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13 de abril de 2011

El pueblo libio, en lucha contra la dictadura opresiva y entreguista de Gadafy, víctima de los arreglos y disputas entre los mafiosos de la OTAN.

¿Qué planes tienen los imperialistas para Libia?

Hoy 1364 / La guerra en una situación difícil

La guerra civil en Libia entró en una situación difícil. Los combates entre las fuerzas rebeldes y las que responden al régimen dictatorial de Gadafy se desarrollan en el este alrededor del puerto petrolero de Brega, y en el oeste en la sitiada Misrata. Los imperialistas de la OTAN manejan y “regulan” cínicamente sus criminales bombardeos con el fin de condicionar a las fuerzas anti-Gadafy e imponer una conducción y un desemboque del movimiento democrático en beneficio propio. El pueblo libio, en lucha contra una dictadura opresiva y entreguista como la de Gadafy, está siendo trágicamente sometido tanto a los acuerdos como a las disputas entre los mafiosos de la Alianza atlántica.

Los planes imperialistas para Libia
Según algunos analistas, es probable que las grandes potencias se jueguen a dividir el país, como lo hicieron en su momento los yanquis con Vietnam y Corea, y más recientemente con Yugoeslavia. Una “Libia del Este”, con los principales centros petroleros y un gobierno títere repartido entre los imperialistas yanquis, franceses, ingleses e italianos, y una “Libia del Oeste” en manos de Gadafy, un “estado paria” y despojado de sus riquezas petroleras.
Los líderes imperialistas y sus agentes en muchos países árabes y africanos en general tienen profundo conocimiento de la base tribal de la mayoría de esas sociedades, y una larga experiencia en utilizar sus contradicciones para someterlas a su dominación. La sociedad libia comprende unas 140 tribus y, aunque una de ellas –la Warfala– es la más numerosa (un millón, de los 6 millones de habitantes del país), persisten las diferencias tribales en lo económico, idiomático, etc.
Políticamente, el poder de Gadafy se asentó también en la alianza tribal de su propio clan (los Gadadfa) con los Markaha y los Warfala. Sin embargo, el encumbramiento de esta alianza en los principales puestos gubernamentales y militares, y el histórico trabajo sobre esas líneas divisorias por los imperialistas (incluidos, durante las décadas de los ’60 y ’70, los socialimperialistas rusos, y luego nuevamente los viejos dominadores europeos) sembró a esa sociedad de hondas contradicciones.
Y eso emerge ahora, tanto en los realineamientos respecto del gobierno de Gadafy al producirse la rebelión de mediados de febrero, como en las discordias y falta de unidad entre las fuerzas del levantamiento rebelde.
 

La ofensiva imperialista
Con el remanido pretexto de intervención “humanitaria” las grandes potencias convirtieron a Libia en un infame campo de disputa por el control político y especialmente petrolero. ¿Qué intervención militar “humanitaria” se ha visto para impedir las brutales matanzas perpetradas contra los manifestantes por las tiranías proimperialistas de Yemen, Bahrein y Siria, y ahora nuevamente en Egipto?
En cuanto a Libia, Francia –febril impulsora de la acción militar– ignoró olímpicamente la disposición del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizó el establecimiento de una “zona de exclusión aérea”, y en lugar de eso atacó los blindados de Gadafy. Para el ultrarreaccionario Sarkozy, la agresión al pueblo libio es continuidad de su política de represión fascista contra los inmigrantes árabes y africanos o sus hijos en Francia. ¿No declaró hace unos años, cuando miles de jóvenes de origen maghrebí que habitan en los barrios-gueto de París y otras ciudades francesas se rebelaban en las calles contra la discriminación y la falta de futuro, que había que “limpiar esa escoria con una manguera de bomberos”? En el marco de la crisis europea y mundial, Sarkozy busca reconstruir la disminuida influencia de Francia en sus antiguas colonias y neocolonias en África y Medio Oriente. El imperialismo francés sigue teniendo influencia en Marruecos y Argelia, pero fue golpeado por el derrocamiento de Ben Alí en Túnez.
La misma preocupación moviliza a los imperialistas ingleses, gran parte de cuyo imperio fue absorbido en el último medio siglo por los Estados Unidos. Libia es una posición particularmente importante para Gran Bretaña: la British Petroleum, por ejemplo, había comprado a Gadafy los derechos de exploración y perforación petrolera en alta mar, y desde luego preferiría ejercerlos con la complacencia de un gobierno más “amigo”. Los ingleses juegan con fuerza para decidir qué tipo de régimen se creará en Libia tras el hipotético derrocamiento de Gadafy o la división del país. Por lo mismo trabajan decididamente dentro del régimen militar pos-Mubarak para recuperar su antigua influencia política en el vecino Egipto.
En cuanto a los yanquis, la posición ambivalente del gobierno de Obama refleja su relativo retroceso en el escenario mundial, la complicada trama  de sus intereses en el Medio Oriente –especialmente tras los acontecimientos de Egipto y la persistente lucha palestina contra el expansionismo israelí– y su participación en dos guerras (Afganistán e Irak). Conciente de que las tiranías regionales en que los EEUU respaldaron durante décadas su dominación caen o se tambalean por la gigantesca oleada popular en curso, Washington debe prevenir tanto la instalación de regímenes verdaderamente populares y democráticos como frenar el crecimiento del fundamentalismo islámico (que no es la tendencia predominante en los movimientos actuales) e impedir que a expensas del debilitamiento del imperialismo yanqui avancen las potencias europeas y China.

¿Quién dirigirá?
En definitiva, las potencias imperialistas intervienen en Libia para asegurarse y ampliar sus respectivas esferas de influencia regionales y monopolizar la explotación de sus pueblos y recursos. Intrigan y maniobran –incluso militarmente y a costa de la integridad del país y de la sangre del pueblo libio– para imponer a sus socios en las clases dominantes libias a la cabeza del régimen que resulte del actual conflicto.
Esa pugna tiene mucho que ver con las diferencias internas en el Consejo de Transición, que emergieron desde el comienzo en relación a la intervención militar de las grandes potencias, entre un sector que promovió abiertamente entregarse a la “ayuda” imperialista y otro que de entrada advirtió que “no queremos ninguna injerencia extranjera”.
Pero los capos imperialistas no son los únicos que operan en el escenario libio. Que el desemboque final sea la imposición de un gobierno verdaderamente popular y democrático que abra paso a la eliminación de la opresión imperialista y de sus intermediarios locales, dependerá de qué fuerzas finalmente logren dirigir el gran levantamiento democrático en curso.