistas agitan para justificar sus maniobras intervencionistas en los países ahora “rebeldes”–, en Egipto la participación de la Hermandad Musulmana se expresó en un plano más bien secundario y limitado a sus corrientes no fundamentalistas. Del mismo modo, la gran oleada que recorre esa inmensa zona del mundo se sustenta principalmente en arraigados reclamos democráticos y antiimperialistas y en la reactivación del sentimiento panárabe, más bien que en la comunidad de la religión musulmana.
Al mismo tiempo, sobre el caldero de las reivindicaciones populares y nacionales de los países de la región pretenderán montarse los intereses ligados a imperialismos rivales de los yanquis, como los de Europa y China. En el último año Beijing viene reforzando su presencia económica, política y militar en los países del Golfo, del océano Índico y del Oriente Medio.
No por nada el gobierno de Obama envió el pasado fin de semana al comandante del Estado Mayor Conjunto, almirante Mike Mullen, a Israel y Jordania para mantener “conversaciones” de alto nivel con esos aliados claves en la zona.
Si el Oriente Medio ya era una de las “zonas calientes” del planeta, las puebladas egipcia y tunecina la extendieron en varias direcciones.